SANTIAGO GALICIA ROJON SERRALLONGA
Derechos reservados conforme a la ley/ Copyright
In memoriam
La muerte tiene sus propios rumores y silencios, sus motivos y sus sentidos, sus encuentros y sus desencuentros. Solo hay que perder el miedo y descifrarlos para entender su significado. Su lenguaje no es para todos. Hay que explorarlo y comprenderlo con la intención de aprender y repasar que la vida, en el mundo, es demasiado breve y escapa siempre entre un suspiro y otro, a veces, por cierto, con la interrupción de un proyecto biográfico.
Hay quienes, al morir, simplemente se marchan igual que como llegaron, ausentes de banderas y de itinerarios, frecuentemente en hondos vacíos, en el destierro, y su imagen se desvanece pronto, mientras otros, en cambio, permanecen en los sentimientos, en la memoria, acaso por su calidad humana, probablemente por lo que significaron, quizá por sus detalles hermosos, seguramente por una historia compartida, tal vez por ese motivo y por más.
En ocasiones, al permanecer frente a un ataúd o una cripta, el lenguaje y los signos de la muerte parecen invitar a vivir. Sí. La caducidad, la finitud, la temporalidad, hablan, a pesar de sus constantes sigilos, con la intención, parece, de que nadie olvide que la vida pulsa en uno, en cada detalle de la creación, y que es preciso, por lo mismo, aventurarse a experimentarla en armonía, con equilibrio y plenamente, y hacer de la biografía personal una historia maravillosa, inolvidable y mágica.
Ayer, en la mañana, cuando recibí la noticia sobre la transición de mi amigo y compañero de tantas jornadas periodísticas, Javier Magaña Junez, lo recordé como el ser humano grandioso que fue. Repasé las conversaciones, los encuentros, los detalles y las historias compartidas, y volví a descubrir a un hombre resplandeciente, siempre interesado en hacer el bien, en dar lo mejor de sí y en participar diariamente en la construcción de un mundo más amigable.
La mayoría de nuestros colegas, en el ámbito periodístico, le llamaban «Gordito» -en México, mucha gente tiene la costumbre de nombrar a otros por sus apodos-, mote que todos pronunciaban con el cariño que les inspiraba; él y yo, sencillamente nos identificábamos con bastante aprecio y solíamos decirnos «amigo», y en verdad lo fuimos.
Innumerables ocasiones he escrito y declarado que la amistad es algo más que un encuentro, una casualidad o un saludo; se trata de una historia compartida, episodios mutuos en las horas amargas y en los períodos de dulzura. Es acompañarse por las rutas de la existencia, en un rincón y en otro del mundo, con las luces y las sombras que forman parte de la dualidad.
Un día, Javi tuvo la amabilidad y el detalle de asistir a la presentación de mi libro El Pájaro Lizzorni y la Niña de Cartón, y hasta adquirió un ejemplar y esperó su turno para que yo, como autor, se lo autografiara. Prometió leerlo y guardarlo siempre entre sus cosas queridas, como lo hizo con nuestra amistad. Un par de días más tarde, al coincidir en alguna actividad periodística, me compartió su idea de escribir un libro, noticia que me causó alegría. Lo felicité.
Mi amigo, el irrepetible, singular e inolvidable Javier Magaña Junez, era capaz de renunciar a alimentos, comodidad, tiempo y cosas para ayudar a un amigo, a un compañero, a quien necesitara de él. No se le veía con apariencias, como resulta tan común en la hora contemporánea. Ah, y además ya incursionaba como actor. Hace poco le pregunté si él escribía sus guiones. Sonrió y dijo: «amigo, los escribo, pero me encanta improvisar».
Si me solicitaran resumir en un párrafo a Javier Magaña Junez, lo definiría como un amigo en lo humano, en lo real, no en las tramas enredosas y superficiales que suelen publicarse en las redes sociales, en las que tanta gente intercambia abrazos, besos, imágenes, consejos y mensajes positivos, mientras en los hechos se aborrecen y demuestran lo contrario. Era alegre, demasiado emotivo, amable, bueno, ocurrente, auténtico, soñador y realista, culto, profesional, sencillo, bromista, honesto, leal y respetuoso.
Recuerdo que se preocupaba si no podía ayudar a alguien. Indudablemente, cada uno de sus amigos llevamos en nosotros un pedazo de él y somos inmensamente ricos, aquí y allá, hoy y siempre, porque existe un vínculo inquebrantable que en verdad nos identifica en este mundo y en otros planos.
Mi amigo era un hombre joven, con un proyecto de vida que se percibía confiable y grandioso. Emocionaba al relatar sus anécdotas e ideas. Me hubiera encantado mirarlo un día, en el futuro, con la realización plena de todos sus planes, sueños e ilusiones. Lo hubiera abrazo y le habría dicho: «se pudo, amigo querido. Eres admirable. Te felicito». No obstante, a veces la muerte toca a la puerta a una edad temprana, y rompe a la gente y la deja incompleta. Estamos tan acostumbrados a las presencias físicas, que duelen las ausencias.
Amigo Javi, gracias por tus detalles, por todo lo bueno de ti que hiciste favor de ofrecerme, y también por la enseñanza que me dejaste con tu vida ejemplar y de tanta sencillez. Seguramente, donde te encuentras, iluminarás a otros seres con tu esencia. Gracias, en verdad. No te olvidaré. Solo se trata de una pausa, amigo querido, tú lo sabes. El principio de la inmortalidad empieza cuando alguien, por ciertos motivos, inevitablemente mora en los sentimientos y en la memoria de otros. Y tú, amigo, estás presente en nosotros.
Derechos reservados conforme a la ley/ Copyright