Lluvia querida

SANTIAGO GALICIA ROJON SERRALLONGA

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Tras mucho tiempo de ausencia -¿horas?, ¿días?, ¿semanas?, ¿meses?, ¿años?… cuán distante me ha parecido-, regresaste con tu maravilloso encanto, lluvia querida. Traes el alivio y el milagro de la vida, la alegría y la sonrisa, el amor y la esperanza, lo cotidiano y lo sublime. Tus gotas descienden de las nubes flotantes y plomadas, mientras los relámpagos alumbran el celaje, los truenos se propagan y el viento mece los árboles y las plantas. Tus perfumes, cuando mojas los troncos, las piedras, la tierra o la hierba, son deliciosos e inconfundibles. Como que traes algo de cielo, trozos de paraíso, destellos de infinito. Regresaste, lluvia querida. La gente, al asomar en sus ventanas o pasar por la calle, frente a la casa, me mira con extrañeza, me observa al contemplarte, al entregarme a tu regalo, quizá con la idea de que soy un artista que ha perdido la razón y que se atreve a mojarse sin ningún motivo. Y razones hay muchas, lluvia mía. Disfruto tus gotas, el prodigio de tu esencia, como si fuera el último regalo, porque si me acostumbrara a tus visitas cada estación, seguramente formarías parte de algo cotidiano y sin valor, cuando eres reflejo de la vida y regalo de la naturaleza, obsequio de algo etéreo que te diseñó con un sentido bello y maravilloso. Al recibir tus gotas que deslizan sobre mi rostro y mi piel, siento las caricias y la presencia de la naturaleza, de la vida, del universo, de un origen superior. Regresaste, lluvia querida.

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Un poema de amor

SANTIAGO GALICIA ROJON SERRALLONGA

Si supieras que lo escribí para ti

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Un poema de amor es un pequeño suspiro que alguien y otro más dan, entre un paréntesis -el de la fugacidad de la existencia-, con el anhelo de inmortalizar un tú y un yo que sienten al vivir, al soñar, al morir. Un poema de amor es un trozo de flor policromada, bella y perfumada que queda en el jardín de la vida como constancia de que dos, a una hora, en cierta fecha, compartieron una historia inolvidable. Un poema de amor es, por su esencia, un pedazo de cielo, un trozo de paraíso, un destello de inmortalidad, aquí, en un mundo finito. Un poema de amor es un camino que se recorre y que duele abandonar ante la caminata de los minutos impostergables, aunque se sepa que tras la arcilla se encuentra la esencia inmortal. Un poema de amor son días, tardes y noches de asombro, magia, encanto, fantasía y suspiros. Un poema de amor son letras enamoradas, palabras envueltas en el arte, en los sentimientos, que al paso de los instantes se transforman en pétalos fragantes y tersos que se guardan en la memoria, en cada latido del corazón o entre las páginas de los libros. Un poema de amor es un dibujo que se traza a hurtadillas, unas palabras escritas en una servilleta, unas cuantas letras con tanto significado. Un poema de amor es decir: «eres yo; soy tú. Y lo más bello y maravilloso es que no perdemos identidad. Volamos, al fin, plenamente y dichosos, hacia la inmortalidad». Un poema de amor es una sonrisa, una mirada, una sensación mágica. Un poema de amor somos tú y yo, él y ella, una mañana soleada, una tarde de viento, una noche estrellada o una madrugada de lluvia. Un poema de amor es el que un día inesperado, a cierta hora, puedo escribir para ti en la hoja de un árbol. Un poema de amor es una semilla que uno y otro cultivan con la intención de que la naturaleza y la vida pinten, tracen y perfumen las flores. Un poema de amor.

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Mi padre, mi madre, regalos del infinito

SANTIAGO GALICIA ROJON SERRALLONGA

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Tus flores y tus plantas quedaron en el jardín que cuidabas con tanto esmero, abandonado y triste desde aquella mañana que saliste de casa para no volver con tu cariño que se desbordaba, tu amabilidad que contagiaba y tu sonrisa que abrazaba, al lado de tus hijos, tus descendientes y la gente que mucho amaste. Todo quedó solo, como, a veces, me siento estas tardes grises y algunas noches desiertas, ante tu ausencia física, a pesar de que te percibo en mi parte etérea, siempre unidas tu alma y la mía, como nuestras manos cuando, juntos, aliviábamos la sed de tu jardín, el paraíso que nos enseñaste a querer porque, asegurabas, cada expresión natural, por minúscula y humilde que parezca, trae suspiros y perfumes de Dios y del infinito. Aquí estamos, junto a tus flores y a tus plantas, nosotros, tus hijos y tus descendientes, con la fragancia de tu recuerdo, el pulso de tu grandeza y la fórmula que eternamente nos mantendrá unidos. Y si tú, nuestra madre, cultivaste amor, sentimientos nobles y acciones buenas, aquí, en el alma de cada uno, percibimos, también, tu cercanía y la esencia de tu ser, padre querido e inolvidable. Miro tus libros, tus anotaciones, tus hazañas, lo que somos y lo que hacías por nosotros, y doy gracias a la vida por tantas bendiciones a tu lado. Fuiste padre y amigo, guía e instructor. Una madrugada, en tu instante postrero, abandonaste la casa, el hogar, cuando parecía que siempre estaríamos cerca y por fin cumpliríamos los sueños que diseñamos un día y tantos más. Me enseñaste las fórmulas de la vida. Me encantó acompañarte desde la infancia y estar contigo. Siempre tenías algo que enseñar. Eras inagotable. Gracias a ambos, a mi padre y a mi madre, por el amor puro e intenso que nos regalaron, por las enseñanzas y los sentimientos buenos que nos inculcaron, por el mundo real y mágico que trajeron consigo, por el esfuerzo que hicieron para beneficio nuestro, por sus sacrificios, por su compañía tan grata, por sus consejos y por los años de convivencia. Nos regalaron el cielo, pedazos de infinito, la eternidad, el paraíso. Nos sentimos agradecidos, bendecidos y muy orgullosos de ustedes. Gracias por regalarnos tantas bendiciones y un trozo del edén en ese hogar y con la familia que pulsan en mi ser, en mi alma. Fue, creo yo, preámbulo de la inmortalidad. Me siento dichoso porque no siempre la gente recibe un regalo como el nuestro. Muchas gracias.

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¿A qué hora estábamos tan ocupados?

SANTIAGO GALICIA ROJON SERRALLONGA

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¿A qué hora estábamos tan ocupados que no notamos que el amor, el bien, la paz y lo más hermoso de la vida escapaban igual que las gotas de agua se fugan del lago que otrora, enamorado, reflejaba las frondas de los árboles y el encanto del paraíso? Alguien robaba nuestros tesoros mientras nos distraía con el resplandor de las apariencias y de la fugacidad. ¿En qué momento perdimos la alegría, el respeto y la libertad? ¿Dónde olvidamos lo que era tan nuestro y nos ayudaba a descubrirnos y a navegar a rumbos infinitos? ¿Cuándo permitimos que alguien, y otros más, confundieran nuestros sentimientos, ideales, creencias, planes, sueños y pensamientos, a cambio del maquillaje corriente y malsano de la estulticia, la barbarie y la superficialidad? ¿En qué minuto de la mañana, de la tarde, de la noche o de la madrugada quedamos rotos, vacíos y solos? Si sabíamos que en nuestro interior moran el alma inmortal y el palpitar de la vida, ¿por qué concedimos a otros el privilegio de mancillarnos y hurtar los tesoros que poseíamos? ¿En qué instante fuimos capaces de aceptar la pérdida de equilibrio para caer desgarrados? ¿Por qué temimos a una élite, a las peores criaturas de la especie humana, y les dimos permiso de afectarnos con epidemias, crisis, guerras, sequías, contradicciones, miseria, hambre y escasez? ¿Por qué se los permitimos? ¿En qué lapso del día, en qué fecha, a qué hora, los dejamos convertirse en dioses, manipular la vida y destruirnos? Y si advertimos que sus sistemas, humanoides e inteligencias artificiales afectarán a millones de personas en el mundo, porque sabemos que los avances científicos y tecnológicos no los utilizan para bienestar y progreso de la gente, ¿con qué intención les hemos abierto las puertas a lo que somos y a lo que nos pertenece? ¿En qué segundo les autorizamos denigrar, ridiculizar, dividir y enfrentar a las familias, junto con el bien, la verdad y todo lo bueno? ¿Por qué elegimos apetitos incontrolables, la opción de enriquecernos sin importar empobrecer y lastimar a otros, los espacios para actuar estúpidamente y presumir tanta arrogancia y, a la vez, lo diminutos que somos sin esencia ni valores? ¿En dónde estábamos cuando alguien, y otros más, nos denigraron, robaron y destruyeron? ¿A qué hora sucedió? ¿En qué estábamos tan entretenidos?

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La magia y el sentido de la novela

SANTIAGO GALICIA ROJON SERRALLONGA

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Construyo mis letras sobre páginas blancas, vacías y yertas. Los espacios otrora desiertos respiran la tinta que se impregna en su textura, en su piel, al trazar palabras, ideas y sentimientos, fantasías y realidades, ilusiones y pensamientos, que se reproducen y se convierten en obras, en documentos, en libros que alguien y muchos más leen. Es un deleite encontrarme todos los días con mis textos, con el arte de las palabras escritas, con la inspiración. Compruebo, al escribir, que la novela posee el encanto y la magia de expresar lo que de otra manera resultaría complicado enseñar, presentar y explicar. Por medio de la novela, el escritor se convierte en intérprete de la vida y de la muerte, en traductor del infinito y de la temporalidad, en viajero de otros mundos, en emisario del cielo y del infierno, en maestro de lo indescifrable. Aprendo demasiado cuando dedico parte de mi existencia a escribir novelas, relatos en los que me descubro con tanta gente, entre una estación y otra, en esta travesía temporal que indudablemente lleva a destinos infinitos, acaso con la intención de recolectar flores y sonrisas, posiblemente con el objetivo de responder las interrogantes que llegan, probablemente con la finalidad de ser felices, quizá para descubrir la fórmula de la inmortalidad, tal vez por eso y por incontables motivos. El arte de las letras, en la novela, enseña tanto y abre puertas para explicar y comprender lo que en otros escenarios resultaría complicado exponer. Las páginas de la novela contienen tanto y allí me encuentro y reconozco todos los días.

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La noche llegó

SANTIAGO GALICIA ROJON SERRALLONGA

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La noche ha vuelto. Regresó. Nunca queda mal en sus citas. Respeta su agenda. Es fiel a sus compromisos. Llega con exactitud. Es puntual. La percibo. Siempre, a determinada hora, siento su presencia. Mi mirada está acostumbrada a sus matices. Huele a instantes nocturnos. Distingo los tonos grisáceos y negros que deja cuando camina. Sus huellas quedan en el sendero. Solo maquilla los colores de la mañana con sus tintes peculiares; pero, finalmente, al marcharse antes del amanecer, los coloca en los espacios que les corresponden, a veces un tanto envejecidos e irreconocibles. No arrebata ni se lleva a la gente, como algunos suponen. La enfermedad y la muerte suelen aprovechar las sombras nocturnas para manifestarse y culpar al ocaso de todos los quebrantos. La noche, presente entre el viento, la quietud, los desasosiegos, los rumores y los silencios de la tarde, anunció, hace rato, que ya estaba cerca. Y aquí está. Vino con el espectáculo de la profundidad de un cielo decorado con estrellas y mundos distantes, con una geometría exacta y mágica que envuelve y cautiva. Otras veces llega desprovista de adornos y diamantes, sencilla y fría, demasiado sola. Llegó la noche. Lo sé porque cuando apaga las luces y borra los colores de la mañana, del mediodía y de la tarde, disfruta sus minutos y sus horas en la oscuridad, mientras las manecillas coinciden en las esquinas, en los rincones, en una rutina cotidiana e irrenunciable que les impide hacer una pausa y enamorarse. La noche aparece ataviada o desprovista de todo, con las lecciones que el ocaso carga. Unos temen a la noche por creer que viene con un canasto de abismos, barrotes, celdas, dolores, espectros, fantasmas, muerte, fronteras, profundidades insondables, tristezas, misterios y terrores; otros, en cambio, la dedican a sus amores, a sus delirios, a sus inspiraciones, a sus descansos, a sus paréntesis y a sus sueños. La noche enseña tanto. Me regala susurros y sigilos que me llevan a mí, al encuentro conmigo, a las pausas del infinito y de la temporalidad. He aprendido que después de la mañana, el mediodía y la tarde de la existencia, aparece la noche envuelta en sus claridades y en sus neblinas, con sus bienes y sus fechorías -lo que uno elija-, siempre con la esperanza del amanecer y la oportunidad del renacimiento.

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La flor minúscula

SANTIAGO GALICIA ROJON SERRALLONGA

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Todos, en el mercado de flores, elegían orquídeas, girasoles, hortensias, lilis, gladiolas, tulipanes y rosas que formaban parte de arreglos y buqués elegantes y hermosos, capaces de despertar embeleso, ilusiones y suspiros. Realmente enamoraban. Cautivaban por su belleza, sus perfumes, sus texturas, su encanto y sus formas. Eran, aseguraban los floristas, pedazos del paraíso que traían las sonrisas del jardinero del infinito. Olían a cielo, a belleza, a eternidad; pero también a fugacidad, a apariencia, a instantes efímeros. Descubrí, entre pétalos, hojas y tallos acumulados en un bote de desperdicios, una flor minúscula y solitaria, entristecida por su destierro y su fatal destino de abandono. La rescaté de la basura desdeñada por floristas y compradores, y la llevé conmigo, entre las páginas de un libro. Ya en casa, admiré sus detalles y comprobé, una vez más, que muchas veces la mayoría denla gente se siente atraída por el aspecto y olvida que en lo minúsculo y en lo sencillo se esconden tesoros insospechados y se abren portales grandiosos. Su color me envolvió y me transportó hasta el momento de la creación, dentro de la eternidad, cuando el artista de la vida deslizó sus pinceles sobre los pétalos delicados y pequeños, sus hojas diminutas y su tallo tan frágil, y colocó detalles, simplemente rasgos y huellas minúsculos de su quehacer. Su perfume me embelesó y me condujo al instante mágico en que sus entrañas recibieron la fragancia del infinito para convidar lo mejor de sí durante la brevedad de su jornada terrena. Miré, en su forma y en sus detalles, la creatividad del jardinero y comprendí la lección que me dio a través de lo que para otros resultó una simple flor minúscula.

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Los días postreros del año

SANTIAGO GALICIA ROJON SERRALLONGA

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Y llegaron los días postreros del año, con sus instantes, sus minutos y sus horas, en una carreta que recoge historias, encuentros y desencuentros, alegrías y tristezas, fantasías y realidades, ausencias y presencias, amores y desamores, ascensos y caídas, todo y nada. Un año que se va, como se marcha la vida y se desvanecen los arcoíris y las nubes flotantes una mañana húmeda y soleada. Un capítulo anual que se cierra, igual que se da vuelta a la última hoja del libro. Uno voltea atrás y busca, aquí y allá, los segundos, los minutos, las horas, los días, las semanas, los meses, y ya no están. Y mira adelante, al amanecer, al siguiente día, al porvenir, y todo parece tan incierto. Uno dispone, parece, del momento presente, y no más porque nadie sabe si llegará, motivo por el que es preciso experimentar la vida con amor, bien, alegría, equilibrio, armonía y plenitud. Quien, por sus sentimientos nobles, sus ideales, sus actos, su inteligencia y sus palabras, trae para sí y convida trozos de paraíso, ya tiene ganado el deleite infinito y su existencia se vuelve más auténtica y plena, con un verdadero sentido.

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No somos programas artificiales

SANTIAGO GALICIA ROJON SERRALLONGA

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El amor, en cualquiera de sus expresiones, proviene del interior y, a la vez, está conectado a todas las manifestaciones de la creación y de la vida, en un interminable dar lo mejor de sí a otros. El bien es parte de la esencia, con todas sus virtudes y noblezas, y lo practican aquellos que tienen en sí un pedazo de cielo, un trozo de paraíso, un soplo de Dios. Los sentimientos sublimes, igualmente, son el código del infinito, la llave de la inmortalidad. La inteligencia natural, el raciocinio humano, es para desarrollarse, aportar y crecer, escalar la cima de la verdad, superar la muerte y dejar atrás el estado de cosa obsoleta, inútil y yerta. La capacidad, el talento, la creatividad, la inspiración, distinguen a los seres humanos, a los hombres y a las mujeres, y los hacen menos autómatas, maniquíes y rebaños. La sonrisa es el arcoíris que decora el cielo y acaricia cierto lugar del terruño, es el manantial del que brotan gotas diáfanas que se funden en el todo, es la cascada que se derrama en el río y alivia la sed en los desiertos, son las estrellas que alumbran el manto nocturno. Los sueños, las ilusiones, las fantasías, son globos de colores que uno, a determinada hora, revienta con la intención de cumplir sus anhelos. Las convicciones y los ideales parecen cimientos que sostienen a las personas y las impulsan a cumplir sus proyectos, a defender lo que es tan suyo, a disfrutar y heredar lo mejor. En cambio, un aparato, un sistema, quizá pueda ser programado con inteligencia que se regenera, y hasta supere las capacidades de las personas; sin embargo, carecerán de sentimientos y de ese algo mágico y etéreo que a ti, a mí, a ellos, a nosotros, a ustedes, a todos, nos hace tan especiales e irrepetibles.

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El encanto de la novela

SANTIAGO GALICIA ROJON SERRALLONGA

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Mi novela y yo, cuando la escribo, paseamos juntos por las rutas de la imaginación, entre mares de letras, riachuelos de signos que serpentean la campiña, cultivos de palabras, bosques de fantasía y paisajes de inspiración. Visitamos y exploramos el aliento de la vida, los escondrijos de la imaginación, los encantos del infinito, la fascinación de la temporalidad, y, abrazados o, en su caso, tomados de la mano, protagonizamos episodios y somos personajes e historias, relatos que inician y terminan. Así, andamos aquí y allá, en senderos y en paisajes de cierto capítulo, hasta que descubrimos, admirados y con emoción y gratitud, el puente y el camino hacia el siguiente episodio. Escribir una novela, es una experiencia sublime, bella e irrepetible. Compartimos, la obra y yo, la aventura de la creación, y recorremos mundos finitos y planos inmortales, con la esencia y con la arcilla, y así entregamos realidades y sueños, cielos e infiernos, con la receta y el itinerario, guardados entre las letras, para que cada uno elija el rumbo y su destino. Uno crea la novela y se vuelve su compañero, hasta que la concluye y se despide, igual que una hija muy amada que parte, con la intención de romper la barrera física del tiempo y del espacio, y visitar a otra gente, a cada lector que se sumerge en sus páginas. Uno deja, en la novela, pedazos de sí, en un amor profundo que trasciende. Uno es, junto con las historias de la vida, la novela, porque en cada letra y palabra, impresa en una página o capturada en un equipo, se respira el perfume del artista que la escribió.

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