SANTIAGO GALICIA ROJON SERRALLONGA
Derechos reservados conforme a la ley/ Copyright
Tras mucho tiempo de ausencia -¿horas?, ¿días?, ¿semanas?, ¿meses?, ¿años?… cuán distante me ha parecido-, regresaste con tu maravilloso encanto, lluvia querida. Traes el alivio y el milagro de la vida, la alegría y la sonrisa, el amor y la esperanza, lo cotidiano y lo sublime. Tus gotas descienden de las nubes flotantes y plomadas, mientras los relámpagos alumbran el celaje, los truenos se propagan y el viento mece los árboles y las plantas. Tus perfumes, cuando mojas los troncos, las piedras, la tierra o la hierba, son deliciosos e inconfundibles. Como que traes algo de cielo, trozos de paraíso, destellos de infinito. Regresaste, lluvia querida. La gente, al asomar en sus ventanas o pasar por la calle, frente a la casa, me mira con extrañeza, me observa al contemplarte, al entregarme a tu regalo, quizá con la idea de que soy un artista que ha perdido la razón y que se atreve a mojarse sin ningún motivo. Y razones hay muchas, lluvia mía. Disfruto tus gotas, el prodigio de tu esencia, como si fuera el último regalo, porque si me acostumbrara a tus visitas cada estación, seguramente formarías parte de algo cotidiano y sin valor, cuando eres reflejo de la vida y regalo de la naturaleza, obsequio de algo etéreo que te diseñó con un sentido bello y maravilloso. Al recibir tus gotas que deslizan sobre mi rostro y mi piel, siento las caricias y la presencia de la naturaleza, de la vida, del universo, de un origen superior. Regresaste, lluvia querida.
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