La cuenta de la vida

SANTIAGO GALICIA ROJON SERRALLONGA

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La cuenta de la vida, en el mundo, ofrece un inicio y un final, una aurora y un ocaso, con la oportunidad, el reto y la posibilidad de hacer balances y enmiendas durante el viaje. Si uno anhela realizar una obra magistral de sí, un autorretrato agradable, bello, inolvidable, pleno e irrepetible, es preciso renunciar a las sandeces que caracterizan a los brutos en su manera de sentir, creer, pensar, actuar y hablar, y elegir el estilo que distingue y eleva al ser, más allá de que los días transcurran en una pocilga o en una mansión, en un bote de remos o en un yate lujoso, porque la verdadera evolución y la felicidad no pertenecen a las marcas de barnices producidos en serie que abaratan la estulticia y la superficialidad, sino a algo superior, a una esencia que transporta a otras fronteras, a planos que ni siquiera concibe el engreído que supone que la existencia es breve y, por lo mismo, debe consagrarla a asuntos baladíes. La cuenta de la vida regala la oportunidad de crear un autorretrato genuino, feliz y afortunado.

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Un fragmento de Laura Giselle

SANTIAGO GALICIA ROJON SERRALLONGA

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Y la miré, una y otra vez, en la rampa de una plaza comercial en la que los niños se deslizaban y jugaban alegremente, inmersos en su mundo de fantasías, ilusiones y diversión. Ella permanecía acostada, bocabajo, con el libro extendido en el suelo, entregada a la lectura e indiferente a la algarabía y a la convivencia infantil. En femenino y en masculino, los pequeños se sentían libres y plenos. Ensayaban la trama de la vida.

Me reconocí en ella, en su esencia y en sus rasgos, en su mirada y en su perfil, en sus motivos y en sus pasiones. La vi. Entendí que se trataba de un ser libre, maravilloso e irrepetible, dos generaciones después de mí, con otro nombre, uno de mis apellidos, en femenino y en minúsculas, y con una identidad propia.

Leía Mujercitas, obra literaria que Louisa May Alcott publicó en 1868. Se sintió profundamente cautivada e inspirada desde las primeras líneas. Una hora antes, en las calles y en los rincones céntricos, históricos y pintorescos de la ciudad, descubrió la librería mientras caminábamos y me pidió entrar con la intención de revisar cada obra y elegir una.

Sentí retroceder a mis otros años, a mi historia, a mi biografía, hasta las décadas de mi niñez, cuando, en el centro histórico de la gran ciudad donde vivíamos, pedía a mi padre visitar las librerías, recintos con aromas de papel y tinta, en los que consumíamos incontables horas de aquellas tardes inolvidables de compañía, plática y convivencia. Así, mi padre me compró mis primeros libros que gradualmente se sumaban a los de la biblioteca familiar.

Mi madre no se salvaba de mi amor por los libros. Cuando iba por nosotros al colegio, frecuentemente le pedía ir a la papelería, un establecimiento comercial bien surtido en el que había un área dedicada a la exhibición y venta de libros, e igual que lo hizo la pequeña conmigo, yo le solicitaba que me comprara los títulos que me interesaban.

Ella, la niña, igual que yo, expresó alegría, curiosidad y emoción al revisar cada libro, hasta que, finalmente, descubrió Mujercitas, la obra que alguna vez prometí regalarle. Reconoció el título porque se trata de un ser humano que posee una memoria extraordinaria. Y se lo compré con el orgullo y la satisfacción de que en la familia que un día, a cierta hora, fundaron mi padre y mi madre, existan personas, en minúsculas, proclives al arte, a la ciencia, a los libros, al conocimiento.

Igual que yo, en la plaza comercial, sintió mayor atracción por la lectura que por el juego. Sin renunciar a la diversión, me interesaba más crear arte, explorar, seguir las letras, involucrarme en el conocimiento y experimentar que andar detrás de un balón, un carro o unos soldados. Y aún así tuve tiempo para jugar, imaginar, crear y pensar.

A sus diez años de edad, ella, Laura Giselle, me ha platicado que, en el colegio, todas sus compañeras le entregan mensajes en hojas de papel y en tarjetas con la intención de solicitarle que acepte su amistad. Les parece interesante, supongo, la presencia de un ser humano distinto e intenso que sabe jugar y divertirse, habla con propiedad y respeto, no insulta y expresa sentimientos nobles e ideas extraordinarias, como se lo inculca su madre, otro ejemplo de mujer que enorgullece a toda la familia.

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De las gotas de agua

SANTIAGO GALICIA ROJON SERRALLONGA

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De las gotas de agua, en la inmensidad del océano, aprendo que al compartir su energía, sus motivos, su naturaleza, sus detalles, su esencia, lo que es tan suyo, tienen capacidad de sumar, engrandecerse y ser majestuosas. Las contemplo en el mar y me pregunto si algún día la humanidad asimilará la lección y se integrará a un modelo de unidad que le ayude a realizar tareas grandiosas y a trascender.

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Hay lugares, en el mundo, donde amamos a la familia

SANTIAGO GALICIA ROJON SERRALLONGA

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Hay lugares donde amamos a la familia y la sentimos en el alma, en la sangre, en la memoria, en las flores que crecen alegres, en los árboles corpulentos que regalan su sombra, en el viento que acaricia la piel y enrojece las mejillas, en los ríos con incontables gotas diáfanas que llevan realidades y sueños, en los mares que huelen a aventura, en las auroras y en los ocasos. Hay sitios en los que la familia somos nosotros, con diferentes rostros e identidades, siempre libres, plenos e independientes. Hay hogares en los que una familia es una bendición, un bien, un regalo de la vida, la compañía hacia rumbos infinitos, y nadie estorba porque se sienten atracción interior, armonía, felicidad y amor por cada uno de sus miembros, en mayúsculas y en minúsculas, en femenino y en masculino. Existen hogares, en las aldeas, los pueblos y las ciudades, en el mundo, donde las familias son tesoros. Y eso abre las puertas a la alegría, al bien, a la vida infinita, principios que, actualmente, parecen molestar a quienes pretenden desintegrar a las familias, dividirlas y enfrentarlas, para debilitar y desgarrar a hombres y mujeres, vaciarlos y ejercer control absoluto. Pertenecer a una familia es un privilegio que jamás tendrán los robots ni las inteligencias artificiales. Nosotros poseemos una esencia, algo especial e insustituible. No permitamos que acaben con esa parte tan bella. Todos los seres artificiales podrán fingir plenitud, con el riesgo de quedar descubiertos con todas sus debilidades e intenciones.

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La flor minúscula

SANTIAGO GALICIA ROJON SERRALLONGA

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Todos, en el mercado de flores, elegían orquídeas, girasoles, hortensias, lilis, gladiolas, tulipanes y rosas que formaban parte de arreglos y buqués elegantes y hermosos, capaces de despertar embeleso, ilusiones y suspiros. Realmente enamoraban. Cautivaban por su belleza, sus perfumes, sus texturas, su encanto y sus formas. Eran, aseguraban los floristas, pedazos del paraíso que traían las sonrisas del jardinero del infinito. Olían a cielo, a belleza, a eternidad; pero también a fugacidad, a apariencia, a instantes efímeros. Descubrí, entre pétalos, hojas y tallos acumulados en un bote de desperdicios, una flor minúscula y solitaria, entristecida por su destierro y su fatal destino de abandono. La rescaté de la basura desdeñada por floristas y compradores, y la llevé conmigo, entre las páginas de un libro. Ya en casa, admiré sus detalles y comprobé, una vez más, que muchas veces la mayoría denla gente se siente atraída por el aspecto y olvida que en lo minúsculo y en lo sencillo se esconden tesoros insospechados y se abren portales grandiosos. Su color me envolvió y me transportó hasta el momento de la creación, dentro de la eternidad, cuando el artista de la vida deslizó sus pinceles sobre los pétalos delicados y pequeños, sus hojas diminutas y su tallo tan frágil, y colocó detalles, simplemente rasgos y huellas minúsculos de su quehacer. Su perfume me embelesó y me condujo al instante mágico en que sus entrañas recibieron la fragancia del infinito para convidar lo mejor de sí durante la brevedad de su jornada terrena. Miré, en su forma y en sus detalles, la creatividad del jardinero y comprendí la lección que me dio a través de lo que para otros resultó una simple flor minúscula.

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Los días postreros del año

SANTIAGO GALICIA ROJON SERRALLONGA

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Y llegaron los días postreros del año, con sus instantes, sus minutos y sus horas, en una carreta que recoge historias, encuentros y desencuentros, alegrías y tristezas, fantasías y realidades, ausencias y presencias, amores y desamores, ascensos y caídas, todo y nada. Un año que se va, como se marcha la vida y se desvanecen los arcoíris y las nubes flotantes una mañana húmeda y soleada. Un capítulo anual que se cierra, igual que se da vuelta a la última hoja del libro. Uno voltea atrás y busca, aquí y allá, los segundos, los minutos, las horas, los días, las semanas, los meses, y ya no están. Y mira adelante, al amanecer, al siguiente día, al porvenir, y todo parece tan incierto. Uno dispone, parece, del momento presente, y no más porque nadie sabe si llegará, motivo por el que es preciso experimentar la vida con amor, bien, alegría, equilibrio, armonía y plenitud. Quien, por sus sentimientos nobles, sus ideales, sus actos, su inteligencia y sus palabras, trae para sí y convida trozos de paraíso, ya tiene ganado el deleite infinito y su existencia se vuelve más auténtica y plena, con un verdadero sentido.

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Búsqueda desde la infancia

SANTIAGO GALICIA ROJON SERRALLONGA

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Buscaba, desde entonces, un motivo, una señal, un detalle, una explicación, para entender la grandiosidad que descubría, cada instante, aquí y allá. Necesitaba desentrañar lo que tanto me cautivaba, la esencia y la naturaleza de todo, lo que palpitaba en mi interior y lo que miraba afuera. Me resultaba preciso aprender y dar respuesta a mis interrogantes. Tenía entre siete y ocho años de edad. El colegio no me proporcionaba resultados convincentes, y menos con profesoras atrapadas en enojos, amarguras, odios, tristezas y resentimientos, quienes me castigaban brutalmente y argumentaban que mi caso les parecía totalmente patético, que era un retrasado mental y que nunca podría concluir mis estudios de nivel básico. Mi padre y mi madre atendían puntualmente mis angustias e inquietudes ontológicas. Los libros me guiaban a rutas insospechadas. Así, a los diez años de edad, comencé a escribir, me dediqué al arte de las letras, y, gradualmente, conforme más me sumergía en las profundidades del ser, encontré fragmentos de conocimiento, pedazos de verdades que armé, y hoy sigo aquí, entre tinta y papel, con la intención de descubrir el sentido de todo y fundirme en la esencia universal, en un sendero que, con escalas, lleva al infinito. Me siento feliz y agradecido.

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Si todo es tan frágil y se rompe en el camino…

SANTIAGO GALICIA ROJON SERRALLONGA

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Si todo pasa y nada es permanente en el mundo, ¿acaso el viento borrará las huellas de mi caminata y las revolverá con las hojas quebradizas y yertas que una tarde otoñal se desprendieron de los árboles? Si el paseo por el terruño es tan breve y concluye entre un suspiro y otro, ¿tendré fortaleza para continuar la senda a otros planos, a fronteras insospechadas, a niveles superiores? Si todo es tan frágil y se rompe en el camino, ¿estaré completo al finalizar mi jornada y al emprender la travesía a rutas infinitas? Si la vida, en el mundo, es, parece, un juego, un guión breve, un sueño, ¿despertaré en la inmortalidad? Ahora que el agua de los ríos es tan turbia, como los días de nuestras existencias, alguien -y otros más- intenta hacernos creer que formamos parte de un fragmento de lodo deshidratado y seco que se desmorona al apretarlo, y hasta regala la idea de que somos un nada angustiante, terrible e insignificante que perece y no tiene porvenir. Definitivamente, solo quien está vacío, ausente de esencia, se conforma con ser una simple estructura de arcilla. Lamento que tantos hombres y mujeres, en un lugar y en otro, acepten esa condición tan ajena a su verdadera naturaleza, simplemente por preferir que lo arrullen sus debilidades, apetitos y superficialidades. Hay que volar y sentir las caricias del aire, no hundirse en la intimidad del barro que, a veces, atrae por la decoración que le colocan, sin que sea notoria la trampa que guarda en su textura y en sus entrañas. Vayamos por el resplandor, por la luz, por el aliento de la inmortalidad.

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Escribir y pintar

SANTIAGO GALICIA ROJON SERRALLONGA

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Muchas personas saben que, a partir de los 10 años de edad, me entregué con amor y pasión a las letras, arte que percibo en mí, en mi esencia; sin embargo, no toda la gente tiene conocimiento de que, también en mi niñez, me dediqué a crear cómics, principalmente aventuras de un clan de la prehistoria, historias de la Segunda Guerra Mundial y viajes al fondo del mar y a otros planetas. Mi imaginación y creatividad infantil me trasladaban a fronteras insospechadas.

Una década más tarde -a los 20 años de edad-, sin renunciar a las letras, abrí el portón y las ventanas de mi existencia a otra expresión del arte -la pintura al óleo- y así me dediqué a crear mi primer cuadro -«Vida pasajera»- y luego el siguiente -«Inquietud marítima» – y los que continuaron.

Mientras pintaba, solía escuchar música -como lo acostumbro hasta la fecha, cuando escribo mis obras-, y me introducía tanto en mí, en las profundidades de mi ser, en el proceso creativo, que mi sensibilidad provocaba que derramara lágrimas, llanto de artista que plasmaba trazos, colores y formas en cada lienzo.

En cierto instante de mi existencia, reflexioné sobre mi esencia de artista y supe, por lo mismo, que tendría que dedicarme a las letras o a la pintura, y elegí las palabras escritas. Ya moraba en mi interior la esencia y la naturaleza de escritor. Y aquí sigo, en este momento de mi vida, escribiendo historias, relatos, hasta que un día, a cierta hora, mis letras me muestren el sendero hacia las rutas de la inmortalidad. Es un deleite escribir y compartir mis obras, breves y extensas, a mis lectores de ayer, hoy y mañana.

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Lo grandioso en el arte

SANTIAGO GALICIA ROJON SERRALLONGA

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Lo grandioso en el arte de las letras es que una novela, un cuento, un poema, un relato, pueden conmover tanto a un lector que una mañana, una tarde o una noche, sin darse cuenta, ya forma parte de una historia grandiosa e irrepetible al transitar del papel y la tinta al plano de la vida. Lo grandioso en el arte de la pintura es que, alguna vez, inesperadamente, el espectador agrega a su existencia las líneas y los colores del lienzo, e ilumina su ser y sus sentidos con fragmentos de un paraíso hermoso y sublime. Lo grandioso en el arte de la música es que las notas se convierten, de improviso, en rumores y en silencios del infinito, en susurros y en sigilos que despiertan la esencia y mueven a la arcilla. Lo grandioso en el arte de la escultura es que llega un momento en que alguien da forma a lo que parece yerto y así inicia, acaso sin percatarse, el milagro de la existencia y la ruta a destinos sin final. El arte se vuelve vida y así ocurre el prodigio. Lo grandioso en el arte es que uno, al crear obras, emula a la naturaleza, a la vida, a la inteligencia infinita.

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