SANTIAGO GALICIA ROJON SERRALLONGA
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Y uno piensa, al mirar las hojas que el viento otoñal desprende y los copos de nieve que, en invierno, cubren los abetos, las montañas y los caseríos, que los días y los años se consumen entre un suspiro y otro; pero las estaciones, al transitar, se repiten indiferentes tras sus ausencias y sus apariciones, con las páginas, los lienzos y los pentagramas que ofrecen para hacer de cada biografía una obra magistral o algo mediocre e insulso. Y uno piensa, al transcurrir los minutos, que es el tiempo el que se acaba, cuando se trata de la aproximación, cada instante, al final de la jornada terrena, al término de la estancia y del viaje por el mundo de arcilla y texturas. Y uno piensa, al morir la tarde y nacer la noche, que habrá otro día, un amanecer; sin embargo, llegará el momento en que la cuenta se agote y ya no existan más auroras. Y uno piensa, al transitar las estaciones, que habrá otras, acaso sin recordar que la vida no se basa en contratos que aseguren un período determinado; se trata de experimentarla en armonía, con equilibrio, plenamente, y dedicarla al amor, al bien, a la verdad, a la justicia, a la oportunidad de evolucionar, al desarrollo integral. Y uno piensa, por encontrarse tan distraído en las apariencias del barro y en otras ambiciones y superficialidades, que no es necesario navegar, sentir la experiencia de la travesía y asimilar las lecciones, sino llegar pronto a la orilla, al puerto, sin aprendizaje, porque lo que interesa, a algunos, es gozar y poseer sin regalarse la oportunidad de coexistir, probarse y crecer ante la calma y las tempestades. Y uno piensa, entre un ciclo y otro, que habrá, al concluir la jornada, un infinito, un porvenir eterno, sin prepararse, quizá por permanecer tan disperso en otros asuntos cotidianos, para ganarse el palacio. Y uno piensa y se dedica a temas baladíes y se olvida de vivir todos los días, con lo bueno y lo malo, con la risa y el llanto, con la alegría y la tristeza, con las realidades y los sueños. Y uno piensa, en ocasiones, que falta mucho para renunciar a las delicias del mundo, las cuales, aunque sean abundantes y legítimas, se agotan en cierta fecha. Y uno piensa en satisfacer sus ambiciones desmedidas y sus apetitos descontrolados, y olvida -oh, qué dolor- disfrutar cada instante como un milagro que regala la vida. Y uno piensa, y hasta despilfarra el tiempo, que la comedia humana se basa en estulticia, en libertinajes, en competir y en despreciar a los demás, probablemente sin darse cuenta de que tales motivos construyen barrotes y celdas, edifican fronteras y destruyen puentes. Y uno piensa, quizá, que el destino le recompensará en algún momento o que la felicidad y las cosas tocarán a su puerta y asomarán por la ventana, y en esa espera se consumen los días y los años y no vive feliz ni pleno. Y uno piensa tanto en sus desvaríos e intereses, que olvida vivir, realizarse integralmente y dejar huellas indelebles a su paso. Y uno piensa, insisto, en que los días de la existencia se marchan, en el envejecimiento inevitable, y omite vivir. Despertemos de tal letargo y empecemos a vivir. Lo merecemos. No importa que tengamos cinco, diez, quince, veinte, treinta, cuarenta, cincuenta, sesenta, setenta, ochenta o noventa años. Estamos aquí, en el mundo, con lo que somos, con nuestra esencia y también con el ropaje que nos cubre. Vivamos. La vida está aquí. Y uno piensa…
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