Santiago Galicia Rojon Serrallonga
Tal vez, un día o una noche, quizá hasta una tarde o alguna madrugada, sin saberlo, abandonamos los detalles, las sonrisas, las amabilidades, y sustituimos la dulzura, el encanto y la blandura de los sentimientos nobles por muros de tabiques silenciosos, murallas de ladrillos pegados con concreto gris y helado, fronteras inaccesibles y tablas con astillas y carentes de significado. Volvimos, alguna ocasión, derrotados, atrapados en el desencanto y sin la brújula y el timón que llevábamos durante la travesía, con la ropa desgarrada y la desmemoria en constante acoso. Rompimos puentes, quebramos esperanzas, despreciamos abrazos y cariño, ignoramos consejos y sepultamos la fe. Quedamos solos. Borramos nombres, recuerdos, familias, amigos y sentimientos. Transitamos a la envoltura, a la estupidez, a la brutalidad, a la inmediatez. Ya convertidos en plástico, en maniquíes irracionales, en consumidores de apetitos, en modelos en serie y desvinculados de compromisos, en adoradores de cosas y superficialidades, llegamos confundidos a algún paraje indefinido, casi irreconocibles, totalmente descompuestos, con actitudes de dioses, deidades engreídas e insensibles, embrutecidos por la soberbia, la ambición desmedida y la estulticia. Eliminamos códigos de amor, tolerancia, respeto y valores. Creímos ser eje de la vida, personas amadas, consentidas y privilegiadas de la creación, en el planeta y en el universo, hasta que a una hora, en cierta fecha, la realidad nos regresó al escenario que fabricamos, a la basura que concebimos, a un mundo roto e incompleto. Somos tan insignificantes, que preferimos evadir los escenarios que diseñamos y construimos irresponsablemente, hasta llegar a la demencia de idealizar la conquista de otros mundos para formar lo que, con tanta riqueza natural y mineral, no tuvimos capacidad de transformar en paraíso. Y ahora, por las circunstancias que asfixian a la humanidad, con todo lo que está por venir, necesitamos un amor, a la familia, algún consejo, un motivo que justifique nuestras existencias, un saludo, una mirada dulce, un abrazo, una sonrisa, una mano que dé lo mejor de si; pero quedamos solos al sepultar lo que éramos y teníamos. Desdeñamos nuestra verdadera riqueza -nosotros mismos- al creerla inferior. Empobrecimos. Hoy, cuando más necesitamos lo bello de la vida, quedamos solos.
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