Un poema de amor

SANTIAGO GALICIA ROJON SERRALLONGA

Si supieras que lo escribí para ti

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Un poema de amor es un pequeño suspiro que alguien y otro más dan, entre un paréntesis -el de la fugacidad de la existencia-, con el anhelo de inmortalizar un tú y un yo que sienten al vivir, al soñar, al morir. Un poema de amor es un trozo de flor policromada, bella y perfumada que queda en el jardín de la vida como constancia de que dos, a una hora, en cierta fecha, compartieron una historia inolvidable. Un poema de amor es, por su esencia, un pedazo de cielo, un trozo de paraíso, un destello de inmortalidad, aquí, en un mundo finito. Un poema de amor es un camino que se recorre y que duele abandonar ante la caminata de los minutos impostergables, aunque se sepa que tras la arcilla se encuentra la esencia inmortal. Un poema de amor son días, tardes y noches de asombro, magia, encanto, fantasía y suspiros. Un poema de amor son letras enamoradas, palabras envueltas en el arte, en los sentimientos, que al paso de los instantes se transforman en pétalos fragantes y tersos que se guardan en la memoria, en cada latido del corazón o entre las páginas de los libros. Un poema de amor es un dibujo que se traza a hurtadillas, unas palabras escritas en una servilleta, unas cuantas letras con tanto significado. Un poema de amor es decir: «eres yo; soy tú. Y lo más bello y maravilloso es que no perdemos identidad. Volamos, al fin, plenamente y dichosos, hacia la inmortalidad». Un poema de amor es una sonrisa, una mirada, una sensación mágica. Un poema de amor somos tú y yo, él y ella, una mañana soleada, una tarde de viento, una noche estrellada o una madrugada de lluvia. Un poema de amor es el que un día inesperado, a cierta hora, puedo escribir para ti en la hoja de un árbol. Un poema de amor es una semilla que uno y otro cultivan con la intención de que la naturaleza y la vida pinten, tracen y perfumen las flores. Un poema de amor.

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Mi padre, mi madre, regalos del infinito

SANTIAGO GALICIA ROJON SERRALLONGA

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Tus flores y tus plantas quedaron en el jardín que cuidabas con tanto esmero, abandonado y triste desde aquella mañana que saliste de casa para no volver con tu cariño que se desbordaba, tu amabilidad que contagiaba y tu sonrisa que abrazaba, al lado de tus hijos, tus descendientes y la gente que mucho amaste. Todo quedó solo, como, a veces, me siento estas tardes grises y algunas noches desiertas, ante tu ausencia física, a pesar de que te percibo en mi parte etérea, siempre unidas tu alma y la mía, como nuestras manos cuando, juntos, aliviábamos la sed de tu jardín, el paraíso que nos enseñaste a querer porque, asegurabas, cada expresión natural, por minúscula y humilde que parezca, trae suspiros y perfumes de Dios y del infinito. Aquí estamos, junto a tus flores y a tus plantas, nosotros, tus hijos y tus descendientes, con la fragancia de tu recuerdo, el pulso de tu grandeza y la fórmula que eternamente nos mantendrá unidos. Y si tú, nuestra madre, cultivaste amor, sentimientos nobles y acciones buenas, aquí, en el alma de cada uno, percibimos, también, tu cercanía y la esencia de tu ser, padre querido e inolvidable. Miro tus libros, tus anotaciones, tus hazañas, lo que somos y lo que hacías por nosotros, y doy gracias a la vida por tantas bendiciones a tu lado. Fuiste padre y amigo, guía e instructor. Una madrugada, en tu instante postrero, abandonaste la casa, el hogar, cuando parecía que siempre estaríamos cerca y por fin cumpliríamos los sueños que diseñamos un día y tantos más. Me enseñaste las fórmulas de la vida. Me encantó acompañarte desde la infancia y estar contigo. Siempre tenías algo que enseñar. Eras inagotable. Gracias a ambos, a mi padre y a mi madre, por el amor puro e intenso que nos regalaron, por las enseñanzas y los sentimientos buenos que nos inculcaron, por el mundo real y mágico que trajeron consigo, por el esfuerzo que hicieron para beneficio nuestro, por sus sacrificios, por su compañía tan grata, por sus consejos y por los años de convivencia. Nos regalaron el cielo, pedazos de infinito, la eternidad, el paraíso. Nos sentimos agradecidos, bendecidos y muy orgullosos de ustedes. Gracias por regalarnos tantas bendiciones y un trozo del edén en ese hogar y con la familia que pulsan en mi ser, en mi alma. Fue, creo yo, preámbulo de la inmortalidad. Me siento dichoso porque no siempre la gente recibe un regalo como el nuestro. Muchas gracias.

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¿A qué hora estábamos tan ocupados?

SANTIAGO GALICIA ROJON SERRALLONGA

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¿A qué hora estábamos tan ocupados que no notamos que el amor, el bien, la paz y lo más hermoso de la vida escapaban igual que las gotas de agua se fugan del lago que otrora, enamorado, reflejaba las frondas de los árboles y el encanto del paraíso? Alguien robaba nuestros tesoros mientras nos distraía con el resplandor de las apariencias y de la fugacidad. ¿En qué momento perdimos la alegría, el respeto y la libertad? ¿Dónde olvidamos lo que era tan nuestro y nos ayudaba a descubrirnos y a navegar a rumbos infinitos? ¿Cuándo permitimos que alguien, y otros más, confundieran nuestros sentimientos, ideales, creencias, planes, sueños y pensamientos, a cambio del maquillaje corriente y malsano de la estulticia, la barbarie y la superficialidad? ¿En qué minuto de la mañana, de la tarde, de la noche o de la madrugada quedamos rotos, vacíos y solos? Si sabíamos que en nuestro interior moran el alma inmortal y el palpitar de la vida, ¿por qué concedimos a otros el privilegio de mancillarnos y hurtar los tesoros que poseíamos? ¿En qué instante fuimos capaces de aceptar la pérdida de equilibrio para caer desgarrados? ¿Por qué temimos a una élite, a las peores criaturas de la especie humana, y les dimos permiso de afectarnos con epidemias, crisis, guerras, sequías, contradicciones, miseria, hambre y escasez? ¿Por qué se los permitimos? ¿En qué lapso del día, en qué fecha, a qué hora, los dejamos convertirse en dioses, manipular la vida y destruirnos? Y si advertimos que sus sistemas, humanoides e inteligencias artificiales afectarán a millones de personas en el mundo, porque sabemos que los avances científicos y tecnológicos no los utilizan para bienestar y progreso de la gente, ¿con qué intención les hemos abierto las puertas a lo que somos y a lo que nos pertenece? ¿En qué segundo les autorizamos denigrar, ridiculizar, dividir y enfrentar a las familias, junto con el bien, la verdad y todo lo bueno? ¿Por qué elegimos apetitos incontrolables, la opción de enriquecernos sin importar empobrecer y lastimar a otros, los espacios para actuar estúpidamente y presumir tanta arrogancia y, a la vez, lo diminutos que somos sin esencia ni valores? ¿En dónde estábamos cuando alguien, y otros más, nos denigraron, robaron y destruyeron? ¿A qué hora sucedió? ¿En qué estábamos tan entretenidos?

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Necesitaba romper cadenas y saltar cercas

SANTIAGO GALICIA ROJON SERRALLONGA

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Necesitaba romper las cadenas de la rutina, deshacerme de los barandales de la cotidianidad, saltar la cerca, rebelarme contra lo que no coincidía con mis sentimientos, defender mis ideas y mis sueños, diseñar nuevas rutas, transitar de un entorno de barbarie y mediocridad a niveles superiores de bien y plenitud, inventar los días de mi existencia, dejar huellas y constancia de mi paseo por el mundo, propiciar mi desenvolvimiento, escapar de la locura social, y eso no les agradó a muchos que preferían mirarme atrapado en el corral, entre la ceguera y el vacío de los grandes rebaños que se mueven como flores de bella y efímera apariencia y son felices con sus superficialidades. Necesitaba algo más que maquillaje. No me agradan los hilos de la manipulación y del control ni las marionetas, y menos los titiriteros ni los dueños del circo, y por eso creen que soy necio, rebelde y tonto. Diseño y sigo mi sendero, aunque a veces parezca que estoy desgarrado y haya ganado, por mi estilo, tanta enemistad.

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La flor minúscula

SANTIAGO GALICIA ROJON SERRALLONGA

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Todos, en el mercado de flores, elegían orquídeas, girasoles, hortensias, lilis, gladiolas, tulipanes y rosas que formaban parte de arreglos y buqués elegantes y hermosos, capaces de despertar embeleso, ilusiones y suspiros. Realmente enamoraban. Cautivaban por su belleza, sus perfumes, sus texturas, su encanto y sus formas. Eran, aseguraban los floristas, pedazos del paraíso que traían las sonrisas del jardinero del infinito. Olían a cielo, a belleza, a eternidad; pero también a fugacidad, a apariencia, a instantes efímeros. Descubrí, entre pétalos, hojas y tallos acumulados en un bote de desperdicios, una flor minúscula y solitaria, entristecida por su destierro y su fatal destino de abandono. La rescaté de la basura desdeñada por floristas y compradores, y la llevé conmigo, entre las páginas de un libro. Ya en casa, admiré sus detalles y comprobé, una vez más, que muchas veces la mayoría denla gente se siente atraída por el aspecto y olvida que en lo minúsculo y en lo sencillo se esconden tesoros insospechados y se abren portales grandiosos. Su color me envolvió y me transportó hasta el momento de la creación, dentro de la eternidad, cuando el artista de la vida deslizó sus pinceles sobre los pétalos delicados y pequeños, sus hojas diminutas y su tallo tan frágil, y colocó detalles, simplemente rasgos y huellas minúsculos de su quehacer. Su perfume me embelesó y me condujo al instante mágico en que sus entrañas recibieron la fragancia del infinito para convidar lo mejor de sí durante la brevedad de su jornada terrena. Miré, en su forma y en sus detalles, la creatividad del jardinero y comprendí la lección que me dio a través de lo que para otros resultó una simple flor minúscula.

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Si todo es tan frágil y se rompe en el camino…

SANTIAGO GALICIA ROJON SERRALLONGA

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Si todo pasa y nada es permanente en el mundo, ¿acaso el viento borrará las huellas de mi caminata y las revolverá con las hojas quebradizas y yertas que una tarde otoñal se desprendieron de los árboles? Si el paseo por el terruño es tan breve y concluye entre un suspiro y otro, ¿tendré fortaleza para continuar la senda a otros planos, a fronteras insospechadas, a niveles superiores? Si todo es tan frágil y se rompe en el camino, ¿estaré completo al finalizar mi jornada y al emprender la travesía a rutas infinitas? Si la vida, en el mundo, es, parece, un juego, un guión breve, un sueño, ¿despertaré en la inmortalidad? Ahora que el agua de los ríos es tan turbia, como los días de nuestras existencias, alguien -y otros más- intenta hacernos creer que formamos parte de un fragmento de lodo deshidratado y seco que se desmorona al apretarlo, y hasta regala la idea de que somos un nada angustiante, terrible e insignificante que perece y no tiene porvenir. Definitivamente, solo quien está vacío, ausente de esencia, se conforma con ser una simple estructura de arcilla. Lamento que tantos hombres y mujeres, en un lugar y en otro, acepten esa condición tan ajena a su verdadera naturaleza, simplemente por preferir que lo arrullen sus debilidades, apetitos y superficialidades. Hay que volar y sentir las caricias del aire, no hundirse en la intimidad del barro que, a veces, atrae por la decoración que le colocan, sin que sea notoria la trampa que guarda en su textura y en sus entrañas. Vayamos por el resplandor, por la luz, por el aliento de la inmortalidad.

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Las letras del bien y del mal

SANTIAGO GALICIA ROJON SERRALLONGA

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Al principio, fluía el agua etérea y el polvo formaba estrellas y mundos. El Bien y el Mal fueron concebidos por la misma fuente de la que surgieron la energía y la vida. Cada ser tendría libertad de elegir entre uno y otro para así vibrar, trascender y regresar al origen, al manantial infinito, o, al contrario, extraviarse y luchar, una y otra vez, con la intención de reencontrar su esencia y ganarse la cima.

Un día, el Bien y el Mal paseaban por la campiña del paraíso, cerca de los jardines palaciegos de la creación. Decidieron sentarse en una banca con la idea de descansar y conversar. Abundaban los colores y se percibían los silencios, los rumores, las formas y los perfumes de los riachuelos y de los bosques.

Burlón y mordaz, el Mal retó al Bien a trabajar en en la Tierra, con los seres humanos. La tarea consistiría en diseñar, cada uno, un lenguaje especial, palabras que, al hablarlas o al escribirlas las personas, distinguirían a unos y a otros, a sus discípulos y a sus seguidores, conceptos que, al practicarlos, abrirían o sellarían las puertas a diferentes sendas y destinos. El Mal sonrió y mostró los colmillos, sus fauces insaciables.

Interesado en cumplir su labor, la encomienda de Dios, el Bien recorrió el mundo y descubrió, en un lugar y en otro, paisajes de desolación y tristeza, donde la ambición desmedida, el egoísmo, los crímenes, la agresividad, las violaciones, la envidia, el odio, las enfermedades, las guerras, las invasiones, el sometimiento, las injusticias, el poder absoluto, la manipulación, el engaño, el hambre y la miseria encadenaban a la humanidad, en masculino y en femenino, en mayúsculas y en femenino, en celdas, tras barrotes de mazmorras terribles, que los condenaban a perderse.

Entristecido y reflexivo, el Bien se preguntó, aquella noche, en alguno de sus campamentos, por qué los hombres y las mujeres, si están tan solos, se odian tanto y se causan daño. Eran capaces de herirse y matarse. Se traicionaban. Descubrió, entonces, que el Mal se había anticipado con la creación de la palabra odio.

Inspirado y totalmente conmovido, el Bien se acercó a la playa con la intención de escribir sobre la arena la palabra amor, en todos sus conceptos. Las olas y el viento, en su ir y venir, llevaron consigo al amor y lo dispersaron aquí y allá, en un rincón y en otro, de tal manera que, al amanecer, la gente lo encontró en todas partes, como un regalo de la vida, y muchos se convirtieron en sus adeptos, con la dicha de que se trataba de un sentimiento universal que podía aplicarse al padre, a la madre, a los hermanos, a los hijos, a los nietos, a los abuelos, a la pareja, a los vecinos, a toda la humanidad, a la naturaleza, a la vida. Una palabra mágica que, al practicar su significado, tenía poder de encender la bóveda celeste y regalar la fórmula de la inmortalidad.

El Mal, en una de sus andanzas por el mundo, inventó la palabra tristeza, a la que aplicó, en su laboratorio, una dosis exagerada de veneno. Se trataba, pensó el Mal, de un concepto que por sí solo inspiraría desolación, amargura, dolor, como una ponzoña que corroe lentamente y martiriza a quien la padece.

Se concentraba la tristeza en parajes sombríos y desolados, donde todo era pesimismo, amargo y tormentoso. Hombres y mujeres deambulaban y miraban, impotentes, la marcha irremediable de los minutos y de las horas, la partida de sus años y de sus vidas, la disolución de sus historias, en un camino abrupto en el que las flores aparecían marchitas y las ramas de los árboles permanecían agachadas y hundidas en riachuelos fétidos y turbios.

El Bien conocía la potencia corrosiva de la tristeza. De inmediato fue por sus herramientas con el propósito de plantar árboles y cultivar flores de intensa policromía, de textura suave e impregnadas de perfumes deliciosos y encantadores. Formó un jardín que parecía ser un pedazo de eternidad, un trozo de paraíso, donde la vida se mecía feliz. Entonces escribió en la tierra la palabra alegría.

La alegría atraía dicha, fe, esperanza. El Bien fue testigo de la transformación de incontables hombres y mujeres que abandonaron los sótanos húmedos, oscuros y desolados de la tristeza con la finalidad de llegar hasta la campiña multicolor que los ríos serpenteaban como un prodigio de la vida.

No muy lejos, el Mal había creado un ambiente de denigración humana. Las personas, acostumbradas a los tratos injustos y sometidos por las necesidades, el hambre y las enfermedades, eran tratadas con brutalidad y despiadadamente, escena que le disgustó al Bien, quien de inmediato, en su libreta, anotó las palabras dignidad, justicia y libertad. Sopló la página de papel, donde había escrito los tres conceptos, y las ideas volaron hasta cada ser humano que hizo a un lado las mentiras que alguien, y otros más, apoyados por el Mal, difundieron para su manipulación, control y denigración.

Al siguiente día, tras mucho caminar por un desierto y, posteriormente, por una ciudad en la que el asfalto y los materiales sintéticos habían cubierto y asfixiado los poros de la naturaleza, ante la falta de un equilibrio que delataba la ambición de poder y riqueza sin un sentido humano, el Bien pronunció su nombre y lo convidó a la humanidad. El Mal ya había dispersado su nombre. El Bien enseñó el significado del suyo. El bien, con todos sus conceptos, dijo, no solamente es para uno; es fundamental convidarlo a los demás, practicarlo, sembrarlo durante la caminata existencial, porque, junto con el amor, es uno de los rasgos más sublimes y hermosos de la creación.

Cierta ocasión, mientras caminaba, el Bien coincidió con una niña en un parque, quien lloraba desconsolada porque, al atestiguar la muerte de una abeja, experimentó dolor y recordó, además, que su padre, su madre, sus hermanos, sus abuelos, sus tíos, la gente que tanto amaba, fallecerían algún día y los perdería irremediablemente.

El Bien la abrazó y la consoló. Se aproximó a su oído y pronunció, suavemente, las palabras inmortalidad, eterno, infinito. La pequeña, henchida de emoción, devolvió el abrazo al Bien, quien le explicó que la temporalidad es, simplemente, física, y que la verdadera existencia es la de su ser, que tiene porvenir por tratarse de la esencia. Lamentablemente, agregó, la mayoría de la gente olvida que solo se encuentra por un período breve en el mundo, y sufre ante el concepto de la muerte por creerla suprema, cuando únicamente es terrena. El ser, en cambio, es infinito. Le recomendó cuidar la parte física, evidentemente sin olvidar la relevancia de la esencia. Es importante, recomendó, armonizar y equilibrar lo físico, lo mental y lo espiritual.

Cuando el Bien contempló tanto desorden, mal, soledad y violación, elaboró dos palabras maravillosas que regaló a cada ser humano. Las entregó personalmente porque se trataba de un regalo especial y maravilloso, quizá inspirado por el poder creativo: familia y hogar. Dos conceptos prodigiosos que al Mal siempre le ha interesado borrar y desterrar de los sentimientos y de la memoria de la gente, para así desintegrarla, romperla y vaciarla.

Tras regalar, en sus letras, los conceptos familia y hogar, fue testigo de la armonía, el equilibrio y la paz que experimentaron millones de hombres y mujeres. Consideró que ambos son una bendición, un tesoro, que tienen la facultad de elevar al ser y conducirlo a niveles de evolución. Sin una familia y un hogar, la maldad, la ambición desmedida, el odio, los apetitos desbordantes, la envida, las intrigas, el egoísmo, la tristeza, la intolerancia y la esclavitud, entre otros horrores, son carroña, estiércol, larvas que destruyen a la gente sin piedad.

Se dio cuenta, el Bien, de la cantidad desmesurada de personas que vivían con miedo. Las vio encadenadas al temor, con todos sus sueños, ideales, proyectos, ilusiones y talentos desgarrados, sin atreverse a protagonizar una existencia y una historia grandiosas. El Mal había colocado trampas mortales a las personas para acobardarlas, debilitar su voluntad y achicarlas.

El Bien trazó, en su libreta de apuntes, la palabra valor. La ofreció en las casas, en los parques, en las calles, en los espacios públicos. La gente necesitaba tener valor, desechar el miedo y atreverse a ser grandiosa y desarrollar sus planes, sus sueños y sus ilusiones. Escribió valentía, atrevimiento y voluntad.

Iba a descansar el Bien, cuando decidió regresar con la gente, a la que recordó su estructura de arcilla, la cual, por cierto, es primordial cuidar para mantener la salud, el equilibrio y una vida terrena plena; sin embargo, carece de porvenir y solamente es, en consecuencia, pasajera, temporal. La inteligencia es un gran don que es preciso desarrollar porque abre la puerta a talentos y fronteras insospechadas. Los sentimientos, la espiritualidad, vienen del interior, de la esencia, del alma, que, por cierto, es inmortal. Devolvió a las personas las llaves y los secretos que el Mal, ambicioso, les arrebató alguna vez.

El Bien contempló a la humanidad y se sintió cautivado al descubrir tantos hombres y mujeres que deseaban romper las cadenas y evolucionar, trascender, escalar niveles supremos. Emocionado y feliz, el Bien decidió regalarles diversos conceptos y palabras. Escribió en el cielo: amor, bien, libertad, equilibrio, bondad, respeto, sensibilidad, ideales, familia, hogar, felicidad, valor, salud, honestidad, ideales, sentimientos nobles, tolerancia, verdad, armonía, raciocinio, salud y virtudes.

Fue en una pizarra donde el Bien escribió Dios. El rocío de la mañana, las flores, el cielo, los ríos, las cascadas, los manantiales, las estrellas, el océano, la lluvia, el amanecer, la noche, la nieve, el viento, todo lo que había en el mundo llevó el concepto y la palabra, como para demostrar la existencia de una fuerza infinita que pulsa y se expresa en todos los seres y que hay que descubrir y experimentar.

Y se retiró feliz, a su alcoba, con el compromiso de estar cerca de los hombres y las mujeres, en el mundo, para ayudarles a transitar a la cima y evitar que el otro, en Mal, les causara daño y, por lo mismo, los destruyera. El Bien prometió estar con ellos, siempre que lo buscaran con sinceridad. Dios y la vida sonrieron y abrazaron al Bien y a la humanidad, mientras dormían apaciblemente.

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Fue en verano y en otoño

SANTIAGO GALICIA ROJON SERRALLONGA

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A mi padre, a mi madre… fue un honor ser su hijo

Fue en verano y en otoño cuando ellos, mi padre y mi madre -papi y mami, como les llamé siempre-, dieron la vuelta a las páginas de sus existencias terrenas y partieron a otras rutas, a planos que consideramos superiores porque ambos siempre trajeron consigo pedazos de cielo y de paraísos mágicos y prodigiosos.

Primero, cierto día de octubre de un año cada vez más distante -una madrugada-, mi padre renunció a la temporalidad, a la arcilla, y se fundió con el infinito, con la esencia. Tiempo después, un mes de septiembre de algún año pasado -a una hora de la mañana-, mi madre cerró el libro de su vida terrena y retornó a la fuente de la inmortalidad. Nosotros, sus descendientes, percibimos sus esencias en nosotros, en el alma, en nuestro interior. Sabemos que no están muertos. Viven.

Mi padre, artista -dibujaba y pintaba con maestría, escribía con sensibilidad y talento y tocaba el violín magistralmente- e inventor -trabajaba arduamente en un proyecto genial que aportaría mucho a la humanidad-, voló aviones de dos alas, montó una elefante, participó en el desembarco de Normandía durante la Segunda Guerra Mundial, descubrió cuevas y ruinas, permaneció en un monasterio, impartió clases, leyó incontables libros de diversos temas, laboró profesionalmente, emprendió proyectos y fue un buscador incansable de la vida, siempre con sentimientos nobles, ideales, inteligencia, justicia y valores.

Nosotros, sus hijos, fuimos su bendición y su mayor tesoro, junto con mi madre, a quien tanto amó. Fue hombre con gran fuerza de voluntad, principios y convicciones firmes. Era congruente entre sus sentimientos, su raciocinio, y sus actos y sus palabras. Hacía el bien y fue, como mi madre, un ser noble y de virtud modelo.

Mi madre, amorosa, fiel, sensible, estaba dedicada a su mayor tesoro, nosotros, sus hijos, y al recuerdo de mi padre, a sus plantas, a la música, a su canto, a sus libros y a todos los actos sublimes. Amable, educada, bondadosa, culta, dedicó los días de su existencia a hacer el bien.

Fue un día de septiembre, entre tantos que hemos vivido, cuando ella dio vuelta a la página, a la hoja postrera de su vida terrena, y partió a otras fronteras, a un plano superior, a la fuente infinita de donde vino. Y la sentimos en el alma, en nuestro ser, en el interior.

Para nosotros, sus hijos, fue una bendición, una dicha y un honor tenerlos, en esta jornada terrena, como padre y madre, y estamos seguros, porque así lo sentimos, de que permanecemos unidos por medio de una fuerza infinita y que, en consecuencia, nos espera un destino grandioso en la inmortalidad que late en el alma y pulsa en cada expresión de vida.

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Poema incompleto

SANTIAGO GALICIA ROJON SERRALLONGA

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¿Y si al poema, mutilado por la ausencia de tu nombre, le agrego el tuyo y lo pinto con letras y palabras que te definan? ¿Y si, a los versos escritos una noche de soledad y de tormenta, les aplico tu fragancia con el objetivo de que, aunque estés lejos, todos lo perciban y sepan que me inspiras cuando escribo? ¿Y si a cada expresión, inscrita en las páginas de mi cuaderno, le doy un rumbo, un sentido, un motivo, para hacer de mi obra y de mí un tú y de ti un yo que traspase las fronteras y los puentes de la finitud y llegue, en exclusiva, para ambos, hasta los jardines de la inmortalidad? ¿Y si dibujo tu sonrisa y tu mirada en mi poemario, en mi colección de escritos, para que toda la gente, en el mundo, sepa que me los inspiras y que nadie podrá arrebatártelos porque no concibo ser yo sin un tanto de ti? ¿Y si, simplemente, agrego tu nombre a mis poemas, a mis textos, a mis historias, para que no sean letras incompletas y exhalen nuestros perfumes?

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Correspondencia entre las manos de los artistas

SANTIAGO GALICIA ROJON SERRALLONGA

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En la mano que traza letras y signos que forman palabras e ideas, textos que el escritor convierte en obras literarias -novelas, cuentos, poemas, relatos-, y que cautivan al ser, descubro, también, la que desliza el arco en las cuerdas del violín y del violonchelo para cruzar, a través de sus notas, el umbral humano y llegar hasta la morada del alma, e igualmente la encuentro en la que lleva el pincel a una y a otras rutas dentro del lienzo con la intención de pintar lo que dicta la inspiración; la identifico, paralelamente, en la que esculpe, en la que da forma al mármol, a la piedra yerta, a la madera, al hierro. Se trata de hombres y mujeres que enseñan los senderos y el rumbo por medio de sus obras. Percibo en la mano del artista una correspondencia, un sentido, una inspiración, un motivo, una hermandad. Hay una conexión entre el artista, su talento, su sensibilidad, su inspiración y sus manos, lo mismo si es escritor, músico, pintor o escultor. Es como si trajera consigo pedazos de cielo, trozos de la creación, para regalar a la humanidad ecos, destellos y reflejos de la vida y de la inmortalidad. Mientras exista un artista en el mundo, las flores exhalarán sus más deliciosos perfumes y lucirán sus encantos, los arcoíris aparecerán majestuosos, los luceros de la noche no se apagarán y siempre habrá alguien que, a través de sus obras, rompa las celdas y lleve a libertad plena, enseñe a volar y recuerde que la vida es un milagro. Miro, en las manos de los artistas, una correspondencia, y me siento orgulloso de participar en tan noble encomienda, la de la creación.

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