Fuimos niños de guerra, una enseñanza para la vida

SANTIAGO GALICIA ROJON SERRALLONGA

Derechos reservados conforme a la ley/ Copyright

Recibí la noticia. Editorial Resistencia, con sede en la Ciudad de México, concluyó la publicación de mi libro Fuimos niños de guerra, basado en la historia que, pacientemente, me relató mi querida amiga Rosemarie -Schade, por su apellido de casada; Heine, de soltera-, sobre los episodios que ella y su familia enfrentaron durante la Segunda Guerra Mundial.

Antes de la otra guerra -la del Coronavirus o COVID 19, respaldada por alguien y otros más-, ella, Marie Schade, confió en mí para que yo, como escritor y periodista, escribiera la historia de su familia, principalmente durante el período de la contienda mundial que desgarró y transformó a la humanidad y todos sus esquemas, creencias y sistemas.

Acepté la invitación de Rosemarie porque es una amiga auténtica, inteligente y talentosa. Siempre me ha ofrecido su amistad con afecto y mucho respeto. La considero una dama educada y digna de confianza, admiración, amistad y respeto. Para mí es un honor y un privilegio que ella, Rosemarie, me haya dado la oportunidad de escribir este libro. Le tengo gratitud.

Los acontecimientos mundiales, en gran porcentaje diseñados estratégicamente y provocados con la intención de destruir los modelos y sistemas humanos y sociales de la actualidad y orientados a la implementación de esquemas que se anticipan crueles y nefastos, se presentaron con intensidad, mientras Rosemarie, quien domina varios idiomas, me narraba la historia de su familia. Y así conviví con ella, hasta que me sentí cercano a su ambiente, a sus antepasados, a su marido Werner, a sus hermanos, a su mundo de viajes.

Fuimos niños de guerra me motivó a entender que la humanidad, a pesar de romperse ante las circunstancias impuestas por las ambiciones y los intereses de una minoría -como los conflictos bélicos, el odio racial, las epidemias, el autoritarismo y las catástrofes-, tiene capacidad de restaurarse y luchar por sus planes, sueños, ilusiones y anhelos, hasta conseguirlos, lección que Rosemarie Schade y yo deseamos transmitir a las personas, a hombres y mujeres que habitan todo el planeta, principalmente a las generaciones contemporáneas, a los jóvenes, antes de que las sombras caigan y sea demasiado tarde.

La obra se basa totalmente en los relatos, cartas y recuerdos de Lore, Bernd y Rosemarie, los tres hermanos Heine que nacieron en la extinta Prusia Oriental, quienes gracias a la información que poseía su padre, el profesor Alfred Heine, físico, químico y matemático que se encontraba en un cuartel al servicio de los nazis, los niños, junto con su madre, Gerda Bisler, huyeron de su patria ante la amenaza y la cercanía del Ejército Rojo.

En el destierro, Gerda y sus hijos vivieron lo indecible, desde la búsqueda de alimentación, hospedaje y empleo, hasta el bombardeo de la fuerza aérea norteamericana que destruyó la Villa Korb, propiedad de la buena condesa Manzano, quien tuvo la bondad de recibir a la mujer y a los niños. Durante aquel bombardeo, Rosemarie, la más pequeña de la familia, quedó sepultada. Los moradores de la casona se dedicaron a remover escombros, hasta que descubrieron a la niña con su liebre de tela, entre piedras, barandales despedazados, muebles rotos y cosas inservibles.

Lore Heine, la hermana mayor -la del carácter firme como el de su padre, la de la sonrisa permanente, la de los buenos sentimientos-, quien pasó por la transición hace poco, hizo prometer a Rosemarie -su querida e inolvidable hermana menor- que un día, de alguna manera, publicaría un libro con las remembranzas familiares durante la Segunda Guerra Mundial.

Sabía Lore que, en la hora presente, sobreviven pocos niños de guerra. La mayoría ya falleció, mientras los que viven, en cambio, naufragan en la desmemoria o prefieren no recordar las pesadillas que enfrentaron durante la Segunda Guerra Mundial, quizá porque saben que uno, en un conflicto armado, aunque se salve, ya está roto.

No obstante, en Fuimos niños de guerra descubrimos la historia de los tres hermanos Heine y de otro pequeño, Werner Schade, quienes, como otros tantos, curaron sus heridas y aprendieron a vivir cada día con gratitud, alegría, equilibrio, sabiduría y plenitud, a pesar de las luces y las sombras de la existencia, y esa es la enseñanza que recibimos y el ejemplo que debemos seguir ante la vicisitudes.

Próximamente, a pesar de los días de tristeza, desencanto, contradicciones, hostilidad, odio, desequilibrio y caos que vivimos en México y en el mundo, organizaré diversas presentaciones de Fuimos niños de guerra con el objetivo de que mayor número de personas lo lean. Ya les relataré el aprendizaje y las experiencias.

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Fuimos niños de guerra

SANTIAGO GALICIA ROJON SERRALLONGA

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Fuimos niños de guerra es, para mí, un libro muy especial y significativo. Es el octavo libro que escribo y publico en México, junto con otro del que soy coautor en España; sin embargo, se trata de una obra que aprecio demasiado por lo que representa en mi vida y lo que me enseñó durante el tiempo que le dediqué. Fue como una expedición al ayer, un viaje al pasado, a los acontecimientos históricos que convulsionaron a la humanidad entre 1939 y 1945.

Se trata de una obra basada en hechos reales, en la desgarradora historia que, como niños de guerra, vivieron los hermanos Heine -Lore, Bernd y Rosemarie-, hijos de la maestra de párvulos, Gerda Bisler, y del matemático, físico y químico, el profesor Alfred Heine, desde su éxodo, en Prusia Oriental, ante la invasión del ejército rojo, hasta su peregrinar en Europa, y, en Alemania, aunque con más suerte, el pequeño Werner Schade. Fueron niños de guerra, como se les llamó a los menores durante el segundo conflicto bélico global.

Coincido con la sonriente e inolvidable Lore Heine, quien hace algunos años expresaba a su familia que, en la hora contemporánea, sobreviven pocos niños de guerra, quienes en cierto número prefieren no recordar ni hablar acerca de los acontecimientos que desmantelaron al mundo, mientras otros, en cambio, ya no recuerdan porque la caminata de los años ha borrado el registro de los episodios que presenciaron, de manera que sus imágenes se perdieron en las corrientes y en las profundidades de la desmemoria. Muchos ya no están. Partieron con sus anécdotas y secretos inconfesables. Llevaron consigo, a otras fronteras, sus anhelos, esperanzas, sueños, dolores, alegrías, miedos y tristezas.

Antes del Coronavirus, denominado COVID 19, creado en laboratorios y distribuido estratégicamente en diversas regiones del planeta -la otra guerra mundial-, tuve oportunidad de conversar con mi amiga Rosemarie Schade, a quien admiro, respeto y aprecio mucho, acerca de su historia, como niña de guerra, durante el segundo conflicto armado a nivel mundial, en el intenso e inolvidable siglo XX. Discurrían, entonces, los días de 2019.

Fue en 2020 -el 27 de agosto, si hay que ser precisos-, cuando publiqué, en este espacio, el artículo Mujeres de siempre: Rosemarie Schade, de niña de guerra a dama de viajes y de bien a la gente, el cual fortaleció más nuestra amistad e influyó en nuestras pláticas. Un día inesperado, recibí su correo, desde Colonia, Alemania, en el que expresó que dos personas, en Europa, se interesaban en redactar su historia como niña de guerra; sin embargo, por la amistad y la confianza que le inspiraba como escritor y periodista, deseaba que yo fuera autor de un libro sobre lo que vivieron ella y su familia, incluido su esposo, Werner Schade, en otra región de Alemania, durante el estallido mundial.

Evidentemente, tras leer su correo, le contesté con una afirmación. Y así, tan admirable y respetable mujer que habla varios idiomas, incluido el Español, me compartió, a partir de entonces, narraciones sobre el tema y copias de fotografías y documentos. Todo me pareció demasiado interesante desde el inicio.

A veces, Rosemarie Schade me escribía en Alemán y yo traducía los textos, labor que realizaba con alegría y emoción porque en cada palabra y línea descubría una historia apasionante, con sus luces y sombras, como es la vida en este mundo. Así aprendí a conocer a Rosemarie y a su familia.

Quiero destacar que su hermana mayor -Lore-, la del carácter firme, la sonrisa permanente y el deseo de apoyar a los demás-, quien lamentablemente pasó por la transición hace algunos meses, tenía la idea, hace años, de escribir un libro sobre las experiencias que ella y su familia vivieron durante la Segunda Guerra Mundial; sin embargo, no le fue posible hacerlo ante la caminata impostergable del tiempo que no tiene apegos. Dejó a Rosemarie la encomienda de hacerlo.

Confieso que, tras mucho conocer las experiencias de las familias Heine y Schade, me identifiqué con ellos. Les tengo cariño y respeto. Son personas admirables que demostraron, a pesar de lo desgarrador de la Segunda Guerra Mundial, que los seres humanos, en masculino y en femenino, tienen capacidad de restaurarse, luchar, enfrentar las adversidades y transformarse en personas ejemplares y grandiosas. Rosemarie y su esposo Werner Schade, junto con Lore y Bernd Heine, se han caracterizado por ser gente honesta, buena y productiva. Personas de bien, como suele decirse de los seres humanos educados y buenos.

Por diversos motivos personales, en una época tan desgarradora como fue la del Coronavirus, tardé más de lo habitual en escribir Fuimos niños de guerra, libro que se encuentra en el proceso final de impresión por parte de Editorial Resistencia, con sede en la Ciudad de México, urbe desde la que mandaré ejemplares a Rosemarie y a Werner Schade con la idea de que los difundan en Alemania.

Rosemarie Schade, quien es una mujer extraordinaria, con admirable sensibilidad y talento, me comentó hace tiempo que le interesa traducir la obra a la lengua alemana con la intención de que mayor número de personas, en aquella nación europea, tengan oportunidad de conocer la historia y las experiencias de los niños de guerra durante la segunda contienda mundial.

Otra idea, al escribir y publicar Fuimos niños de guerra, es que las generaciones jóvenes de la hora contemporánea tengan oportunidad de conocer una historia real y que les sirva de ejemplo y motivación para enfrentar las adversidades y los retos, prepararse correctamente y dejar huellas positivas, nobles y grandiosas en el mundo, como lo han hecho Rosemarie y su familia.

Este es el primero de varios artículos que, como escritor, quiero publicar sobre la obra Fuimos niños de guerra, libro que deseo, con mucha ilusión, en primer término, que Rosemarie, Werner, Bernd y toda su apreciable familia lleven hasta la tumba de la inolvidable y querida Lore, quien, indudablemente, volverá a regalarnos una sonrisa desde el plano donde se encuentra.

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