La cuenta de la vida

SANTIAGO GALICIA ROJON SERRALLONGA

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La cuenta de la vida, en el mundo, ofrece un inicio y un final, una aurora y un ocaso, con la oportunidad, el reto y la posibilidad de hacer balances y enmiendas durante el viaje. Si uno anhela realizar una obra magistral de sí, un autorretrato agradable, bello, inolvidable, pleno e irrepetible, es preciso renunciar a las sandeces que caracterizan a los brutos en su manera de sentir, creer, pensar, actuar y hablar, y elegir el estilo que distingue y eleva al ser, más allá de que los días transcurran en una pocilga o en una mansión, en un bote de remos o en un yate lujoso, porque la verdadera evolución y la felicidad no pertenecen a las marcas de barnices producidos en serie que abaratan la estulticia y la superficialidad, sino a algo superior, a una esencia que transporta a otras fronteras, a planos que ni siquiera concibe el engreído que supone que la existencia es breve y, por lo mismo, debe consagrarla a asuntos baladíes. La cuenta de la vida regala la oportunidad de crear un autorretrato genuino, feliz y afortunado.

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Y así son las ilusiones

SANTIAGO GALICIA ROJON SERRALLONGA

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Y así son las ilusiones, sueños que cautivan y envuelven con dulzura, caricias que se imaginan o que realmente se sienten, sonrisas inolvidables que invitan a ser dichosos, flores que regalan perfumes y texturas, gotas de lluvia que empapan una mañana, una tarde o una noche inolvidable de amor, convivencia y alegría. Y así son las ilusiones, privilegios que concede el infinito, tesoros celestes que brotan del alma, sentimientos reservados a ti, a mí, a ella, a él, a ustedes, a ellos, a todos los hombres y mujeres que decidan abrir las compuertas de sus seres. Y así son las ilusiones, un obsequio exclusivo para seres humanos, al que las inteligencias artificiales y todos los sistemas e inventos sintéticos jamás podrán experimentar, a pesar de que finjan sentirlas. Y así son las ilusiones.

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La soledad tiene sus acompañamientos y el silencio sus rumores

SANTIAGO GALICIA ROJON SERRALLONGA

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He comprendido, después de tanto andar, que la soledad tiene sus acompañamientos y el silencio sus rumores. El sabio, el místico, el artista que busca inspiración, el hombre y la mujer que anhelan el reencuentro con su ser y con la energía infinita, suelen refugiarse, en determinados momentos de sus existencias, en el silencio interior, para regresar al mundo con la fórmula, con las ideas, con el itinerario que da sentido a sus vidas y los lleva a la evolución, a trascender, y a derramar bien y luz a los demás. Lamentablemente, en muchas de las sociedades de la hora presente, se imponen las modas de la estridencia, las superficialidades, la estulticia y los instintos, con resultados tan deplorables como los que presenciamos, con gente masificada y atrapada en un vacío existencial insalvable que parece definir un destino oscuro para la humanidad.

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Si todo es tan frágil y se rompe en el camino…

SANTIAGO GALICIA ROJON SERRALLONGA

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Si todo pasa y nada es permanente en el mundo, ¿acaso el viento borrará las huellas de mi caminata y las revolverá con las hojas quebradizas y yertas que una tarde otoñal se desprendieron de los árboles? Si el paseo por el terruño es tan breve y concluye entre un suspiro y otro, ¿tendré fortaleza para continuar la senda a otros planos, a fronteras insospechadas, a niveles superiores? Si todo es tan frágil y se rompe en el camino, ¿estaré completo al finalizar mi jornada y al emprender la travesía a rutas infinitas? Si la vida, en el mundo, es, parece, un juego, un guión breve, un sueño, ¿despertaré en la inmortalidad? Ahora que el agua de los ríos es tan turbia, como los días de nuestras existencias, alguien -y otros más- intenta hacernos creer que formamos parte de un fragmento de lodo deshidratado y seco que se desmorona al apretarlo, y hasta regala la idea de que somos un nada angustiante, terrible e insignificante que perece y no tiene porvenir. Definitivamente, solo quien está vacío, ausente de esencia, se conforma con ser una simple estructura de arcilla. Lamento que tantos hombres y mujeres, en un lugar y en otro, acepten esa condición tan ajena a su verdadera naturaleza, simplemente por preferir que lo arrullen sus debilidades, apetitos y superficialidades. Hay que volar y sentir las caricias del aire, no hundirse en la intimidad del barro que, a veces, atrae por la decoración que le colocan, sin que sea notoria la trampa que guarda en su textura y en sus entrañas. Vayamos por el resplandor, por la luz, por el aliento de la inmortalidad.

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No somos programas artificiales

SANTIAGO GALICIA ROJON SERRALLONGA

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El amor, en cualquiera de sus expresiones, proviene del interior y, a la vez, está conectado a todas las manifestaciones de la creación y de la vida, en un interminable dar lo mejor de sí a otros. El bien es parte de la esencia, con todas sus virtudes y noblezas, y lo practican aquellos que tienen en sí un pedazo de cielo, un trozo de paraíso, un soplo de Dios. Los sentimientos sublimes, igualmente, son el código del infinito, la llave de la inmortalidad. La inteligencia natural, el raciocinio humano, es para desarrollarse, aportar y crecer, escalar la cima de la verdad, superar la muerte y dejar atrás el estado de cosa obsoleta, inútil y yerta. La capacidad, el talento, la creatividad, la inspiración, distinguen a los seres humanos, a los hombres y a las mujeres, y los hacen menos autómatas, maniquíes y rebaños. La sonrisa es el arcoíris que decora el cielo y acaricia cierto lugar del terruño, es el manantial del que brotan gotas diáfanas que se funden en el todo, es la cascada que se derrama en el río y alivia la sed en los desiertos, son las estrellas que alumbran el manto nocturno. Los sueños, las ilusiones, las fantasías, son globos de colores que uno, a determinada hora, revienta con la intención de cumplir sus anhelos. Las convicciones y los ideales parecen cimientos que sostienen a las personas y las impulsan a cumplir sus proyectos, a defender lo que es tan suyo, a disfrutar y heredar lo mejor. En cambio, un aparato, un sistema, quizá pueda ser programado con inteligencia que se regenera, y hasta supere las capacidades de las personas; sin embargo, carecerán de sentimientos y de ese algo mágico y etéreo que a ti, a mí, a ellos, a nosotros, a ustedes, a todos, nos hace tan especiales e irrepetibles.

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Una página en blanco

SANTIAGO GALICIA ROJON SERRALLONGA

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Una página en blanco es, creo, un paisaje nevado al que hay que decorar con escarpas, abetos, piñas, senderos, hondonadas, desfiladeros, cumbres y niebla; es, parece, un desierto en espera de un río cristalino que lo serpentee y flores que le regalen colores, texturas y perfumes; es, también, el oleaje turquesa y jade que, en sus pliegues, esconde incontables fórmulas y secretos insospechados. Una hoja de papel o electrónica, en blanco, es, supongo, un espacio para la inspiración, una hermosa estación en el camino, un sitio que se vuelve pedazo de uno que, como artista, escribe una e innumerables letras, palabras que transmiten sentimientos, ideales, sueños, pensamientos e historias reales y fantásticas. Una página en blanco es la posibilidad de no perderse en el naufragio porque quien escribe y comparte su creación, ya está a salvo. Una hoja en blanco es la prueba que mide la sensibilidad, el talento y la capacidad del autor. Una hoja en blanco es amiga y compañera fiel e inseparable, es confidente leal, y refleja la alternativa entre reproducir el pulso del alma, de la creación, del infinito y de la vida, hasta convertirse en un jardín fragante y policromado, en un bosque supremo, o, al contrario, permanecer estático e indiferente y condenarse a ser, simplemente, una llanura estéril. Una hoja en blanco es, para el escritor, un hogar, un refugio, un baúl que atesora sus creaciones y sus inspiraciones. Una hoja en blanco.

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Las letras del bien y del mal

SANTIAGO GALICIA ROJON SERRALLONGA

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Al principio, fluía el agua etérea y el polvo formaba estrellas y mundos. El Bien y el Mal fueron concebidos por la misma fuente de la que surgieron la energía y la vida. Cada ser tendría libertad de elegir entre uno y otro para así vibrar, trascender y regresar al origen, al manantial infinito, o, al contrario, extraviarse y luchar, una y otra vez, con la intención de reencontrar su esencia y ganarse la cima.

Un día, el Bien y el Mal paseaban por la campiña del paraíso, cerca de los jardines palaciegos de la creación. Decidieron sentarse en una banca con la idea de descansar y conversar. Abundaban los colores y se percibían los silencios, los rumores, las formas y los perfumes de los riachuelos y de los bosques.

Burlón y mordaz, el Mal retó al Bien a trabajar en en la Tierra, con los seres humanos. La tarea consistiría en diseñar, cada uno, un lenguaje especial, palabras que, al hablarlas o al escribirlas las personas, distinguirían a unos y a otros, a sus discípulos y a sus seguidores, conceptos que, al practicarlos, abrirían o sellarían las puertas a diferentes sendas y destinos. El Mal sonrió y mostró los colmillos, sus fauces insaciables.

Interesado en cumplir su labor, la encomienda de Dios, el Bien recorrió el mundo y descubrió, en un lugar y en otro, paisajes de desolación y tristeza, donde la ambición desmedida, el egoísmo, los crímenes, la agresividad, las violaciones, la envidia, el odio, las enfermedades, las guerras, las invasiones, el sometimiento, las injusticias, el poder absoluto, la manipulación, el engaño, el hambre y la miseria encadenaban a la humanidad, en masculino y en femenino, en mayúsculas y en femenino, en celdas, tras barrotes de mazmorras terribles, que los condenaban a perderse.

Entristecido y reflexivo, el Bien se preguntó, aquella noche, en alguno de sus campamentos, por qué los hombres y las mujeres, si están tan solos, se odian tanto y se causan daño. Eran capaces de herirse y matarse. Se traicionaban. Descubrió, entonces, que el Mal se había anticipado con la creación de la palabra odio.

Inspirado y totalmente conmovido, el Bien se acercó a la playa con la intención de escribir sobre la arena la palabra amor, en todos sus conceptos. Las olas y el viento, en su ir y venir, llevaron consigo al amor y lo dispersaron aquí y allá, en un rincón y en otro, de tal manera que, al amanecer, la gente lo encontró en todas partes, como un regalo de la vida, y muchos se convirtieron en sus adeptos, con la dicha de que se trataba de un sentimiento universal que podía aplicarse al padre, a la madre, a los hermanos, a los hijos, a los nietos, a los abuelos, a la pareja, a los vecinos, a toda la humanidad, a la naturaleza, a la vida. Una palabra mágica que, al practicar su significado, tenía poder de encender la bóveda celeste y regalar la fórmula de la inmortalidad.

El Mal, en una de sus andanzas por el mundo, inventó la palabra tristeza, a la que aplicó, en su laboratorio, una dosis exagerada de veneno. Se trataba, pensó el Mal, de un concepto que por sí solo inspiraría desolación, amargura, dolor, como una ponzoña que corroe lentamente y martiriza a quien la padece.

Se concentraba la tristeza en parajes sombríos y desolados, donde todo era pesimismo, amargo y tormentoso. Hombres y mujeres deambulaban y miraban, impotentes, la marcha irremediable de los minutos y de las horas, la partida de sus años y de sus vidas, la disolución de sus historias, en un camino abrupto en el que las flores aparecían marchitas y las ramas de los árboles permanecían agachadas y hundidas en riachuelos fétidos y turbios.

El Bien conocía la potencia corrosiva de la tristeza. De inmediato fue por sus herramientas con el propósito de plantar árboles y cultivar flores de intensa policromía, de textura suave e impregnadas de perfumes deliciosos y encantadores. Formó un jardín que parecía ser un pedazo de eternidad, un trozo de paraíso, donde la vida se mecía feliz. Entonces escribió en la tierra la palabra alegría.

La alegría atraía dicha, fe, esperanza. El Bien fue testigo de la transformación de incontables hombres y mujeres que abandonaron los sótanos húmedos, oscuros y desolados de la tristeza con la finalidad de llegar hasta la campiña multicolor que los ríos serpenteaban como un prodigio de la vida.

No muy lejos, el Mal había creado un ambiente de denigración humana. Las personas, acostumbradas a los tratos injustos y sometidos por las necesidades, el hambre y las enfermedades, eran tratadas con brutalidad y despiadadamente, escena que le disgustó al Bien, quien de inmediato, en su libreta, anotó las palabras dignidad, justicia y libertad. Sopló la página de papel, donde había escrito los tres conceptos, y las ideas volaron hasta cada ser humano que hizo a un lado las mentiras que alguien, y otros más, apoyados por el Mal, difundieron para su manipulación, control y denigración.

Al siguiente día, tras mucho caminar por un desierto y, posteriormente, por una ciudad en la que el asfalto y los materiales sintéticos habían cubierto y asfixiado los poros de la naturaleza, ante la falta de un equilibrio que delataba la ambición de poder y riqueza sin un sentido humano, el Bien pronunció su nombre y lo convidó a la humanidad. El Mal ya había dispersado su nombre. El Bien enseñó el significado del suyo. El bien, con todos sus conceptos, dijo, no solamente es para uno; es fundamental convidarlo a los demás, practicarlo, sembrarlo durante la caminata existencial, porque, junto con el amor, es uno de los rasgos más sublimes y hermosos de la creación.

Cierta ocasión, mientras caminaba, el Bien coincidió con una niña en un parque, quien lloraba desconsolada porque, al atestiguar la muerte de una abeja, experimentó dolor y recordó, además, que su padre, su madre, sus hermanos, sus abuelos, sus tíos, la gente que tanto amaba, fallecerían algún día y los perdería irremediablemente.

El Bien la abrazó y la consoló. Se aproximó a su oído y pronunció, suavemente, las palabras inmortalidad, eterno, infinito. La pequeña, henchida de emoción, devolvió el abrazo al Bien, quien le explicó que la temporalidad es, simplemente, física, y que la verdadera existencia es la de su ser, que tiene porvenir por tratarse de la esencia. Lamentablemente, agregó, la mayoría de la gente olvida que solo se encuentra por un período breve en el mundo, y sufre ante el concepto de la muerte por creerla suprema, cuando únicamente es terrena. El ser, en cambio, es infinito. Le recomendó cuidar la parte física, evidentemente sin olvidar la relevancia de la esencia. Es importante, recomendó, armonizar y equilibrar lo físico, lo mental y lo espiritual.

Cuando el Bien contempló tanto desorden, mal, soledad y violación, elaboró dos palabras maravillosas que regaló a cada ser humano. Las entregó personalmente porque se trataba de un regalo especial y maravilloso, quizá inspirado por el poder creativo: familia y hogar. Dos conceptos prodigiosos que al Mal siempre le ha interesado borrar y desterrar de los sentimientos y de la memoria de la gente, para así desintegrarla, romperla y vaciarla.

Tras regalar, en sus letras, los conceptos familia y hogar, fue testigo de la armonía, el equilibrio y la paz que experimentaron millones de hombres y mujeres. Consideró que ambos son una bendición, un tesoro, que tienen la facultad de elevar al ser y conducirlo a niveles de evolución. Sin una familia y un hogar, la maldad, la ambición desmedida, el odio, los apetitos desbordantes, la envida, las intrigas, el egoísmo, la tristeza, la intolerancia y la esclavitud, entre otros horrores, son carroña, estiércol, larvas que destruyen a la gente sin piedad.

Se dio cuenta, el Bien, de la cantidad desmesurada de personas que vivían con miedo. Las vio encadenadas al temor, con todos sus sueños, ideales, proyectos, ilusiones y talentos desgarrados, sin atreverse a protagonizar una existencia y una historia grandiosas. El Mal había colocado trampas mortales a las personas para acobardarlas, debilitar su voluntad y achicarlas.

El Bien trazó, en su libreta de apuntes, la palabra valor. La ofreció en las casas, en los parques, en las calles, en los espacios públicos. La gente necesitaba tener valor, desechar el miedo y atreverse a ser grandiosa y desarrollar sus planes, sus sueños y sus ilusiones. Escribió valentía, atrevimiento y voluntad.

Iba a descansar el Bien, cuando decidió regresar con la gente, a la que recordó su estructura de arcilla, la cual, por cierto, es primordial cuidar para mantener la salud, el equilibrio y una vida terrena plena; sin embargo, carece de porvenir y solamente es, en consecuencia, pasajera, temporal. La inteligencia es un gran don que es preciso desarrollar porque abre la puerta a talentos y fronteras insospechadas. Los sentimientos, la espiritualidad, vienen del interior, de la esencia, del alma, que, por cierto, es inmortal. Devolvió a las personas las llaves y los secretos que el Mal, ambicioso, les arrebató alguna vez.

El Bien contempló a la humanidad y se sintió cautivado al descubrir tantos hombres y mujeres que deseaban romper las cadenas y evolucionar, trascender, escalar niveles supremos. Emocionado y feliz, el Bien decidió regalarles diversos conceptos y palabras. Escribió en el cielo: amor, bien, libertad, equilibrio, bondad, respeto, sensibilidad, ideales, familia, hogar, felicidad, valor, salud, honestidad, ideales, sentimientos nobles, tolerancia, verdad, armonía, raciocinio, salud y virtudes.

Fue en una pizarra donde el Bien escribió Dios. El rocío de la mañana, las flores, el cielo, los ríos, las cascadas, los manantiales, las estrellas, el océano, la lluvia, el amanecer, la noche, la nieve, el viento, todo lo que había en el mundo llevó el concepto y la palabra, como para demostrar la existencia de una fuerza infinita que pulsa y se expresa en todos los seres y que hay que descubrir y experimentar.

Y se retiró feliz, a su alcoba, con el compromiso de estar cerca de los hombres y las mujeres, en el mundo, para ayudarles a transitar a la cima y evitar que el otro, en Mal, les causara daño y, por lo mismo, los destruyera. El Bien prometió estar con ellos, siempre que lo buscaran con sinceridad. Dios y la vida sonrieron y abrazaron al Bien y a la humanidad, mientras dormían apaciblemente.

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Diariamente, en el pentagrama, hay que inscribir los signos de nuestra historia

SANTIAGO GALICIA ROJON SERRALLONGA

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Estamos hechos, parece, de pedazos, soplos, episodios y sueños; somos, creo, ayer, presente y porvenir, cubiertos de rumores, pausas y silencios. Somos notas inconclusas. Cada instante lo es, junto con nosotros y con nuestro pulso. Tenemos que reunir nuestras piezas y armarnos, si es que deseamos trascender y salvarnos. Diariamente, en el pentagrama, hay que inscribir los signos de nuestra historia. Es preciso, en consecuencia, que hagamos de nuestra vidas conciertos supremos, obras maravillosas, sinfonías magistrales. No desperdiciemos los días de nuestras existencias en notas discordantes. Vayamos por lo sublime, por la luz, por lo infinito, por lo que ennoblece al ser.

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Es el camino hacia un destino hermoso y sublime

SANTIAGO GALICIA ROJON SERRALLONGA

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Breve idea del arte. El arte es el camino que algunos seres humanos -hombres y mujeres- elegimos como estilo de vida para descubrir y conquistar un destino hermoso y sublime. Es, parece, la nostalgia de Dios, de un paraíso que, a veces, parece atrapado en una red o perdido por tantas capas de estulticia y apariencias que sepultan al ser. Es, sin duda, la capacidad de sumergirse en las profundidades infinitas e inspirarse para crear letras y palabras, notas musicales, colores y formas, que envuelven a la gente, llegan hasta sus almas, a sus mentes, y muestran rutas insospechadas, caminos a destinos maravillosos. Es una flor perenne para quienes permiten que los envuelvan su fragancia, su textura y su policromía.

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Fue en verano y en otoño

SANTIAGO GALICIA ROJON SERRALLONGA

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A mi padre, a mi madre… fue un honor ser su hijo

Fue en verano y en otoño cuando ellos, mi padre y mi madre -papi y mami, como les llamé siempre-, dieron la vuelta a las páginas de sus existencias terrenas y partieron a otras rutas, a planos que consideramos superiores porque ambos siempre trajeron consigo pedazos de cielo y de paraísos mágicos y prodigiosos.

Primero, cierto día de octubre de un año cada vez más distante -una madrugada-, mi padre renunció a la temporalidad, a la arcilla, y se fundió con el infinito, con la esencia. Tiempo después, un mes de septiembre de algún año pasado -a una hora de la mañana-, mi madre cerró el libro de su vida terrena y retornó a la fuente de la inmortalidad. Nosotros, sus descendientes, percibimos sus esencias en nosotros, en el alma, en nuestro interior. Sabemos que no están muertos. Viven.

Mi padre, artista -dibujaba y pintaba con maestría, escribía con sensibilidad y talento y tocaba el violín magistralmente- e inventor -trabajaba arduamente en un proyecto genial que aportaría mucho a la humanidad-, voló aviones de dos alas, montó una elefante, participó en el desembarco de Normandía durante la Segunda Guerra Mundial, descubrió cuevas y ruinas, permaneció en un monasterio, impartió clases, leyó incontables libros de diversos temas, laboró profesionalmente, emprendió proyectos y fue un buscador incansable de la vida, siempre con sentimientos nobles, ideales, inteligencia, justicia y valores.

Nosotros, sus hijos, fuimos su bendición y su mayor tesoro, junto con mi madre, a quien tanto amó. Fue hombre con gran fuerza de voluntad, principios y convicciones firmes. Era congruente entre sus sentimientos, su raciocinio, y sus actos y sus palabras. Hacía el bien y fue, como mi madre, un ser noble y de virtud modelo.

Mi madre, amorosa, fiel, sensible, estaba dedicada a su mayor tesoro, nosotros, sus hijos, y al recuerdo de mi padre, a sus plantas, a la música, a su canto, a sus libros y a todos los actos sublimes. Amable, educada, bondadosa, culta, dedicó los días de su existencia a hacer el bien.

Fue un día de septiembre, entre tantos que hemos vivido, cuando ella dio vuelta a la página, a la hoja postrera de su vida terrena, y partió a otras fronteras, a un plano superior, a la fuente infinita de donde vino. Y la sentimos en el alma, en nuestro ser, en el interior.

Para nosotros, sus hijos, fue una bendición, una dicha y un honor tenerlos, en esta jornada terrena, como padre y madre, y estamos seguros, porque así lo sentimos, de que permanecemos unidos por medio de una fuerza infinita y que, en consecuencia, nos espera un destino grandioso en la inmortalidad que late en el alma y pulsa en cada expresión de vida.

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