De las gotas de agua

SANTIAGO GALICIA ROJON SERRALLONGA

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De las gotas de agua, en la inmensidad del océano, aprendo que al compartir su energía, sus motivos, su naturaleza, sus detalles, su esencia, lo que es tan suyo, tienen capacidad de sumar, engrandecerse y ser majestuosas. Las contemplo en el mar y me pregunto si algún día la humanidad asimilará la lección y se integrará a un modelo de unidad que le ayude a realizar tareas grandiosas y a trascender.

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Los recuerdos, el olvido y la gran aventura de la vida

SANTIAGO GALICIA ROJON SERRALLONGA

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Los recuerdos, parece, son idénticos a las sombras que envuelven a la gente y sus cosas, hasta que luego, al retornar las luces, se desvanecen. Los recuerdos y el olvido, las remembranzas y la desmemoria, caminan juntos y, en ocasiones, parecen cómplices de un proceso bastante complejo, mientras en otras, en tanto, queda la idea de su rivalidad. Los recuerdos son pedazos de biografías, resúmenes de historias, fragmento de gente y de lugares, trozos de acontecimientos, y, a veces, uno recurre a sus imágenes con el objetivo de recrearse, mirar sus otros días, justificar su paso por el mundo y evocar a quienes tanto amó, y revisar, evidentemente, múltiples asuntos y episodios; aunque, igualmente, sirven para aprender y enmendar los errores del pasado, mejorar el momento presente y hacer del futuro una estación más grandiosa; hay a quienes les sirven tanto porque se reencuentran consigo, conocen sobre sí y los demás, y siguen su caminata; algunos, tristemente resbalan y quedan atrapados en sus mazmorras hediondas, lóbregas y húmedas. Los pedazos de vida que permanecen en la memoria, son irrenunciables porque forman parte de la historia personal, y, buenos o malos, son cimiento, estructura, sendero y consecuencia de lo que uno es en la hora contemporánea; sin embargo, es perentorio recordar que los días de la existencia son breves y apenas hay tiempo para hacer algo positivo, trascender, evolucionar y dejar huellas indelebles, motivo por el que resulta aconsejable no encadenarse a los tiempos pasados. Mi historia existencial, pienso, ha sido una aventura intensa, con la fortuna de estar con gente muy amada, y si exploro los expedientes del ayer, es porque todos habitan en mi ser, en mi memoria, en mis sentimientos, y nunca podré desterrarlos; pero no estoy cautivo tras las celdas que esperan a los incautos que no superan los asuntos del pasado. La vida inicia cada instante y hay que experimentarla en armonía, con equilibrio, intensamente y con plenitud, dentro de sus auroras y de sus ocasos. No hay tiempo para postergar la gran aventura de la vida.

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Y un día, al paso de los años, me di cuenta…

SANTIAGO GALICIA ROJON SERRALLONGA

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Y un día, al paso de los años, me di cuenta de que la riqueza de la vida no consiste en lucir joyas deslumbrantes ni en presentarse ante los demás con los disfraces de una opulencia egoísta -real o fingida-, sino en un estilo más ligero, en actitudes genuinas que descubran el bien que se hace, las manos que ayudan y que dan a aquellos que realmente lo necesitan, la sonrisa que transmite armonía y paz, las palabras de aliento y consejo, las miradas comprensivas, los oídos que escuchan sinceramente, la capacidad de amar. Y una tarde, cuando ya había transcurrido mucho tiempo, comprendí, al fin, que la vida no desea que le entreguen una canasta pletórica de flores decorativas, celebridad y fortuna, porque es indiferente a lo que cada hombre y mujer obtienen durante su jornada terrena, y esa ligereza, aunque legítimamente es factible obtenerla y disfrutarla, puede estorbar en el proceso evolutivo si no hay armonía, madurez y equilibrio entre lo material y lo etéreo, la arcilla y la esencia. Y una noche, como en todo ocaso, entendí que quien actúa de acuerdo con su naturaleza interior, hace el bien, aporta algo positivo, retira las piedras del camino y deja huellas indelebles para que otros las sigan, tendrá un sueño feliz y tranquilo, con la esperanza de un amanecer pleno y maravilloso.

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La cámara de mi infancia

SANTIAGO GALICIA ROJON SERRALLONGA

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Fue mi compañera de la infancia. Mi abuela paterna -Clara, abuelita Clarita, como le llamaba cariñosamente- me la obsequió cuando era muy pequeño. Al entregármela, dijo que era un regalo muy especial que, indudablemente, me resultaría de utilidad para captar imágenes familiares, mías, de la naturaleza, de los paseos dominicales, de las excursiones y, por añadidura, de los juegos olímpicos; además, explicó, que seguramente me enseñaría mucho.

Era un hombre en minúsculas, un niño de escasa edad, motivo suficiente para que las personas que me miraban tomando fotografías, en aquella época, se sorprendieran por mi pasión por las imágenes. Evidentemente, en el minuto presente, ya nadie se asombra si coincide con un infante que toma fotos porque los aparatos móviles, los celulares y la tecnología forman parte de la cotidianidad. Hemos perdido capacidad de asombro y sensibilidad.

La cámara fue fabricada en Alemania. La marca es Agfa; el modelo, Click I. Tiene la leyenda «Made in Germany». Desde luego, data de la época en que Alemania estaba dividida por el Muro de Berlín. Me encantaba oler los rollos fotográficos, impregnados de perfumes químicos, los cuales, por cierto, eran bastante delicados porque, en caso de que penetrara la luz a sus entrañas, se velaba. Aquello, tan maravilloso para nosotros, debía ser manejado con cuidado o se perdía la posibilidad de obtener fotografías.

Uno abría la tapa posterior con el objetivo de insertar el rollo. En la parte superior, junto al visor, había una perilla para dar vuelta a la película; el número de toma podía observarse por medio de una mica roja que se encontraba en la tapa. Al lado de la lente, existía la opción de elegir entre días soleados, nublados y lluviosos.

Desde muy temprana edad, mi madre me relataba episodios olímpicos y me invitaba a prepararme para, un día de mi juventud, competir, probarme a mí mismo y conseguir una medalla. Imaginaba sus narraciones. Las recreaba en mi mente. Me visualizaba como un gran atleta y así, tan pequeño, todos los días, muy temprano -antes de ir al colegio, en vacaciones y los fines de semana- y en las tardes -al regresar de clases-, corría en la inmensidad del jardín que entonces teníamos, siempre con la idea de prepararme atléticamente. Ese fue el motivo por el que años más tarde, en la universidad, corría diez mil metros diarios, diez kilómetros que significaban veinticinco vueltas a la pista.

Cuando iniciaron las Olimpiadas, tomaba fotografías. Y lo hice, incluso, por medio del televisor. Lógicamente, las imágenes no eran nítidas y presentaban los efectos de la pantalla; sin embargo, mi cámara fotográfica me acompañaba en mis pasiones y en mis sueños. Tomé imagen de los competidores de atletismo, natación, gimnasia, hockey, esgrima, waterpolo, clavados y ecuestres, que eran las disciplinas físicas que más me atraían y gustaban. Un familiar paterno formó parte, en esos días, del equipo de hockey. Años después, su mamá, mi tía, me regaló el traje que él, mi primo, su hijo, utilizó durante la inauguración de las Olimpiadas.

Mi cámara Agfa me acompañó siempre. Fue, parece, fiel a mis delirios, a mis encantos, a mis pasiones, a mi locura, a mis destinos, a mi historia. Me ayudó a captar momentos felices y memorables al lado de mi familia, y si la llevé a los tradicionales paseos dominicales, a los días de campo, a las excursiones, a las reuniones, a los campamentos, a las expediciones y a todos los sitios que fue posible, también es cierto que, en el mar, el oleaje casi me la arrebató. Viajó conmigo a tantos lugares. Conoció y sintió las caricias de la arena, en la playa, el ambiente húmedo y salvaje en la maleza, el calor en los desiertos y la belleza de los bosques, las cascadas y los ríos; pero, igualmente, probó la felicidad en las reuniones familiares y en diversas etapas de mi vida.

Alguna vez, en la primavera de mi existencia, solicité autorización en un museo para tomar una fotografía a una pintura enmarcada, demasiado antigua, que me encantó. Lo hice con acato a las reglas de la institución. No obstante, un soldado se aproximó y, grosero, prepotente y violento, pretendió arrebatarme la cámara. No se lo permití. No estaba dispuesto a perder mi cámara, y menos por un señor irracional, acostumbrado a los gritos y a las majaderías que prevalecen en no pocos de los ambientes militares. Todo fue aprendizaje con mi cámara. Juntos, vivimos aventuras hermosas y aprendimos tanto de cada episodio.

Utilicé mi cámara, paralelamente, en la toma de fotografías de mis antepasados y de sus contemporáneos que aún sobrevivían, como si se tratara de un aparato mágico que me enlazó perennemente con la gente del ayer y de lo que fue mi hoy. Le estoy muy agradecido a mi Agfa Click I. Tal vez, en aquellos años no había demasiadas opciones tecnológicas si las comparamos con las que actualmente existen en las tiendas, en el mundo; pero admito y confieso, porque así fue, que éramos felices con lo que teníamos y, sobre todo, nunca dañábamos a los demás ni ambicionábamos egoístamente lo que con esfuerzo se habían ganado. Eso nos permitía soñar, anhelar y luchar.

Una cámara, para mí, significaba una amiga, una aliada, una acompañante, que me regalaba imágenes de gente muy querida, rostros familiares, momentos inolvidables, instantes consumidos. Claro, mi madre me estimulaba a captar imágenes con mi cámara, mientras mi padre era quien pagaba el revelado de los rollos y la impresión de las fotografías, retratos que hoy, en el presente minuto de mi existencia, miro con amor, nostalgia, recuerdo y felicidad.

En una sociedad en la que la ciencia y la tecnología avanzan significativamente y presentan innovaciones, es natural que una cámara, como la de mi niñez y mi adolescencia, se convierta en reliquia, en evidencia de otros días, y que quede, como la conservo, en la dulce memoria de quienes disfrutamos episodios bellos y encantadores.

Aprendí que, a veces, la gente se pregunta a sí misma: «cuando yo ya no me encuentre en este mundo, después de mi partida, ¿alguien me recordará? ¿Moriré anónimamente? Mi rostro, mi nombre, mis apellidos, mi historia, ¿se perderán? ¿Cómo dejar constancia de mi paso por la vida terrena?»

La fotografía responde: «no te angusties. Yo conservaré tu imagen, tu mirada, tu rostro, tu perfil, tu familia y pedazos de tu historia, en algún instante que se volverá pasado, ayer, remembranza y, quizá, si me rompen o me tiran, olvido; sin embargo, si deseas perpetuarte, trascender y no ser pedazo que finalmente se disuelve, tendrás que hacer el bien, dar lo mejor de ti, aportar algo valioso a los demás, trazar rutas grandiosas y dejar huellas indelebles. Yo solo respaldaré fragmentos de tu biografía; pero a ti te corresponderá definir tu sendero, tu historia y tu destino».

Conservo mi cámara Agfa, compañera de casi toda mi vida. Es pieza del ayer que hoy me recuerda etapas dichosas de mi existencia, capítulos que protagonicé un día y otros más, gente muy amada y tiempos irrepetibles. Increíble, después de tantos años, huele a químicos de los rollos fotográficos; pero también a mí, a mi familia, a la gente de entonces, a los paisajes, a los trozos de mi vida y de mi tiempo.

Texto: Santiago Galicia Rojon Serrallonga

Fotografía: Angelina Arredondo Elizalde

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Duele tanto

SANTIAGO GALICIA ROJON SERRALLONGA

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Duele tanto cuando uno -yo, tú, ella, él, nosotros, ellos, ustedes, todos-, a cierta hora, voltea atrás y descubre huellas en una dirección y en otra, carentes de rumbo y de sentido, rastros que pronto cubrirán el polvo y la desmemoria, como prueba delatora, quizá, de que el paseo por la vida terrena resultó vano, e hiriente el tránsito por parajes ausentes de pétalos y pletóricos de espinas; por eso, hay que cultivar flores, detalles hermosos, ideas geniales, sentimientos nobles, palabras de aliento, actos épicos y, principalmente, dedicar la existencia al bien y a la verdad. Duele tanto, insisto, darse cuenta de que en el balance existe mayor número de minutos, horas, días y años consumidos trivialmente, que momentos dedicados al ser, a la evolución, a dar lo mejor de sí, a regalar sonrisas, a tener la oportunidad de amar, a acompañar, aconsejar y ayudar a los que más sufren; en consecuencia, no es sano desperdiciar cada instante que pasa indiferente y sin despedirse. Duele tanto mirar el sendero recorrido y temer, por diversas circunstancias, repasarlo mentalmente o retornar, tal vez por los fantasmas, los enemigos y las sombras que uno dejó a su paso; por lo mismo, es fundamental transitar por las estaciones de la vida con el resplandor del alma y la belleza y la excelsitud de una vida digna y ejemplar. Duele tanto comprobar, a veces, que nadie quedó atrás ni uno es esperado en la próxima ruta, en el siguiente puerto, motivo por el que es preciso no basar la alegría y el éxito en apariencias ni en la aprobación de otros, porque podría tratarse de espejismos y de simples maquillajes, aunque es aconsejable, en cambio, amar a la gente que está con uno y añadir, en la medida de lo posible, a quienes vibran a una frecuencia positiva, siempre en busca de la luz. Duele tanto, en ocasiones, notar que lleva uno espinas en la arcilla y que lastiman la esencia, y todo por el desamor, por no perdonar, por arrebatar, por odiar, por fabricar demasiado miedo e incontables tristezas y sinrazones. Duele tanto, parece, saber que un día, a cierta hora, concluirá el viaje por la vida terrena y que la mayor parte de la jornada se despilfarró en apariencias, banalidades, estulticia, apetitos incontrolables, indiferencia, ambiciones desmedidas y ausencia de sentimientos sublimes y de inteligencia, tan ásperos como un producto fabricado en serie, carentes de alegría, ideales y sonrisas. La vida es una prueba de todos los días. Regala luces y sombras. La sabiduría consiste en aprender a vivirla entre sus auroras y sus ocasos, y resplandecer plenamente.

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Y se acabó el año

SANTIAGO GALICIA ROJON SERRALLONGA

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Y se acabó el año. Se fue, igual que como llegó, sin adicciones, indiferente a la alegría y a la tristeza, al triunfo y al fracaso, a la salud y a la enfermedad, al gozo y al sufrimiento, a la vida y a la muerte, acaso porque el tiempo le prohibió encariñarse con la gente, quizá porque al enamorarse de algunos seres humanos hubiera realizado escalas para regalarles más minutos, horas y días, y eso, en el mundo y en el universo material, está prohibido. Al tiempo, como a las Matemáticas y a las ciencias exactas, les gusta la puntualidad. Son proclives a la exactitud.

El año se fue sin despedirse. La gente, en sus casas, en los restaurantes, aquí y allá, en todos los rincones del mundo, lo despidieron como un viejo amigo que les acompañó durante la travesía de 365 días. Unos, odian al año que partió, seguramente por lo malo que sigificó para ellos; otros en cambio, lo despidieron con nostalgia, tal vez por lo bueno que les representó.

Al marcharse el año, brindaron por lo que vivieron y se abrazaron y felicitaron por el que llegó. Como la mañana entumece durante el atardecer o la noche se diluye con la aurora, el año se retiró con sus silencios, sí, callado, fiel a su patrón, el tiempo, que le ordenó mantenerse ajeno a los asuntos humanos.

Y que bien que, al celebrar el fin de un año y el nacimiento de otro, hombres y mujeres, en todo el planeta, se reúnan y hagan planes en difeferentes aspectos de sus existencias, proyectos que, lamentablemente, al transcurrir las semanas y los meses, incontables ocasiones quedan en promesas, en las libretas, como algo incumplido, a veces con la creencia de que el año no los favoreció. Y así suelen recordar los años o las décadas como períodos de infortunio.

Mucho hay que insistir en que no es el tiempo una fórmula mágica que trae consigo las transformaciones estructurales en los seres humanos. Sería un error, una aberración y un sentimentalismo creelo así. El año llega sin equipaje y se marcha igual, ausente de cargas y liviandades, carente de recuerdos y olvidos. Son las personas quenes registran el año y los acontecimientos.

La existencia humana y, en general, de toda criatura viviente o yerta, en el mundo temporal, es independiente al tiempo. El tiempo es una medida que la gente utiliza para organizar su existencia, sus asuntos, sus ciclos naturales.

No me permito ser el aguafiestas de las celebraciones de fin e inicio de año; al contario, me alegra mucho que las personas hagan un paréntesis para festejar. No obstante, más allá de brindis, cena, abrazos y buenos deseos, me parece que es aconsejable efectuar un balance de lo que se ha hecho y de lo que falta por llevar a cabo, en todos aspectos de la vida y conforme a la naturaleza y los proyectos de cada ser humano.

Sucede que las botellas, las envoluras de regalos, los desperdicios de bocadillos, son arrumbados en el bote de la basura, como quedan, con frecuencia, las muestras de afecto por temporada, los abrazos, los planes y los buenos deseos.

La realidad y los signos de la hora contemporánea, plantean verdaderos cambios en la humanidad; no emotividades ni promesas que difícilmente se cumplen. La trama de la vida exige compromiso, entrega, responsabilidad, energía y felicidad; no acepta mentiras, falsas actitudes ante los demás, tristezas, sentimientos negativos ni ostentosidades. El amor, el bien, la verdad, la alegría y la honestidad son parte de una vida dichosa, noble y plena.

Es momento de hacer una pausa en nuestro camino existencial con el objetivo de llevar a cabo un balance sobre lo que hemos hecho en la vida y lo que aún falta por llevar a cabo, y no me refiero exclusivamente al dinero, a los negocios, a la profesión que se ejerce; también incluyo la armonía, el bien, la salud, el amor, el conocimiento, la familia, los valores y la estabilidad. El desarrollo debe ser equilibrado e integral. Hay que crecer espiritual, mental, física y materialmente. Es un derecho. Cada uno tiene su meta, sus finalidades, sus motivos. La evolución no admite que alguien sea infiel. La infidelidad, en cualquier aspecto, es un engaño a sí mismo, una traición personal, un acto deleznable.

La vida, en este plano temporal, es un milagro, una bendición, un regalo. Es algo bello y maravilloso que, aquí, dura algunas estaciones. Hay que agradecer el prodigio de vivir que recibimos cada día, con su dualidad, con sus claroscuros, y cubrir nuestras existencias, el viaje que hacemos, con la magia del amor, el bien, los principios nobles, los ideales más hermosos, los pensamientos libres y los actos sublimes, para ser felices en el mundo y preparar el sendero a la inmortalidad.

En consecuencia, deseo a mis amigos blogueros y a quienes tienen la amabilidad de leer mis textos en este espacio, feliz vida, una existencia maravillosa e inolvidable, sin omitir que, en muchos aspectos, cada uno tenemos la facultad de hacer de nuestra biografía una obra magistral. Elijamos la ruta hacia un destino excelso.

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La fórmula

SANTIAGO GALICIA ROJON SERRALLONGA

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He caminado entre la vida y la muerte. Mi andar en las calzadas desoladas y envueltas en niebla, entre árboles corpulentos que proyectan sombras, sepulcros gélidos y yertos, epitafios que ya nadie lee y esculturas de mirada angustiada y triste, donde escabulle el viento fugaz con sus rumores y sus silencios, me ha enseñado, a través de las estaciones, a reflexionar sobre el paso temporal por este mundo.

Mucho tiempo he dedicado a meditar. Como estudioso e investigador de orígenes antiguos, he visitado tumbas abandonadas, criptas ennegrecidas que cubren nombres y apellidos y que, quizá, emulan a la desmemoria que todo lo arrebata a los recuerdos para dispersarlo como lo hace el viento con las hojas secas una tarde otoñal.

También, con profundo embeleso, he admirado las auroras y los ocasos, el nacimiento de cada día y su extinción dramática, horas más tarde. con sus cargas y sus liviandades, como si encerrara un mensaje secreto, un lenguaje oculto, para descifrarlo y, en consecuencia, no desaprovechar la vida humana y expermentarla en armonía, con equilibrio y plenamente.

He visto, con pesar, el duelo y las lágrimas de la gente en los cementerios. Colocan flores y rezan, a veces, creo, en susttución del amor, el bien y los detalles que, por alguna razón, no demostraron a sus familiares ya difuntos. Y las personas, en mayúsculas y en minúsculas, en femenino y en masculino, sienten dolor, soledad, arrepentimiento y tristeza ante tan fuerte ausencia. Se les fue el tiempo. Llegó la noche cuando pensaban que la mañana serpia duradera. Sospechan, desconsolados, que jamás volverán a reencontrarse con sus seres queridos, y lloran y sufren con mayor intensidad.

Unos creen, otros suponen y algunos más piensan o imaginan que, sin duda, al morir, se reunirán con la gente que quisieron y formó parte de sus historias y de sus vidas; sin embargo, la mayoría, en lo más íntimo, desconoce la realidad y se tambalea, hasta que el olvido se empeña en arrancarle al recuerdo las flores, las hojas y los perfumes. La textura se impone a la esencia, acaso por ser de este mundo, y, de esa manera, la vida humana sigue con desequilibrio, entre risas y llanto, apresuraciones y pausas, en su interminable y, en ocasiones, incomprensible dualidad.

Esta tarde, mientras contemplo el follaje, el tronco y las ramas de un viejo árbol, he pensado que si amo desde el alma, si hago el bien desinteresadamente, si dejo huellas para que otros las sigan, si doy ejemplo de actos buenos, si actúo con honestidad y valores, indudablemente, un día, al morir terrenalmente, mi alma recorrerá, antes de llegar a la morada inmortal, el interior de cada persona, y allí iniciará mi entrada al paraíso.

Mi hogar, mi paraíso, será, en un primer paso, al morir terrenalmente, en cada hombre y mujer que me recuerden con amor. Allí estaré, en ellos, y así, no lo dudo, comenzaré mi travesía hacia la inmortalidad. Pienso que si todos decidiéramos practicar esta fórmula, aseguraríamos el ingreso a un pedazo de cielo, a un trozo de infinito, y no habría, entonces, motivos para dudar y sufrir.

La clave se basa, parece, en amar y en hacer el bien a los demás para quedar en el recuerdo, en la memoria y en los sentimientos de la gente. Así, al volver a ser hermanos, perduraremos. Parte de nuestro remanso, al dejar el mundo, serán las almas con las que compartimos la aventura de la vida temporal. Hermoso sendero hacia la vida infinita. Tal es la fórmula.

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La tarde

SANTIAGO GALICIA ROJON SERRALLONGA

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Al caer la tarde, compruebo que el tiempo y la vida no tienen apegos porque, si fuera lo contrario, permanecerían a nuestro lado, en un mundo que, a pesar de estar roto por la autoría humana, invita a quedarse, a no abordar los furgones a otros rumbos, a acampar en la estación; pero al asomar a la carátula del reloj, noto la caminata imparable del péndulo que colunpia los segundos, los minutos y las horas, y descubro, sorprendido, al mirarme en el espejo, el paso efímero de la existencia terrena. Al consumirse el mediodía, el sol y el viento de la tarde entan por las rendijas con caricias que despiden las luces y los colores y aguardan las sombras de la noche, con la nostalgia que, a veces, uno siente al saber que la estancia se agota y que hay tantas encomiendas por hacer y cumplir. Antaño, cada atardecer representaba, dramáticamente, la torrtura de experimentar un final, la proximidad inevitable a los capítulos postreros de mi excursión; pero luego aprendí que la vida, en el mundo, es temporal, un estado previo al tránsito a otros planos, en un círculo interminable que es ruta a estados infinitos. Desde entonces, comprendo que la mañana, y también el mediodía, tienen que agonizar y morir con la llegada del atardecer, una tarde que anuncia la cercanía de la noche, instantes vespertinos que, en ocasiones, provocan nostalgias, arrepentimientos, satisfacciones, alegrías, tristezas, desconsuelos, esperanzas y satisfacciones. Al caer la tarde, reconozco que la noche toca a la puerta y que es capaz de entrar si uno no le abre. Al caer la tarde, ya no hay tiempo de mirar el cielo con la brillantez del sol, contemplar los jardines pletóricos de flores y plantas, hundir los pies en la corriente de agua cristalina, ni tampoco de abrazar a la gente que uno ama, solicitar perdón a quienes se ha ofendido, regalar sonrisas, multiplicar el bien a los demás, aconsejar a los desolados y construir puentes y caminos de armonía, justicia, libertad, paz y respeto. Habrá que esperar, en consecuencia, el paso de la noche y el siguiente amanecer. Y si uno, por fortuna, sobrevive a las calmas y a las tormentas de la noche y la madrugada, llegará al amanecer con sentimientos excelsos y con ideas renovadas con el propósito de resplandecer y así, en cierta hora, trascender. Y hay que hacerlo antes de que caiga la tarde y no sepamos, en la noche, si habrá otro amanecer.

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Y así…

SANTIAGO GALICIA ROJON SERRALLONGA

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Y así se va la vida, entre un suspiro y otro, como las hojas que el viento otoñal arranca una tarde de los árboles y dispersa en la campiña, en los bosques, en todo el paisaje, hasta dejarlas secas y rotas, tan quebradizas como son los minutos y las horas, los sueños y las realidades, la vida y la muerte. Y así huyen los momentos, casi sin darnos cuenta, porque el tiempo es silencioso al andar y discreto en sus actos, a pesar de que siempre deja sus huellas en lo que pisa y toca. Y así se consumen las oportunidades de vivir en este mundo, igual que el vuelo fugaz de una mariposa, las burbujas que surgen de los manantiales y revientan y las flores de efímera existencia. Y así, la gente queda sola, al ya no sentir la presencia de quienes le acompañaron en su generación, motivo suficiente para, en un descuido, naufragar en la soledad, entre recuerdos y desmemorias. Y así, uno, después de conocer la aurora y recorrer las estaciones, se dirige hacia el final del camino terrestre, al ocaso de la existencia humana, con gente, sentimientos, palabras, ideales, pensamientos y cosas que quedan dispersas, como parte de una historia inconclusa. Y así, en medio de tempestades y de calmas, los hombres y las mujeres diseñan y protagonizan sus existencias, cada uno con sus motivos, sus detalles, sus destinos y sus razones. Y así, las criaturas que alguna vez nacen, siguen su travesía irrenunciable por las rutas de la niñez, la adolescencia, la juventud, la madurez y la ancianidad, hasta llegar, en cierta fecha y a determinada hora, a su cita, a la noche de su jornada terrena. Y así, uno deja bellas remembranzas o desencantos, pétalos o espinas, dulzura o hiel, alegrías o tristezas, luces o sombras, en un mundo dual que reta a aprender a vivir con maestría, en equilibrio, plenamente y en armonía. Y así, acaban las oportunidades de amar, reír, aprender, producir, hablar, hacer el bien, practicar las virtudes, ser felices, realizarse y trascender. Y así, después de vivir tanto, la gente tiene que partir a otros rumbos, cruzar fronteras y escalar, gradualmente, a la cima de la evolución, a la vida que palpita infinitamente. Y así se aprende a vivir eternamente o se muere irremediablemente.

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Probablemente

SANTIAGO GALICIA ROJON SERRALLONGA

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Si no entiendes las notas de la vida, inscritas en ti, en mí, en ella, en él, en nosotros, en ellos, en todos, es, quizá, porque te encuentras en el destierro, lejos de tu esencia y, a la vez, encadenado tras barrotes que tú mismo construiste. Si no admiras el paisaje ni disfrutas las caricias del viento y las gotas de la lluvia, es, seguramente, porque perdiste la capacidad de sentir, como lo hacías durante tu infancia distante. Si ya no escuchas, al llover, al nevar, al soplar el aire, al llegar las olas a la playa e impactarse contra los riscos, los rumores y los silencios de cada nota, es, acaso, porque elegiste la locura de la estridencia y te distraes con las apariencias y las sombras. Si olvidaste, por algún motivo, abrazar con emoción, dar un beso sincero, regalar detalles y sonrisas, pronunciar palabras dulces y encantadoras, amar y perdonar, es, posiblemente, porque te acostumbraste al acoso de las espinas, al sabor amargo de las horas repetidas y ociosas, a la ausencia de razones para hacer el bien y ser feliz y pleno. Si no recuerdas ya a quienes forman parte de tu familia, a la gente que ha estado contigo durante las mañanas soleadas y las tardes y las noches de tormenta, es, probablemente, porque diste mayor valor a las supeficialidades, a quienes te divertían con su estulticia y su superficialidad; abandonaste, entonces, la esencia, los sabores, por deleitarte con la cáscara. Si, por alguna causa, no experimentas dicha y paz interior, puede ser que te encuentres en guerra contigo y, por lo mismo, consideres enemigos a los demás. Si los colores, las formas, los sabores y los suspiros de la vida no te atraen y sí, en cambio, te aburren y los malbaratas, significa, parece, que te extraviaste y prefieres acumular baratijas temporales. Si no te conmueven el dolor, el hambre, la enfermedad, las injusticias, el sufrimiento y la ignorancia de los demás, y no reaccionas para aliviar tanta necesidad humana, es, creo, porque en algún instante de tu existencia perdiste la sensibilidad, hasta sepultar tu ser interno y apagar sus voces. Si te enamoraste de las cosas pasajeras y las hiciste tus fines y no tus medios para cumplir la encomienda y trascender integralmente, es, tal vez, porque desde hace mucho deambulas aquí y allá, en el destierro, confundido y sin un itinerario superior. Si renunciaste a tu esencia y ahora tu carga es demasiado pesada, es, quizá, porque no recuerdas tu origen ni tu identidad. Sí. Si no encuentras el rumbo, es, seguramente, por una ausencia de ti en tu propia historia.

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