El fiel recuerdo

SANTIAGO GALICIA ROJON SERRALLONGA

A mi padre

No existe el olvido cuando hay tantos recuerdos que alivian las ausencias, ni son necesarias las flores en las tumbas, donde gravitan las soledades, los vacíos y las tristezas, si acaso uno y alguien más compartieron instantes bellos y cautivantes, momentos irrepetibles, horas fugaces e inolvidables que, dentro de su pequeñez, se agigantaron y se inmortalizaron por su significado especial y por el sentido y la ruta que siguieron.

Tampoco creo que existan los finales dramáticos, tristes y dolorosos porque la vida es un renacer incesante, y más cuando se trata de la esencia, del alma, como la tuya, amado papi. Sí, así te llamaba. Nunca, ni siquiera en los minutos de enojo, te llamé papá ni padre, quizá porque para mí eres un ser maravilloso al que admiro, respeto y ofrezco mi amor más profundo.

Tal vez, por sentirte en mi interior y saberte inmortal, no visito con frecuencia el cementerio, donde reposan tus restos cenizos, unidos a los de mi mami, porque, además, sé que algo estéreo de ti pulsa en mi alma, en los árboles que me regalan sombra, en el agua diáfana que brota de la intimidad de la tierra y alivia la sed de todas las criaturas durante su paseo en las corrientes de los ríos, en la naturaleza, en el universo, en la vida.

¿Flores en una tumba que habla y calla, en un nicho con una placa, cuando tú, mi amado e irrepetible papi, a quien todos los días, desde la aurora de mi existencia hasta el ocaso de tu peregrinar terreno, saludaba con dos besos, uno en cada mejilla, cultivaste jardines para mí y nuestra familia? ¿Cómo llevar una flor humilde y finita a quien se encuentra en el jardín del paraíso?

Este día, cuando la gente celebra el día del padre, te expreso mi amor y mi gratitud por lo grandioso que fuiste y por todo lo que nos diste. Todos los días -tú lo sabes- te recuerdo y te siento en mí. Al llegar a la casa, a mi refugio de artista, a mi buhardilla de escritor, te miro al abrir la puerta, en la galería de retratos familiares que cubren la pared, cerca de los libros que fueron tuyos y que tanto te deleitaron al leerlos. Y te siento en mí, en todo momento, aunque no me encuentre en el hogar.

Hay quienes aseguran que el recuerdo se siente victorioso al asegurar que sus imágenes naufragan en la memoria y sobreviven al morir la gente; otros dicen que, soberbio y vencedor, el olvido desdeña todo y dispersa, igual que el viento barre las hojas secas y quebradizas, las historias y las vivencias. Llega la muerte, agregan, y, engreída, manifiesta que es más poderosa que el recuerdo y el olvido porque todo se lleva y lo esconde en los sepulcros, en las tumbas.

Pienso que no se trata de derrotas ni de triunfos, sino de un amor y de sentimientos tan nobles y profundos, que abren las puertas de la inmortalidad. Uno, al tener un padre como lo fuiste tú en este mundo, recibe bendiciones infinitas, un tesoro invaluable, el regalo y la mirada de Dios que invita a trascender y a no morir nunca.

En diversas ocasiones he relatado, en mis publicaciones, fragmentos de tu biografía y a mis descendientes les he enseñado a amarte, a sentir admiración por ti, a seguir tus enseñanzas, a emular tus sentimientos y tus ideales, a reconocerte en lo bueno, y a caminar por la misma ruta que propicia que uno trascienda, desde luego cada uno con su identidad y sus motivos.

Hoy, cuando la gente celebra el día del padre en los restaurantes, a pesar de que durante el lapso del año permanezcan apagadas muchas de esas emotividades momentáneas y convencionales, o en los cementerios, entre sepulcros, remordimientos, añoranzas y dolores, te agradezco, papi amado, por todo lo que fuiste durante tu jornada terrena, y por ser quien eres, en esencia infinita.

En lo etéreo, desde la profundidad de mi ser, te saludo, como todos los días, con doble beso, uno en cada mejilla, te abrazo y te expreso mi amor y mi gratitud con la certeza de que somos esencia y no estás muerto. Gracias a la vida, mi agradecimiento a Dios, por darme las bendiciones y los regalos más bellos, invaluables y plenos que pueda recibir un ser humano durante su caminata por el mundo.

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