Las páginas de un libro

Santiago Galicia Rojon Serrallonga

Aprendí, por mis padres, a amar los libros. Me enseñaron a acariciarlos suavemente al transitar de una página a otra, como se trata una flor o las cuerdas de un violín magistral y virtuoso. No son desperdicios ni papeles burdos que huelen a tinta; al contrario, cada hoja contiene letras, acentos, signos y palabras que forman ideas, se convierten en arte o en conocimiento y ayudan a la humanidad a trascender. Igual que los seres humanos, los hay pequeños, medianos, grandes, delgados, gruesos, impresos en papel blanco, crema o de otra tonalidad, brillantes o mate, lujosos o humildes en sus presentaciones. Reservan una riqueza inmensurable para quienes se atreven a navegar en sus páginas, zambullirse en sus profundidades y desentrañar su conocimiento. Sus páginas ofrecen océanos recónditos, rutas inexploradas, estrellas de un universo desconocido. Me invitaron, desde la infancia, a internarme en los libros, a navegar en su oleaje, a recorrer el arte y la sabiduría, y así lo hice por convicción. Me enamoré de los libros. Me encantaron. Me inculcaron amor y respeto por cada obra. Descubrí que en cada casa uno detecta las prioridades y los valores de sus moradores, de manera que si dan mayor importancia a una cantina, a botellas de licor y copas, seguramente estarán demasiado encadenados, se encontrarán muy distantes de la cultura y tendrán una venda en los ojos y en la razón; al contrario, si hay libros no ornamentales, sino de consulta y lectura frecuentes, sin duda serán hombres y mujeres educados, libres y plenos. A los ocho años de edad, introducía algún libro en mi mochila, el cual, posteriormente, a hurtadillas, leía en el aula o durante el lapso de descanso. Confieso que me apasionaban e interesaban más los libros que los temas que la maestra impartía en clase. Esperaba con ansias el momento oportuno para abrir el libro en turno y recrearme en sus páginas. El papel impreso olía delicioso y la textura del papel me fascinaba. Recuerdo que en el centro de la ciudad, existía una librería enorme en una alameda, donde mi padre me llevaba con frecuencia. Allí, entre libros, consumíamos las horas de aquellas tardes nebulosas y frías o de lluvia y granizo. Me tenía mucha paciencia, probablemente por amarme tanto, quizá por su pasión por la lectura y el estudio, tal vez por todo. Me enamoraba de alguna obra y pedía a mi padre la comprara. Si por algún motivo no compraba el libro que me interesaba, era capaz de llorar hasta convencerlo. Sentía que algo escapaba de mi vida cuando no conseguía la obra de la que me enamoraba. Y así leí innumerables libros relacionados con materias como Arqueología, Paleontología, Historia, Arte, Literatura, viajes, biografías y diversas ciencias. Acariciaba con emoción la pasta de cada libro, sus páginas, la contraportada. Los libros se convirtieron en mis acompañantes. Fueron testigos de mis horas existenciales. En ocasiones, cuando visitábamos la casa de mi abuela paterna, me refugiaba en una habitación pletórica de obras y objetos antiguos, los cuales, lamentablemente, se perdieron por diversas circunstancias; no obstante, en aquellos días, entre la penumbra, seleccionaba algún libro que leía apasionado. Los había de todos los temas: religiones, doctrinas filosóficas y sociales, novelas y poesía, instrucción arqueológica e histórica, científicos, aviación, biográficos, misticismo, superación personal, técnicos, artísticos. Olía a papel, a años consumidos de sabiduría, a tiempo. A los libros se les trata con amor y delicadeza, igual que un caballero lo hace con una dama. De inmediato se notan la educación y el estilo de las personas al manipular los libros. Hay quienes burdamente pasan las hojas o las doblan, mientras otros colocan los libros en espacios inapropiados; pero también existen aquellos que los tratan con cariño y finura. No dudo que quienes más aprenden de las obras son aquellos que las tratan con amor y respeto. Abramos puertas grandiosas y lleguemos a fronteras insospechadas. Leamos libros escritos con calidad. Si no es posible comprarlos, visitemos las bibliotecas y regresemos la presencia viva a esos recintos que resguardan el conocimiento. Existe un universo inexplorado en las bibliotecas. Hoy, al dar vuelta a las páginas de un libro, recuerdo mis años primaverales, los consejos de mi padre y mi madre, la biblioteca familiar que tuvimos y mis días entre obras. Leer, enriquece la existencia y ofrece un sentido y un horizonte más bellos, sublimes y luminosos.

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7 comentarios en “Las páginas de un libro

  1. Un libro dice mucho más de lo que el autor piensa,hace reflexionar o a veces volar, a veces toca muy sutilmente el alma según lo que se viva y como cada ser humano vive diferentes acontecimientos el impacto resulta muy diferente a cada uno. Te felicito Santiago por tu amor a los libros , tienes un don muy especial. Saludos.

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