La flor minúscula

SANTIAGO GALICIA ROJON SERRALLONGA

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Todos, en el mercado de flores, elegían orquídeas, girasoles, hortensias, lilis, gladiolas, tulipanes y rosas que formaban parte de arreglos y buqués elegantes y hermosos, capaces de despertar embeleso, ilusiones y suspiros. Realmente enamoraban. Cautivaban por su belleza, sus perfumes, sus texturas, su encanto y sus formas. Eran, aseguraban los floristas, pedazos del paraíso que traían las sonrisas del jardinero del infinito. Olían a cielo, a belleza, a eternidad; pero también a fugacidad, a apariencia, a instantes efímeros. Descubrí, entre pétalos, hojas y tallos acumulados en un bote de desperdicios, una flor minúscula y solitaria, entristecida por su destierro y su fatal destino de abandono. La rescaté de la basura desdeñada por floristas y compradores, y la llevé conmigo, entre las páginas de un libro. Ya en casa, admiré sus detalles y comprobé, una vez más, que muchas veces la mayoría denla gente se siente atraída por el aspecto y olvida que en lo minúsculo y en lo sencillo se esconden tesoros insospechados y se abren portales grandiosos. Su color me envolvió y me transportó hasta el momento de la creación, dentro de la eternidad, cuando el artista de la vida deslizó sus pinceles sobre los pétalos delicados y pequeños, sus hojas diminutas y su tallo tan frágil, y colocó detalles, simplemente rasgos y huellas minúsculos de su quehacer. Su perfume me embelesó y me condujo al instante mágico en que sus entrañas recibieron la fragancia del infinito para convidar lo mejor de sí durante la brevedad de su jornada terrena. Miré, en su forma y en sus detalles, la creatividad del jardinero y comprendí la lección que me dio a través de lo que para otros resultó una simple flor minúscula.

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Si todo es tan frágil y se rompe en el camino…

SANTIAGO GALICIA ROJON SERRALLONGA

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Si todo pasa y nada es permanente en el mundo, ¿acaso el viento borrará las huellas de mi caminata y las revolverá con las hojas quebradizas y yertas que una tarde otoñal se desprendieron de los árboles? Si el paseo por el terruño es tan breve y concluye entre un suspiro y otro, ¿tendré fortaleza para continuar la senda a otros planos, a fronteras insospechadas, a niveles superiores? Si todo es tan frágil y se rompe en el camino, ¿estaré completo al finalizar mi jornada y al emprender la travesía a rutas infinitas? Si la vida, en el mundo, es, parece, un juego, un guión breve, un sueño, ¿despertaré en la inmortalidad? Ahora que el agua de los ríos es tan turbia, como los días de nuestras existencias, alguien -y otros más- intenta hacernos creer que formamos parte de un fragmento de lodo deshidratado y seco que se desmorona al apretarlo, y hasta regala la idea de que somos un nada angustiante, terrible e insignificante que perece y no tiene porvenir. Definitivamente, solo quien está vacío, ausente de esencia, se conforma con ser una simple estructura de arcilla. Lamento que tantos hombres y mujeres, en un lugar y en otro, acepten esa condición tan ajena a su verdadera naturaleza, simplemente por preferir que lo arrullen sus debilidades, apetitos y superficialidades. Hay que volar y sentir las caricias del aire, no hundirse en la intimidad del barro que, a veces, atrae por la decoración que le colocan, sin que sea notoria la trampa que guarda en su textura y en sus entrañas. Vayamos por el resplandor, por la luz, por el aliento de la inmortalidad.

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Lo grandioso en el arte

SANTIAGO GALICIA ROJON SERRALLONGA

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Lo grandioso en el arte de las letras es que una novela, un cuento, un poema, un relato, pueden conmover tanto a un lector que una mañana, una tarde o una noche, sin darse cuenta, ya forma parte de una historia grandiosa e irrepetible al transitar del papel y la tinta al plano de la vida. Lo grandioso en el arte de la pintura es que, alguna vez, inesperadamente, el espectador agrega a su existencia las líneas y los colores del lienzo, e ilumina su ser y sus sentidos con fragmentos de un paraíso hermoso y sublime. Lo grandioso en el arte de la música es que las notas se convierten, de improviso, en rumores y en silencios del infinito, en susurros y en sigilos que despiertan la esencia y mueven a la arcilla. Lo grandioso en el arte de la escultura es que llega un momento en que alguien da forma a lo que parece yerto y así inicia, acaso sin percatarse, el milagro de la existencia y la ruta a destinos sin final. El arte se vuelve vida y así ocurre el prodigio. Lo grandioso en el arte es que uno, al crear obras, emula a la naturaleza, a la vida, a la inteligencia infinita.

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Entre balcones y sótanos

SANTIAGO GALICIA ROJON SERRALLONGA

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…Y son, precisamente, los sótanos, los balcones, los laberintos, los salones, las terrazas y los escondrijos del alma y de la mente lo que busco en la humanidad, en la gente, en cada hombre y mujer, porque existen senderos, detalles, rutas, delirios, motivos y destinos que resguardan, entre rumores y silencios, pausas y suspiros, el palpitar de la vida, los secretos de la creación. Busco, en cada uno, la fórmula de la inmortalidad, la línea entre la esencia y la arcilla.

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Cristales rotos

SANTIAGO GALICIA ROJON SERRALLONGA

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El silencio trae sus rumores, sus delirios, sus pausas, sus motivos. Los susurros cargan, también, sus encomiendas, sus razones, sus destinos, sus locuras. Ambos siguen un camino, una ruta, una dirección, un rumbo, una senda, acaso porque forman parte del concierto de la vida, probablemente por tanto tiempo de ser compañeros de viaje y compartir encuentros y desencuentros y hasta bienvenidas y despedidas, quizá porque así es, tal vez por eso y por más.

Las soledades y las presencias también asoman por las rendijas o permanecen en los rincones, en los techos, en las paredes, cerca de las telarañas, con sus recuerdos y con sus olvidos, con sus alegrías y con sus tristezas, con lo que fueron y con lo que son, con sus quereres y con sus desamores.

Ahora, después de mis ausencias y de mis regresos, asomo por las ventanas intoxicadas de herrumbre y descubro cristales rotos y cubiertos de polvo, empañados e irreconocibles ante la caminata implacable del tiempo, heridos por lo que queda atrás y a los lados, en un sitio y en otros más, en los escenarios, las orillas y los puertos que empequeñecen cada instante y que, al paso de los minutos y de los días, parecen muy distantes. Están rotos y cansados de tanto mirar al interior y al exterior. Hay faltantes y sobrantes.

Miro el paisaje. Todo ha cambiado. Nada es igual. La amnesia provoca, a veces, que crea que lo de ayer sigue vigente hoy, como si se tratara de una moda, y que continuará mañana, cuando las cosas, en el mundo, carecen de porvenir; pero retornan la conciencia y la razón para colocar señales en los caminos y en las rutas.

Es innegable que uno, desde adentro, en ocasiones olvida la esencia, el pulso del interior que está conectado a la inmortalidad, supongo que por tanta distracción terrena que arrebata lo mejor de la vida, y así las ventanas permanecen clausuradas, hasta que se oxidan y los cristales se rompen.

Otras veces, en cambio, las dulzuras y las amarguras del exterior son tantas, con sus ocupaciones interminables y sus ocios, con sus apariencias y sus superficialidades, que uno olvida asomarse al interior y volver a casa, a la morada donde se encuentra el ser con su conexión a paraísos insospechados, a planos infinitos, y así es como se complica la realización plena.

He llegado nuevamente a mí. Abriré las ventanas desde el interior y asomaré al exterior con la fragancia y el pulso de mi esencia, con todo lo que soy, para que nunca más vuelvan a quebrarse los cristales. Saldré y entraré con la certeza de que mi fórmula es de esencia y de arcilla, de infinito y de temporalidad, de paraíso y de mundo. Somos parte de un cielo inmortal, pero solemos olvidarlo por tantos motivos.

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Duele tanto

SANTIAGO GALICIA ROJON SERRALLONGA

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Duele tanto cuando uno -yo, tú, ella, él, nosotros, ellos, ustedes, todos-, a cierta hora, voltea atrás y descubre huellas en una dirección y en otra, carentes de rumbo y de sentido, rastros que pronto cubrirán el polvo y la desmemoria, como prueba delatora, quizá, de que el paseo por la vida terrena resultó vano, e hiriente el tránsito por parajes ausentes de pétalos y pletóricos de espinas; por eso, hay que cultivar flores, detalles hermosos, ideas geniales, sentimientos nobles, palabras de aliento, actos épicos y, principalmente, dedicar la existencia al bien y a la verdad. Duele tanto, insisto, darse cuenta de que en el balance existe mayor número de minutos, horas, días y años consumidos trivialmente, que momentos dedicados al ser, a la evolución, a dar lo mejor de sí, a regalar sonrisas, a tener la oportunidad de amar, a acompañar, aconsejar y ayudar a los que más sufren; en consecuencia, no es sano desperdiciar cada instante que pasa indiferente y sin despedirse. Duele tanto mirar el sendero recorrido y temer, por diversas circunstancias, repasarlo mentalmente o retornar, tal vez por los fantasmas, los enemigos y las sombras que uno dejó a su paso; por lo mismo, es fundamental transitar por las estaciones de la vida con el resplandor del alma y la belleza y la excelsitud de una vida digna y ejemplar. Duele tanto comprobar, a veces, que nadie quedó atrás ni uno es esperado en la próxima ruta, en el siguiente puerto, motivo por el que es preciso no basar la alegría y el éxito en apariencias ni en la aprobación de otros, porque podría tratarse de espejismos y de simples maquillajes, aunque es aconsejable, en cambio, amar a la gente que está con uno y añadir, en la medida de lo posible, a quienes vibran a una frecuencia positiva, siempre en busca de la luz. Duele tanto, en ocasiones, notar que lleva uno espinas en la arcilla y que lastiman la esencia, y todo por el desamor, por no perdonar, por arrebatar, por odiar, por fabricar demasiado miedo e incontables tristezas y sinrazones. Duele tanto, parece, saber que un día, a cierta hora, concluirá el viaje por la vida terrena y que la mayor parte de la jornada se despilfarró en apariencias, banalidades, estulticia, apetitos incontrolables, indiferencia, ambiciones desmedidas y ausencia de sentimientos sublimes y de inteligencia, tan ásperos como un producto fabricado en serie, carentes de alegría, ideales y sonrisas. La vida es una prueba de todos los días. Regala luces y sombras. La sabiduría consiste en aprender a vivirla entre sus auroras y sus ocasos, y resplandecer plenamente.

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El aroma de un amor

SANTIAGO GALICIA ROJON SERRALLONGA

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A ti, que dejaste tu perfume en mi alma, en mi mente, en mi textura, en el tiempo, en la inmortalidad

El aroma de un amor queda impregnado en lo etéreo y en la arcilla, en los sentimientos y en la memoria, en uno y en otro cuando funden sus miradas y sonríen. La fragancia de un romance se mezcla con el perfume de las flores enamoradas que el viento agita una mañana de primavera o una tarde otoñal. El olor de dos enamorados -usted y yo- se diluye una noche estrellada y silenciosa, o una madrugada de lluvia, para envolver a los alcatraces, claveles, margaritas, orquídeas, rosas y tulipanes, y darles un encanto que, al otro día, al amanecer, regalan al exhalar sus fragancias. Y así, los perfumes de un amor inolvidable pulsan en el alma, en la mente, en la piel, en la tierra, en las flores, en los ríos, en la arena, en el mar, en los instantes, en la eternidad, en usted y en mí. Cuando un amor es real, se transforma en vivencia y en sueño, en alegría y en sonrisas, en beatitud e ilusiones, en encantos y en detalles, en aroma excelso que se desprende con cada expresión. La fragancia de un amor infinito permanece en ella y en él, en usted y en mí, porque se trata, parece, de un sentimiento que posee la esencia de la inmortalidad y da sentido al alma.

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Suposiciones

SANTIAGO GALICIA ROJON SERRALLONGA

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Suponen, algunos, que el arte de las letras es un acto desgarrador, agobiante, forzoso y aburrido, como si se tratara de cargar y acomodar piedras mientras los demás gozan las delicias de un festín en torno a una mesa pletórica de bocadillos, y no es así porque el encanto y la magia del escritor consisten en recolectar flores y espinas, luces y sombras, esencia y arcilla, agua y arena, para mezclar los ingredientes, regalar historias que cautivan los sentidos e invitar a pensar y a abrir otras puertas. Con las obras literarias se aprende a vivir, a morir, a renacer. No es, la tarea del escritor, un trabajo impuesto ni sujeto a horarios; es, sencillamente, participar en el milagro de la creación. Desconocen, quienes argumentan que el escritor es una criatura atormentada, extraña, solitaria, amargada, huraña e inadaptada, que es un ser que ha recibido, por alguna causa, la fórmula de la creación y de la inmortalidad, el mapa a rutas y a destinos inexplorados, desde los que escucha y transmite, en sus páginas, los mensajes ocultos en los pulsos del infinito. Su tarea es tan natural, intensa y noble que, tal vez, no se percata de que es quien alcanza las estrellas, pisa la tierra y recibe las gotas de lluvia para anotar en su cuaderno el prodigio de la vida. Da constancia, en sus relatos, en sus novelas, en sus cuentos, en sus poemas, de la maravilla y del prodigio de la creación y de la existencia.

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Nacen y mueren los días

SANTIAGO GALICIA ROJON SERRALLONGA

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Nacen los días y saludan en las mañanas, antes de que el sol asome y se mire reflejado en el océano y en los lagos; crecen y se desarrollan con libertad durante los mediodías y las tardes; y envejecen y declinan en las noches, en compañía de la luna y de las estrellas, hasta que, instantes previos a la madrugada, dan el último suspiro y se van definitivamente. Solo quedan registrados en la memoria, en los almanaques y en la historia, si acaso hubo algo prodigioso entre algunos individuos o acontecimientos importantes para la humanidad. Surgen las primeras horas de la mañana, ajenas e indiferente a lo que acontezca en el mundo, tal vez porque saben, desde el principio, que no existen apegos entre caminantes y forasteros que, finalmente, al irse, dejan espacios vacíos. Los momentos, al sumarse, dan por resultado horas, días, meses y años que, a pesar de su temporalidad y de ser una medida, se relacionan con la caducidad de la existencia. Aparecen los amaneceres, en el horizonte, y mueren los atardeceres en sentido opuesto. Llegan las noches y les suceden las madrugadas. Las manecillas giran incesantes. Están contratadas por el tiempo para dar vueltas al mismo ritmo y en un sentido, en la ruta de siempre, sin importar las estaciones, y uno, atrapado en la forma y en la vestimenta de hombre o de mujer, debe encontrar los motivos, las entradas y las salidas, los susurros y los silencios, los puentes y las sendas, la esencia y la arcilla, antes de que, en la vida presente, el corazón pare sus latidos y solo quede la voz de las manecillas. Hay que vivir.

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Las letras, las letras

SANTIAGO GALICIA ROJON SERRALLONGA

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A las letras, el artista las acaricia, las consiente y las enamora desde temprano, al amanecer, durante el día y la tarde. hasta el anochecer y, quizá, en la madrugada, cuando, despierto o en las profundidades del sueño, las musas flotan en el ambiente, en la buhardilla, entre el autor, el papel y la tinta. A las letras se les busca en el abecedario, entre signos y puntuaciones, para que se abracen unas con otras y formen palabras, textos. poemas, cuentos, novelas, relatos. A las letras, el escritor les da un motivo, una razón, un sentido, para que expliquen los significados de la vida, transmitan sentimientos y comuniquen ideas. Las letras pueden ser crueles con los lectores, despiadadas en sus temas e historias, o dulces, bellas, amables y románticas. Enseñan tanto. Las letras son moldeadas por el autor al inspirarse y escribir un poema, un cuento o una novela. Unas y otras se atraen, se buscan, se reconocen. Forman palabras cargadas de sentimientos y de raciocinios. A las letras, cuando uno las llama, se les impregnan los perfumes y los suspiros del alma, los anhelos y las realidades de la arcilla. Son espirituales y materiales. Pueden llegar al alma o mover a la gente. Las letras, al escribirlas el artista, son notas musicales con sonidos y silencios. Tocan a la puerta del alma, entran a la mente, y hacen de sus líneas el cielo inmortal o el terruño de barro. Son las gotas de agua diáfana que, reunidas, forman cascadas, manantiales, ríos, lagos y mares, y se traducen, finalmente, en obras de arte, en literatura que ofrece senderos y destinos insospechados, a pesar de sus luces y sombras. A las letras, si uno las desea transformar en arte, hay que buscarlas cotidianamente, saludarlas, pasear a su lado, hablarles, explorar con ellas los palpitares de la vida y trazarlas correctamente, en instantes de lluvia y en momentos de calor, al nevar o al soplar el viento, en las auroras, cuando las mañanas pintan colores y dispersan perfumes, y en las noches desoladas y oscuras o decoradas con luceros. Las letras son fieles si uno las ama o indiferentes si se les desatiende. Conducen al paraíso o inventan lo más terrible del infierno. Dan idea de lo que, de otra manera, no podría expresarse. Las letras, al amarlas el escritor, conciben palabras, textos que mueven los sentimientos y llegan a los pensamientos e incluso a las acciones. Las letras, las letras.

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