El poema de los minutos y de las horas

SANTIAGO GALICIA ROJON SERRALLONGA

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Los minutos y las horas son palabras silenciosas, péndulos que columpian pedazos de vida, lenguaje y susurros de engranajes y de maquinaria que trabajan de día y de noche, poemas que el tiempo escribe cuando se siente inspirado. Los instantes, cuando callan, dicen tanto; los momentos, al hablar, suelen ocultarse. Los segundos guardan tantos mensajes. El tiempo es un libro que uno aprende a leer cotidianamente con la idea de no extraviarse y seguir un camino, una ruta. Los minutos que otros desdeñan y malbaratan, algunos los transforman en puentes y sendas para transitar al otro extremo, a la orilla donde finaliza la temporalidad y empieza el infinito. El tiempo es un canto que escucho siempre, aunque unos y otros, por modernidad, pretendan suprimir sus manecillas infatigables. El tiempo, dicen, marca huellas en los rostros, en la piel, en la textura de las flores, en los helechos y en la arena de los desiertos y de las playas; pero nada de eso sigo yo, un artista de las letras, rebelde, porque me gusta más escucharlo, percibirlo, sentir sus caricias junto con el viento, e interpretar sus sigilos y sus rumores, oír sus enseñanzas. Cada instante es un poema, notas de un concierto magistral, luces y sombras, trozos de vida.

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Quién que es…

SANTIAGO GALICIA ROJON SERRALLONGA

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¿Quién que es no se ha sentido cautivado, una noche, al contemplar un lago rodeado de abetos y descubrir en la pinacoteca celeste los faroles y los luceros estelares que asoman enamorados al espejo actuático que duerme arrullado por los rumores y los sigilos de las horas? ¿Quién que es no ha experimentado la locura de correr, una tarde de lluvia, en el parque, solo o acompado, y sentir las gotas deslizar en su rostro y empapar su cabello, su ropa y su calzado? ¿Quién que es no ha sentido embeleso al percibir las fragancias de los tulipanes, las orquídeas y las rosas, una mañana primaveral, al internarse en algún jardín con rasgos de paraíso? ¿Quién que es, al admirar el oleaje en su interminable ir y venir y distinguir, en la lejanía, al sol y al horizonte, refugiados entre matices amarillos, maranjas y rojizos, en su romance y en su ósculo vespertino, antes del anochecer, no ha reaccionado con un suspiro que se propaga en el universo? ¿Quién que es, al nacer no trae un pedazo de cielo y al vivir elige, antes de la muerte, su destino en un paraíso o en un infierno? ¿Quién que es no ha reído y llorado, en sus alegrías y tristezas, con el consuelo de no saberse solo? ¿Quién que es no está incluido en los guiones y en las partituras de Dios, en los susurros y en las pausas del viento, en el palpitar de la creación?

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Colores y fragancias de la noche, matices y perfumes de la mañana y de la tarde, murmullos y sigilos de la vida…

SANTIAGO GALICIA ROJON SERRALLONGA

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Colores y fragancias de la noche, matices y perfumes de la mañana y de la tarde, murmullos y sigilos de la vida, auroras y ocasos… Los minutos, las horas y los instantes repetidos durante la mañana, el mediodía y la tarde, llegan a la otra estación, a cierta orilla -la de la noche-, desde la que apagan la luz del sol que ya no asoma y, quizá, desearía trasnochar con las estrellas y la luna en sus juegos y en sus romances inagotables. Los colores, en la oscuridad nocturna, pierden brillo, ganan opacidad, hasta que uno pregunta si son genuinos, si en verdad existen, si se trata de espejismos o de realidades, solo porque no se les ve. Olvidamos disfrutar las tonalidades de la naturaleza y del universo, a través de los sentidos, y perdimos la capacidad de mirar desde el interior. La vida contesta, entre sus acostumbrados rumores y silencios, y no duerme porque su tarea, en el mundo, es crear, restaurar, dar y renacer. La noche, mágica y benevolente, desdibuja las formas y los maquillajes del mundo y de la vida con el objetivo de que la gente, en femenino y en masculino, en minúsculas y en mayúsculas, admire los luceros que decoran el infinito techo celeste y se entregue, en consecuencia, a los sueños, mientras sus almas se funden en un concierto sin final, en la armonía y en el equilibrio de una corriente etérea que no cesa. Los perfumes de la mañana, del mediodía y de la tarde, adormcidos, ceden espacio a las fragancias de la noche y de la madrugada, con sus encantos, en un deleite que, al natural, no huye del engranaje que le da vueltas ni evita los ciclos de la existencia. La mañana, al retornar de nuevo y derramar sus aromas, sus matices, sus formas y sus sabores, desmiente a los incrédulos, a aquellos que pregonan que las oportunidades de ser felices, dar lo mejor de sí, sonreír, hacer el bien y realizarse plenamente, quedan atrás, en las sombras. El día enseña que las sombras son pasajeras y que, por lo mismo, uno selecciona los materiales y las obras que engrandecerán o empequeñecerán su desenvolvimiento espiritual, mental, físico y material, mientras la noche, en tanto, demuestra que hay un momento para vivir y que, si alguien prefiere despilfarrar los instantes que le parecen insignificantes, al llegar las sombras y contemplar su rostro en el espejo, descubrirá que ha transcurrido una fecha más, un período existencial que no regresará nunca. Y así, entre las dunas de una existencia carente de sentido, tan insignificante como su petulancia y lo que ha acumulado sin derramar el bien, tanta gente, pávida y triste, escuchará cotidianamente que el amanecer y la noche tocarán a su puerta como una oportunidad perdida y con el reclamo callado de que mientras dispone de oportunidades y tiempo, otros, los que están desprovistos de todo y sufren tanto, anhelarían, al menos, algunos granos de la arena acuumulada en un desierto carente de sentimientos, ideales, pensamientos y aegría. La aurora y el ocaso derraman sus colores, sus sigilos, sus perfumes, sus murmullos y sus sabores, cada uno con el sentido de su naturaleza y su significado.

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Somos algo

Santiago Galicia Rojon Serrallonga

Somos gotas del manantial y de la tempestad que se funden en el océano, letras y palabras que surgen del abecedario y regresan al cuaderno y al libro, amaneceres y ocasos que coinciden en el horizonte, minutos y horas que aspiran ser infinitas. Somos coincidencia y diseño, encuentro y desencuentro, realidad y sueño. Somos cristales y rocas, nubes y estrellas, dulzura y amargura. Somos lo que imaginamos y lo que hacemos, lo que sentimos y lo que pensamos, lo que sabemos y lo que ignoramos, lo que apagamos y lo que creamos. Somos arcilla, barro, arena, y, principalmente, esencia, luz inextinguible, energía sin final. Somos hombre y mujer, bien y mal, paraíso e infierno, ángeles y demonios, todo y nada, y cada uno tenemos libertad de elegir. Somos, parece, más de lo que suponemos; pero no lo entendemos ni lo intentamos, aunque una voz interna, el viento, las estrellas, los ríos y los árboles lo repitan constantemente.

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