Santiago Galicia Rojon Serrallonga
Contigo descubrí el verdadero sentido de la vida. Me enseñaste, por la esencia de tu ser, que los días de la existencia son breves y que si uno desea, en verdad, traspasar las fronteras del mundo y mecerse en el columpio de la eternidad, hay que construir un puente firme y prodigioso, experimentar una vida en armonía, equilibrada, plena y con amor, justicia y valores.
Me recordaste que si destierro de mi interior a Dios, quedaré atrapado en la noche sin retorno y jamás recobraré la luminosidad. Perder la espiritualidad y la parte divina del ser, equivale, dijiste, a marchitarse, agonizar y perecer.
Lejos de consentir que resbalara a la noche sin final, me convocaste a renacer, a caminar a tu lado por la senda que conduce al horizonte más bello y resplandeciente, al hogar infinito, a la morada de Dios.
Así es como modifiqué mi itinerario existencial. Como que desenterraste los principios y valores que cultivé desde la infancia y una tarde nebulosa y melancólica, sepulté. Me ayudaste a recuperar el mapa de mi vida, sin duda olvidado en algún paraje desolado, en un capítulo no recordado de mi historia.
Vi tus ojos brillantes. Al reconocerme en tu mirada, de inmediato comprendí que eres tú a quien busqué en un lugar y en otro, durante gran parte de mi jornada existencial, acaso porque nunca antes me había descubierto tan pleno en los ojos de alguien, quizá por percibir mi esencia en ti, tal vez por palpar tu estilo irrepetible y especial.
Náufrago de incontables historias, escuché tus palabras, tu voz, como el aventurero que agotado por la travesía, reposa en un paraje y percibe el murmullo de la cascada que lo refresca y los susurros de la naturaleza, los gritos de la creación.
Decidí, entonces, abandonar la embarcación que acumulaba años de navegar por rutas erróneas -oh, la vida se compone de tiempo- y tomar con firmeza el control del timón y la brújula para así llegar a playas y puertos seguros.
Me cautivaste con tu estilo. Ante la opción de desbarrancarme, preferí seguirte, alcanzar tu paso, tomar tu mano y caminar junto a ti. Me gustó. Ahora soy yo, auténtico, intenso, libre, pleno. Andamos juntos con el amor más grande y hermoso, sin perder identidad ni atarnos a caprichos mundanos. Emulé tu ejemplo de vida. Me enamoré de ti, no solamente de tu apariencia tan subyugante, sino de tu riqueza interior que es el paso a lo sublime y a la eternidad.
Es cierto, aprendí contigo que el amor no es la baratija que pasa de una mano a otra, ni el maniquí que permanece alumbrado por los reflectores en un aparador para que alguien lo compre y más tarde, tras haberlo utilizado, lo deseche al descubrir uno más atractivo dentro de las vitrinas de la temporalidad.
Al entregarme tu amor tan diferente, pleno y especial, comprendí que no se trata de poseer a alguien para desencadenar pasiones fugaces que satisfacen los sentidos por instantes, porque muchas veces, es verdad, quienes se expresan los más nobles sentimientos, disfrutan con mayor intensidad un abrazo silencioso durante una noche de lluvia pertinaz, alguna sonrisa y hasta una mirada profunda.
Nadie me mostró, al otrora creerme enamorado, el camino del verdadero amor, ni en mí despertó entonces la capacidad de expresarlo. Tú, a quien he nombrado mi ángel tierno, detuviste mi marcha precipitosa, mi carrera sin rumbo, para enseñarme desde una cumbre el sendero del amor y la felicidad.
Gracias a ti, hoy lo admito, entendí que amar no es igual a adueñarse de alguien, estamparlo en la página de la historia personal y dar vuelta a la hoja para olvidarle. Me recordaste que el amor inicia en uno. Cuando la gente se ama, recupera la capacidad de dar lo mejor de sí a los demás y, en consecuencia, derramar alegría y felicidad sin condiciones ni límites.
Inicié contigo una vida diferente. Dejé a un lado, en el camino que quedó atrás, en las rutas que cancelé, la maleta con las cosas artificiales que me mantenían distraído y alejado de la esencia, para tomar con decisión el equipaje que junto contigo me conducirá a la cima más alta, donde la mirada de Dios es arcoíris y constelación, y su aliento, en cambio, aire, cascada, río, lluvia, porque la creación es eso, amor, armonía, felicidad, vida.
El amor, siempre a tu lado, es tan prodigioso que desmorona los muros de la duda, los celos y las ofensas, porque sus manos son puras y sólo saben construir puentes que salvan de caer a abismos insondables, diseñar caminos por los paisajes más cautivantes, trazar rutas a la eternidad. Nunca será trampa ni jaula.
Tampoco es, advertiste, la sortija que esclaviza ni el contrato que condena a otra persona para convertirla en posesión, en objeto, porque amar a alguien implica tenerle confianza, respetarle, permitir que vuele libremente, esperarle con entusiasmo y quererle toda la vida.
Expresaste que el amor no debe ser motivo de enojos ni tristezas, sino de alegría, detalles y paz. Lejos de derramar el tintero sobre las hojas en blanco, hay que trazar las letras más hermosas y las palabras de mayor belleza y sensibilidad. Nada justifica manchar las partituras. Si uno lo hace, el concierto se propagará discordante; pero si conserva cada signo con limpieza, la obra será magistral.
A tu lado comprendí que si uno desea, en verdad, amar a alguien toda la vida, hay que caminar a su lado, no adelante ni atrás, y hacer de cada momento un detalle, una oportunidad para ser dichosos.
Me enseñaste que un amor especial y diferente, como llamamos al nuestro, no tiene precio ni se le puede medir porque se entrega cuando en verdad se siente e inspira.
Otros, la mayoría quizá, transitan confundidos y se extravían al creer que el amor se relaciona con pasar la noche fugaz al lado de otra persona y al siguiente día, al disiparse las sombras, marcharse en busca de otra aventura que no deja huellas ni bellos sentimientos en el alma. Creen que la vida se justifica coleccionando horas de pasión.
Comprendí, igualmente, que el día y la noche, tan distintos en apariencia, no se oponen; al contrario, se complementan y enriquecen para que la vida y la belleza se manifiesten plenamente. El cielo azul ofrece nubes y un sol resplandeciente; la bóveda nocturna regala incontables luceros. Siempre hay luz cuando se le aprecia y se le busca.
A tu lado, ahora lo confieso, me reencontré con mi esencia, con quien verdaderamente soy. Entonces dispuse mi equipaje con la finalidad de partir contigo a rutas insospechadas porque en ti, mi otra parte, descubrí que el amor y la felicidad no consisten en los espejismos que mueven a la mayor parte del mundo, sino en los tesoros que yacen en el interior y de alguna manera, como algo mágico, se expresan en la vida en sus diferentes facetas.
No niego que también me enseñaste que si no estaba de acuerdo con ese estilo de vida tan diferente a la superficialidad de millones de seres humanos de la hora contemporánea, no existen grilletes que me detengan y la puerta está abierta. Me diste la opción de marcharme si así lo deseaba.
Al escuchar tus palabras, me percaté de tu sabiduría. Me ofreciste, a tu lado, un estilo diferente, sublime, cercano al bien y la verdad, a la vida plena, a la excelsitud, a Dios, y también la opción de marcharme y dedicar los días de mi existencia, como los demás, al derroche de pasiones inciertas y pasajeras, al brillo de las apariencias y a la temporalidad. No me obligaste a permanecer a tu lado porque la elección entre un estilo de vida y otro únicamente la tomaría yo.
Afuera, los apetitos intentaban seducirme; pero al mirarte y sentir desde lo hondo de mi ser el más bello de los sentimientos, supe que eres tú con quien caminaré tomado de la mano para experimentar el verdadero amor, sonreír, ser feliz y alcanzar, al fin, la evolución de mi ser, el regazo de Dios.
No me queda duda. Contigo descubrí el verdadero amor y no lo cambiaré por nada. Tengo la certeza de que un ser humano, al llegar al final de la jornada, puede sentirse feliz y satisfecho cuando observa atrás y descubre que los años de su vida fueron de alegría y valores, y si al voltear al lado encuentra al ser que amó y de quien recibió los más nobles sentimientos, indudablemente ambos compartirán la dicha de mirar al frente y descubrir el resplandor de Dios. Ese es el sendero que elegí contigo.