Mi padre, mi madre, regalos del infinito

SANTIAGO GALICIA ROJON SERRALLONGA

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Tus flores y tus plantas quedaron en el jardín que cuidabas con tanto esmero, abandonado y triste desde aquella mañana que saliste de casa para no volver con tu cariño que se desbordaba, tu amabilidad que contagiaba y tu sonrisa que abrazaba, al lado de tus hijos, tus descendientes y la gente que mucho amaste. Todo quedó solo, como, a veces, me siento estas tardes grises y algunas noches desiertas, ante tu ausencia física, a pesar de que te percibo en mi parte etérea, siempre unidas tu alma y la mía, como nuestras manos cuando, juntos, aliviábamos la sed de tu jardín, el paraíso que nos enseñaste a querer porque, asegurabas, cada expresión natural, por minúscula y humilde que parezca, trae suspiros y perfumes de Dios y del infinito. Aquí estamos, junto a tus flores y a tus plantas, nosotros, tus hijos y tus descendientes, con la fragancia de tu recuerdo, el pulso de tu grandeza y la fórmula que eternamente nos mantendrá unidos. Y si tú, nuestra madre, cultivaste amor, sentimientos nobles y acciones buenas, aquí, en el alma de cada uno, percibimos, también, tu cercanía y la esencia de tu ser, padre querido e inolvidable. Miro tus libros, tus anotaciones, tus hazañas, lo que somos y lo que hacías por nosotros, y doy gracias a la vida por tantas bendiciones a tu lado. Fuiste padre y amigo, guía e instructor. Una madrugada, en tu instante postrero, abandonaste la casa, el hogar, cuando parecía que siempre estaríamos cerca y por fin cumpliríamos los sueños que diseñamos un día y tantos más. Me enseñaste las fórmulas de la vida. Me encantó acompañarte desde la infancia y estar contigo. Siempre tenías algo que enseñar. Eras inagotable. Gracias a ambos, a mi padre y a mi madre, por el amor puro e intenso que nos regalaron, por las enseñanzas y los sentimientos buenos que nos inculcaron, por el mundo real y mágico que trajeron consigo, por el esfuerzo que hicieron para beneficio nuestro, por sus sacrificios, por su compañía tan grata, por sus consejos y por los años de convivencia. Nos regalaron el cielo, pedazos de infinito, la eternidad, el paraíso. Nos sentimos agradecidos, bendecidos y muy orgullosos de ustedes. Gracias por regalarnos tantas bendiciones y un trozo del edén en ese hogar y con la familia que pulsan en mi ser, en mi alma. Fue, creo yo, preámbulo de la inmortalidad. Me siento dichoso porque no siempre la gente recibe un regalo como el nuestro. Muchas gracias.

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Notas musicales

SANTIAGO GALICIA ROJON SERRALLONGA

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Hay que escuchar y sentir las notas musicales con atención, como si surgieran de uno, del alma, y también del universo, del infinito, de las estrellas, de la vida, de las flores, de las gotas de lluvia. Son, quizá, murmullos de un paraíso cercano y distante, o tal vez el lenguaje de la inmortalidad, la voz de Dios, el código de la vida, el idioma de la naturaleza, los signos de la eternidad y de la temporalidad. Es preciso escudriñar sus laberintos y sus fachadas, percibir y descifrar sus rumores y sus silencios, navegar en sus aguas, entender sus luces y sus sombras, interpretar sus motivos y sus encomiendas, experimentar sus cargas y sus liviandades, para descubrir y entender el sentido de la obra. Y así es la vida, es uno y es todo.

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¿A qué hora estábamos tan ocupados?

SANTIAGO GALICIA ROJON SERRALLONGA

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¿A qué hora estábamos tan ocupados que no notamos que el amor, el bien, la paz y lo más hermoso de la vida escapaban igual que las gotas de agua se fugan del lago que otrora, enamorado, reflejaba las frondas de los árboles y el encanto del paraíso? Alguien robaba nuestros tesoros mientras nos distraía con el resplandor de las apariencias y de la fugacidad. ¿En qué momento perdimos la alegría, el respeto y la libertad? ¿Dónde olvidamos lo que era tan nuestro y nos ayudaba a descubrirnos y a navegar a rumbos infinitos? ¿Cuándo permitimos que alguien, y otros más, confundieran nuestros sentimientos, ideales, creencias, planes, sueños y pensamientos, a cambio del maquillaje corriente y malsano de la estulticia, la barbarie y la superficialidad? ¿En qué minuto de la mañana, de la tarde, de la noche o de la madrugada quedamos rotos, vacíos y solos? Si sabíamos que en nuestro interior moran el alma inmortal y el palpitar de la vida, ¿por qué concedimos a otros el privilegio de mancillarnos y hurtar los tesoros que poseíamos? ¿En qué instante fuimos capaces de aceptar la pérdida de equilibrio para caer desgarrados? ¿Por qué temimos a una élite, a las peores criaturas de la especie humana, y les dimos permiso de afectarnos con epidemias, crisis, guerras, sequías, contradicciones, miseria, hambre y escasez? ¿Por qué se los permitimos? ¿En qué lapso del día, en qué fecha, a qué hora, los dejamos convertirse en dioses, manipular la vida y destruirnos? Y si advertimos que sus sistemas, humanoides e inteligencias artificiales afectarán a millones de personas en el mundo, porque sabemos que los avances científicos y tecnológicos no los utilizan para bienestar y progreso de la gente, ¿con qué intención les hemos abierto las puertas a lo que somos y a lo que nos pertenece? ¿En qué segundo les autorizamos denigrar, ridiculizar, dividir y enfrentar a las familias, junto con el bien, la verdad y todo lo bueno? ¿Por qué elegimos apetitos incontrolables, la opción de enriquecernos sin importar empobrecer y lastimar a otros, los espacios para actuar estúpidamente y presumir tanta arrogancia y, a la vez, lo diminutos que somos sin esencia ni valores? ¿En dónde estábamos cuando alguien, y otros más, nos denigraron, robaron y destruyeron? ¿A qué hora sucedió? ¿En qué estábamos tan entretenidos?

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No somos programas artificiales

SANTIAGO GALICIA ROJON SERRALLONGA

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El amor, en cualquiera de sus expresiones, proviene del interior y, a la vez, está conectado a todas las manifestaciones de la creación y de la vida, en un interminable dar lo mejor de sí a otros. El bien es parte de la esencia, con todas sus virtudes y noblezas, y lo practican aquellos que tienen en sí un pedazo de cielo, un trozo de paraíso, un soplo de Dios. Los sentimientos sublimes, igualmente, son el código del infinito, la llave de la inmortalidad. La inteligencia natural, el raciocinio humano, es para desarrollarse, aportar y crecer, escalar la cima de la verdad, superar la muerte y dejar atrás el estado de cosa obsoleta, inútil y yerta. La capacidad, el talento, la creatividad, la inspiración, distinguen a los seres humanos, a los hombres y a las mujeres, y los hacen menos autómatas, maniquíes y rebaños. La sonrisa es el arcoíris que decora el cielo y acaricia cierto lugar del terruño, es el manantial del que brotan gotas diáfanas que se funden en el todo, es la cascada que se derrama en el río y alivia la sed en los desiertos, son las estrellas que alumbran el manto nocturno. Los sueños, las ilusiones, las fantasías, son globos de colores que uno, a determinada hora, revienta con la intención de cumplir sus anhelos. Las convicciones y los ideales parecen cimientos que sostienen a las personas y las impulsan a cumplir sus proyectos, a defender lo que es tan suyo, a disfrutar y heredar lo mejor. En cambio, un aparato, un sistema, quizá pueda ser programado con inteligencia que se regenera, y hasta supere las capacidades de las personas; sin embargo, carecerán de sentimientos y de ese algo mágico y etéreo que a ti, a mí, a ellos, a nosotros, a ustedes, a todos, nos hace tan especiales e irrepetibles.

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Las letras del bien y del mal

SANTIAGO GALICIA ROJON SERRALLONGA

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Al principio, fluía el agua etérea y el polvo formaba estrellas y mundos. El Bien y el Mal fueron concebidos por la misma fuente de la que surgieron la energía y la vida. Cada ser tendría libertad de elegir entre uno y otro para así vibrar, trascender y regresar al origen, al manantial infinito, o, al contrario, extraviarse y luchar, una y otra vez, con la intención de reencontrar su esencia y ganarse la cima.

Un día, el Bien y el Mal paseaban por la campiña del paraíso, cerca de los jardines palaciegos de la creación. Decidieron sentarse en una banca con la idea de descansar y conversar. Abundaban los colores y se percibían los silencios, los rumores, las formas y los perfumes de los riachuelos y de los bosques.

Burlón y mordaz, el Mal retó al Bien a trabajar en en la Tierra, con los seres humanos. La tarea consistiría en diseñar, cada uno, un lenguaje especial, palabras que, al hablarlas o al escribirlas las personas, distinguirían a unos y a otros, a sus discípulos y a sus seguidores, conceptos que, al practicarlos, abrirían o sellarían las puertas a diferentes sendas y destinos. El Mal sonrió y mostró los colmillos, sus fauces insaciables.

Interesado en cumplir su labor, la encomienda de Dios, el Bien recorrió el mundo y descubrió, en un lugar y en otro, paisajes de desolación y tristeza, donde la ambición desmedida, el egoísmo, los crímenes, la agresividad, las violaciones, la envidia, el odio, las enfermedades, las guerras, las invasiones, el sometimiento, las injusticias, el poder absoluto, la manipulación, el engaño, el hambre y la miseria encadenaban a la humanidad, en masculino y en femenino, en mayúsculas y en femenino, en celdas, tras barrotes de mazmorras terribles, que los condenaban a perderse.

Entristecido y reflexivo, el Bien se preguntó, aquella noche, en alguno de sus campamentos, por qué los hombres y las mujeres, si están tan solos, se odian tanto y se causan daño. Eran capaces de herirse y matarse. Se traicionaban. Descubrió, entonces, que el Mal se había anticipado con la creación de la palabra odio.

Inspirado y totalmente conmovido, el Bien se acercó a la playa con la intención de escribir sobre la arena la palabra amor, en todos sus conceptos. Las olas y el viento, en su ir y venir, llevaron consigo al amor y lo dispersaron aquí y allá, en un rincón y en otro, de tal manera que, al amanecer, la gente lo encontró en todas partes, como un regalo de la vida, y muchos se convirtieron en sus adeptos, con la dicha de que se trataba de un sentimiento universal que podía aplicarse al padre, a la madre, a los hermanos, a los hijos, a los nietos, a los abuelos, a la pareja, a los vecinos, a toda la humanidad, a la naturaleza, a la vida. Una palabra mágica que, al practicar su significado, tenía poder de encender la bóveda celeste y regalar la fórmula de la inmortalidad.

El Mal, en una de sus andanzas por el mundo, inventó la palabra tristeza, a la que aplicó, en su laboratorio, una dosis exagerada de veneno. Se trataba, pensó el Mal, de un concepto que por sí solo inspiraría desolación, amargura, dolor, como una ponzoña que corroe lentamente y martiriza a quien la padece.

Se concentraba la tristeza en parajes sombríos y desolados, donde todo era pesimismo, amargo y tormentoso. Hombres y mujeres deambulaban y miraban, impotentes, la marcha irremediable de los minutos y de las horas, la partida de sus años y de sus vidas, la disolución de sus historias, en un camino abrupto en el que las flores aparecían marchitas y las ramas de los árboles permanecían agachadas y hundidas en riachuelos fétidos y turbios.

El Bien conocía la potencia corrosiva de la tristeza. De inmediato fue por sus herramientas con el propósito de plantar árboles y cultivar flores de intensa policromía, de textura suave e impregnadas de perfumes deliciosos y encantadores. Formó un jardín que parecía ser un pedazo de eternidad, un trozo de paraíso, donde la vida se mecía feliz. Entonces escribió en la tierra la palabra alegría.

La alegría atraía dicha, fe, esperanza. El Bien fue testigo de la transformación de incontables hombres y mujeres que abandonaron los sótanos húmedos, oscuros y desolados de la tristeza con la finalidad de llegar hasta la campiña multicolor que los ríos serpenteaban como un prodigio de la vida.

No muy lejos, el Mal había creado un ambiente de denigración humana. Las personas, acostumbradas a los tratos injustos y sometidos por las necesidades, el hambre y las enfermedades, eran tratadas con brutalidad y despiadadamente, escena que le disgustó al Bien, quien de inmediato, en su libreta, anotó las palabras dignidad, justicia y libertad. Sopló la página de papel, donde había escrito los tres conceptos, y las ideas volaron hasta cada ser humano que hizo a un lado las mentiras que alguien, y otros más, apoyados por el Mal, difundieron para su manipulación, control y denigración.

Al siguiente día, tras mucho caminar por un desierto y, posteriormente, por una ciudad en la que el asfalto y los materiales sintéticos habían cubierto y asfixiado los poros de la naturaleza, ante la falta de un equilibrio que delataba la ambición de poder y riqueza sin un sentido humano, el Bien pronunció su nombre y lo convidó a la humanidad. El Mal ya había dispersado su nombre. El Bien enseñó el significado del suyo. El bien, con todos sus conceptos, dijo, no solamente es para uno; es fundamental convidarlo a los demás, practicarlo, sembrarlo durante la caminata existencial, porque, junto con el amor, es uno de los rasgos más sublimes y hermosos de la creación.

Cierta ocasión, mientras caminaba, el Bien coincidió con una niña en un parque, quien lloraba desconsolada porque, al atestiguar la muerte de una abeja, experimentó dolor y recordó, además, que su padre, su madre, sus hermanos, sus abuelos, sus tíos, la gente que tanto amaba, fallecerían algún día y los perdería irremediablemente.

El Bien la abrazó y la consoló. Se aproximó a su oído y pronunció, suavemente, las palabras inmortalidad, eterno, infinito. La pequeña, henchida de emoción, devolvió el abrazo al Bien, quien le explicó que la temporalidad es, simplemente, física, y que la verdadera existencia es la de su ser, que tiene porvenir por tratarse de la esencia. Lamentablemente, agregó, la mayoría de la gente olvida que solo se encuentra por un período breve en el mundo, y sufre ante el concepto de la muerte por creerla suprema, cuando únicamente es terrena. El ser, en cambio, es infinito. Le recomendó cuidar la parte física, evidentemente sin olvidar la relevancia de la esencia. Es importante, recomendó, armonizar y equilibrar lo físico, lo mental y lo espiritual.

Cuando el Bien contempló tanto desorden, mal, soledad y violación, elaboró dos palabras maravillosas que regaló a cada ser humano. Las entregó personalmente porque se trataba de un regalo especial y maravilloso, quizá inspirado por el poder creativo: familia y hogar. Dos conceptos prodigiosos que al Mal siempre le ha interesado borrar y desterrar de los sentimientos y de la memoria de la gente, para así desintegrarla, romperla y vaciarla.

Tras regalar, en sus letras, los conceptos familia y hogar, fue testigo de la armonía, el equilibrio y la paz que experimentaron millones de hombres y mujeres. Consideró que ambos son una bendición, un tesoro, que tienen la facultad de elevar al ser y conducirlo a niveles de evolución. Sin una familia y un hogar, la maldad, la ambición desmedida, el odio, los apetitos desbordantes, la envida, las intrigas, el egoísmo, la tristeza, la intolerancia y la esclavitud, entre otros horrores, son carroña, estiércol, larvas que destruyen a la gente sin piedad.

Se dio cuenta, el Bien, de la cantidad desmesurada de personas que vivían con miedo. Las vio encadenadas al temor, con todos sus sueños, ideales, proyectos, ilusiones y talentos desgarrados, sin atreverse a protagonizar una existencia y una historia grandiosas. El Mal había colocado trampas mortales a las personas para acobardarlas, debilitar su voluntad y achicarlas.

El Bien trazó, en su libreta de apuntes, la palabra valor. La ofreció en las casas, en los parques, en las calles, en los espacios públicos. La gente necesitaba tener valor, desechar el miedo y atreverse a ser grandiosa y desarrollar sus planes, sus sueños y sus ilusiones. Escribió valentía, atrevimiento y voluntad.

Iba a descansar el Bien, cuando decidió regresar con la gente, a la que recordó su estructura de arcilla, la cual, por cierto, es primordial cuidar para mantener la salud, el equilibrio y una vida terrena plena; sin embargo, carece de porvenir y solamente es, en consecuencia, pasajera, temporal. La inteligencia es un gran don que es preciso desarrollar porque abre la puerta a talentos y fronteras insospechadas. Los sentimientos, la espiritualidad, vienen del interior, de la esencia, del alma, que, por cierto, es inmortal. Devolvió a las personas las llaves y los secretos que el Mal, ambicioso, les arrebató alguna vez.

El Bien contempló a la humanidad y se sintió cautivado al descubrir tantos hombres y mujeres que deseaban romper las cadenas y evolucionar, trascender, escalar niveles supremos. Emocionado y feliz, el Bien decidió regalarles diversos conceptos y palabras. Escribió en el cielo: amor, bien, libertad, equilibrio, bondad, respeto, sensibilidad, ideales, familia, hogar, felicidad, valor, salud, honestidad, ideales, sentimientos nobles, tolerancia, verdad, armonía, raciocinio, salud y virtudes.

Fue en una pizarra donde el Bien escribió Dios. El rocío de la mañana, las flores, el cielo, los ríos, las cascadas, los manantiales, las estrellas, el océano, la lluvia, el amanecer, la noche, la nieve, el viento, todo lo que había en el mundo llevó el concepto y la palabra, como para demostrar la existencia de una fuerza infinita que pulsa y se expresa en todos los seres y que hay que descubrir y experimentar.

Y se retiró feliz, a su alcoba, con el compromiso de estar cerca de los hombres y las mujeres, en el mundo, para ayudarles a transitar a la cima y evitar que el otro, en Mal, les causara daño y, por lo mismo, los destruyera. El Bien prometió estar con ellos, siempre que lo buscaran con sinceridad. Dios y la vida sonrieron y abrazaron al Bien y a la humanidad, mientras dormían apaciblemente.

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Es el camino hacia un destino hermoso y sublime

SANTIAGO GALICIA ROJON SERRALLONGA

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Breve idea del arte. El arte es el camino que algunos seres humanos -hombres y mujeres- elegimos como estilo de vida para descubrir y conquistar un destino hermoso y sublime. Es, parece, la nostalgia de Dios, de un paraíso que, a veces, parece atrapado en una red o perdido por tantas capas de estulticia y apariencias que sepultan al ser. Es, sin duda, la capacidad de sumergirse en las profundidades infinitas e inspirarse para crear letras y palabras, notas musicales, colores y formas, que envuelven a la gente, llegan hasta sus almas, a sus mentes, y muestran rutas insospechadas, caminos a destinos maravillosos. Es una flor perenne para quienes permiten que los envuelvan su fragancia, su textura y su policromía.

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Al descubrirme en usted

SANTIAGO GALICIA ROJON SERRALLONGA

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Al mirarla un día, otro y muchos más, a cualquier hora -las de la mañana, las de la tarde, las de la noche, las de la madrugada-, me enamoré de usted, prometí amarla siempre y cubrir su vida con flores y poemas. Entendí, al descubrirme en usted, que nunca la engañaría porque nadie, en el amor, se daña a sí mismo; al contrario, a partir de entonces inicia la travesía a los detalles y a los sueños, a las realidades y a las ilusiones. a la compañía y a la felicidad, y no importa que la caminata sea en el mundo o en el paraíso, en el terruño pasajero o en la morada infinita, porque un amor como el que le ofrezco nunca se agota ni muere. Al coincidir con usted, supe, desde la primera vez que la vi, que algún día y a determinada hora, en cierta fecha, podría fijarme en su mirada de espejo, definirme en sus bellas luces y dedicarle mi vida de artista y de ser humano, con todo lo que soy, desde la esencia hasta la arcilla. Al saberla yo y sentirme usted, comprendí que somos uno y otro sin perder identidad, en un pulso mágico y etéreo, que es principio del amor sin final. Al descubrirme en usted, aprendí que el amor es la encomienda, el motivo, el detalle, el secreto, el delirio, la llave a un vergel que inicia en uno y se extiende al infinito. Es, parece, un regalo de la vida, un tesoro que palpita en uno y en la creación incesante, un pedazo de usted y de mí, el abrazo y la sonrisa, indudablemente, de Dios.

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Un pedazo de esencia, un trozo de arcilla

SANTIAGO GALICIA ROJON SERRALLONGA

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Las letras, como todo el arte, provienen de las profundidades del ser, tienen algo de etéreo y de humano, son inspiración y reflejan la belleza y los sentimientos más nobles; aunque, a veces, por cierto, las utilicemos para expresar descontentos y situaciones complejas del mundo. Hemos olvidado -acaso por la inmediatez, posiblemente por la superficialidad y el apego a las apariencias, probablemente por el anhelo patético y casi exclusivo de obtener riqueza y poder, quizá por la creciente estulticia individual y colectiva, seguramente por dar gusto masivo y seguir modas y tendencias, o tal vez por eso y por algo más- escribir con el alma, con lo mejor de nosotros, y ahora, contagiados de ese mal moderno, hasta nosotros, los creadores, parecemos ignorar que la vida y sus encantos no son mercancía en serie que satisface apetitos, sino arte, el lenguaje que palpita en el interior y, por lo mismo, está conectado al pulso infinito. El arte es la voz del alma, de la naturaleza, del universo, de la creación, de Dios. En la hora presente, algunas hordas humanas -las que más gritan, las que todo lo vulgarizan, las que pretenden enmendar las planas a la vida, las que ambicionan controlar y las masificadas- se han dedicado a romper el arte, a desarticular las letras y las palabras, y a sustituirlas por expresiones que parecen baratijas. Las generaciones actuales ya no leen -argumentan en los medios de comunicación, en las editoriales, en las oficinas de prensa, en las instituciones públicas y privadas, en todos los ambientes-; hay que darles, en consecuencia, imágenes, publicaciones digeridas, ideas fáciles, mensajes estúpidos y vinculados a sus apetitos primarios. Y así, contribuimos a la pereza mental de las personas, hombres y mujeres que serán vaciados espiritual y mentalmente por una inteligencia artificial e indiferente, diseñada para controlar, despojar, manipular y explotar. No sabemos pensar. Permitimos que robaran nuestros principios, valores y sentimientos. Hemos dejado de hacer arte. La inspiración ha sido desgarrada. Escribir, como toda expresión artística, requiere entrega, pasión, creatividad, esfuerzo, disciplina, inspiración, originalidad, dedicación, trabajo. Parece que hemos olvidado imaginar, vivir y soñar. Creemos, erróneamente, que experimentar la vida tan fugaz es entregarnos a apetitos, perder el tiempo en ambientes superfluos y pasajeros, evadir compromisos, responsabilidades y trabajo. Escribir una obra artística significa dejar un pedazo de sí, constancia del equilibrio entre los sentimientos y los pensamientos. Escribir un cuento, una novela, un relato, un poema, es, en el arte, presentar diferentes senderos y estilos de vida, es elegir un rumbo y un destino, es protagonizar tantas biografías e historias, es aprender, es entregar a los lectores trozos de cielo y de mundo. Las letras, como todo el arte, son el lenguaje del alma, de la mente, de la creación, de la vida. Quienes escriben y leen, saben a lo que refiero, y no desconocen, igualmente, que algo tiene de esencia y de arcilla, de infinito y de temporal, de Dios y de humano. Escribir, en el arte, es algo más que una pose; es, simplemente, participar en el excelso e interminable proceso de la creación. Escribir no es imitar las producciones en serie ni recurrir a la tentación de malbaratar el arte, simplemente por complacer a las mayorías; es, sencillamente, asimilar y explicar mucho de lo infinito y tanto de lo temporal, descubrir y presentar al alma y al humano, y aprender a vivir en un plano y en otro.

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La idea

SANTIAGO GALICIA ROJON SERRALLONGA

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La idea, al escribir, es transformar las letras en flores y las palabras en jardines para regalar perfumes deliciosos y colores encantadores y cautivantes. La idea, al escribir, es componer música, aliarme con el lenguaje del viento y las voces del océano, simplemente con el propósito de repartir historias, diseñar rutas y caminar juntos. La idea, al escribir, es decirle a alguien, en especial, que mi amor es fiel e inextinguible porque viene del alma y va al infinito, donde pertenecen los sentimientos más bellos. La idea, al escribir, es cultivar sentimientos, dulzura y pensamientos. La idea, al escribir, es demostrar que las guerras no se ganan con armas que destruyen y matan, sino con amor, justicia, bien, conocimiento, tolerancia, libertad, armonía y respeto. La idea, al escribir, es hilvanar letras en las páginas del cuaderno y dejar huellas indelebles, al deslizar el lápiz o el bolígrafo sobre el papel, para que otros, los que vienen atrás, las sigan sin miedos ni rencores. La idea, al escribir, es volver a ser niños y rescatar la inocencia perdida. La idea, al escribir, es obsequiar ecos y frangmentos de un paraíso mágico y pedazos de mí para que todos sepan que existen otras fronteras y que me sientan su hermano. La idea, al escribir, es presentarles una historia, un relato, y muchos más, con el objetivo de que los vivan y se atrevan a protagonizar biografías grandiosas. La idea, al escribir, es solicitarle a Dios un pedazo de eternidad, tomar algunos suspiros de la vida, y diluirlos en al aire, en la lluvia, en la nieve, para que la gente recupere su esencia y una mañana, una tarde, una noche o una madrugada, a cierta hora, retorne feliz y plena a la morada. La idea, al escribir, creo yo, es invitar a todos a participar en la historia más hermosa y sublime.

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Quizá

SANTIAGO GALICIA ROJON SERRALLONGA

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Tal vez. Quizá, la ilusión de un gran amor motive a conquistar el mundo, emprender una hazaña, cumplir sueños que parecen irrealizables, sorprender y traducir ese hondo sentimiento en la entrega puntual y sincera de un bouquet policromado y fragante, un perfume encantador o, simplemente, una carta, una fotografía, un beso, una mirada profunda, un abrazo, una flor, la hoja de un árbol con un mensaje breve o un detalle sencillo. Puede ser. Una noche romántica, alguien puede, y es válido, prometer la luna, el universo, las estrellas, o solamente mecerse en el columpio de la ensoñación y reír mientras pasan los minutos inexorables y caen la gotas de la lluvia. Las voces y las pausas, los rumores y los silencios, en el amor, dicen y significan tanto. Probablemente es así. Sin duda, quien se enamora, tiene libertad de soñar y pedir incontables deseos, contabilizar los árboles en un bosque o bautizar los luceros. No importa si un amanecer y muchos más, él y ella, en su incorregible locura, salen a la playa y cuentan los granos de arena para depositar en cada uno la huella de su amor. Existen locuras, motivos y libertades en el amor. Un poema, en cambio, es imposible comprarlo con la intención de obsequiar sus letras, porque no es mercancía y requiere la inspiración del artista. No se le compara con las piedras preciosas ni está subordinado a caprichos o pedidos. Es espontáneo. No cualquier persona lo escribe y lo regala. Las letras que se enlazan, como enamoradas dulces y fieles, vienen del alma y no están a la venta. Aquel que escribe un poema a quien ama, un texto cautivante y sublime con todas las razones de un idilio, es porque, definitivamente, se siente profundamente enamorado. Tal vez. Quizá, aquel que es capaz de sentir inspiración con quien percibe en su alma y le obsequia un poema, sabe que el amor lleva a la inmortalidad. No hay duda.

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