La amalgama de los nuevos dioses y la interrogante sin respuesta

SANTIAGO GALICIA ROJON SERRALLONGA

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Me pregunto ingenuamente si ellos, los nuevos dioses -la élite poderosa económica, militar y políticamente que ambiciona controlar, someter y explotar a la humanidad, junto con sus magnates adivinos, sus científicos mercenarios, sus invenciones, sus robots que pronto desplazarán a la gente física y mentalmente, sus equipos que descubren galaxias y su inteligencia artificial que, incluso, define cómo sería Homero Simpson si fuera real- serán capaces de ofrecer una solución real, positiva e integral al calentamiento global, a la escasez de agua, a la falta de alimentos, a las enfermedades naturales y a las creadas, a las guerras y a todas las calamidades que amenazan la estabilidad del planeta y la existencia de miles de millones de hombres y mujeres. Y es que dentro del ejercicio cotidiano y perverso del poder, las noticias mundiales se dedican a difundir profecías de magnates que lógicamente tienen conocimiento de lo que el grupúsculo al que pertenecen hará en contra del mundo, el supuesto descubrimiento del origen de la vida, las causas y la cura de enfermedades mortales , el detenimiento de la vejez y tantos asuntos que, a veces, uno se pregunta cuáles son verídicas y cuántas, al contrario, inverosímiles. Parece un juego sucio, una trampa repugnante y mortal, un acertijo con incontables laberintos que llevan, finalmente, al caos, a la ignorancia, al desquiciamiento, a la pérdida de sentimientos nobles, a los antagonismos, al deterioro de la razón, al mal. Lo están logrando. No hay alguien -artistas, científicos, intelectuales, académicos, religiones, grupos sociales- que los enfrenten porque la realidad es que los opositores, los enemigos de la élite global, son aniquilados o reciben, anticipadamente, los beneficios del nuevo paraíso. Por alguna causa, millones de seres humanos autorizamos, sin darnos cuenta, que los enemigos se introdujeran a nuestras familias, a los hogares, a todas partes, como bacterias y microbios que cada día se fortalecen, para deformarnos, desatar las corrientes del odio y la violencia, deformarnos y presentar un mundo que parece insalvable. Me pregunto, quizá tontamente, la razón por la que esos magnates que vaticinan lo que ocurrirá en el mundo -caray, ellos forman parte del grupo que causa los males- y todos los descubrimientos e invenciones, solamente funcionan para asustar a las multitudes y provocar confusión, terror y destrucción. Resulta que pronto, si lo aprobamos, sus inventos nos desplazarán mental y físicamente a ti, a mí, a nosotros, a ellos, a ustedes, a todos, hasta volvernos parásitos inservibles, mientras una inteligencia que se regenera constantemente será la que decida nuestro destino. Simplemente es una pregunta, como tantas que me formulo diariamente, sobre todo al percibir aquí y allá, en todo el mundo, tanto odio, violencia, enajenación, maldad e ignorancia. Es la era de la brutalidad, desde luego con el apoyo de la ciencia y la tecnología.

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Al terminar mi novela

SANTIAGO GALICIA ROJON SERRALLONGA

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Tras meses de trabajo e inspiración, a una hora y a otra -temprano, en la mañana, y también al mediodía, en la tarde, en la noche y, a veces, en la madrugada-, concluí mi novela. Son 35 capítulos que disfruté intensamente. Fue una experiencia irrepetible, bella e inolvidable en la historia de mi biografía de artista. Una novela que, como otras, me enseñó a vivir, a pesar de que el público, al leerla, ignore los caminos que recorrimos juntos, las aventuras que compartimos, los amaneceres, las tardes y los anocheceres, entre cambios de estaciones. Tuvimos, durante la jornada, encuentros y desencuentros que formaron parte del quehacer artístico y literario.

Uno, al escribir las primeras letras de la novela, asiste al nacimiento de una criatura muy amada, al inicio de una historia que otro día, a cierta hora, estará preparada, con el equipaje en la puerta de la buhardilla, para salir en busca de su destino, acaso en una editorial, quizá en las bibliotecas, probablemente en las librerías, tal vez en tantas partes.

Durante el proceso creativo, me entrego por completo al arte, a las letras, a las palabras, hasta finalmente contemplar mi obra. Es como observar a la hija que un día fue pequeña y dio sus primeros pasos, con quien se compartieron detalles y momentos inolvidables y hermosos. La obra lleva en sus páginas la tinta de su creador. Exhala los perfumes de su linaje. Es tinta y papel, o escritura digital; sin embargo, lleva en su esencia, en su pulso, en sus entrañas, en su apariencia, la inspiración y el esfuerzo del escritor, con sus esperanzas, sus sueños y sus vivencias.

Juntos, mi novela y yo, reímos y lloramos. No es tiempo de revelar el título de mi obra recién concluida; sin embargo, me adelantaré solo con la intención de que mis lectores, a quienes me debo como artista y escritor, sepan que plantea un tema actual y preocupante, el de la enajenación humana y el vacío existencial, el culto a la superficialidad y la estulticia, que promueven con tanta ambición y perversidad alguien, y otros más, y los señores del poder, con apoyo de los mercenarios de la ciencia, la llamada inteligencia artificial con todas sus variantes, sus robots, sus humanoides y millones de personas masificadas.

Nunca he estado en contra de la ciencia y la tecnología. De hecho, mi niñez inolvidable, mi adolescencia y parte de mi juventud transcurrieron al lado de un padre interesado en el aprendizaje, la lectura, el estudio y la investigación, quien anhelaba descubrir una fórmula y aportar un invento valioso para la humanidad; no obstante, estoy en contra de que la ciencia y la tecnología se encuentren al servicio y para beneficio de la élite privilegiada, la del poder económico, militar y político, mientras millones de seres humanos, transformados en rebaños, enfrenten pobreza, enfermedades, ignorancia, falta de oportunidades reales de desarrollo e injusticias.

Mi novela recién concluida -S y V, por las iniciales de su título-, expone al ser humano roto, a la gente de apariencias, a las personas estimuladas por apetitos, a hombres y mujeres intoxicados de ambición y estulticia, a un mundo irreconocible que en su andar diario se apoya, por conveniencia, mediocridad, ignorancia o mediocridad, en muletas, en prótesis, en objetos artificiales e innecesarios, hasta dejar de ser alguien y transitar a algo, versus el poder que adquieren los señores del poder, los nuevos dioses y propietarios del mundo.

Hoy siento nostalgia, como la que he experimentado al concluir otras novelas y obras intelectuales y artísticas; pero mi nueva historia, todavía inédita, necesita que la transcriba de las hojas de papel, en las cuatro libretas que utilicé, al equipo digital, y que revise cada página con la intención de que, finalmente, la presente en la editorial para su publicación. Hoy, lo confieso, extraño la convivencia, el encuentro y la caminata diaria que tuve con mi novela. Está preparada para salir en busca de un destino y ser leída.

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Lo enseña la Historia en sus innumerables ejemplos

SANTIAGO GALICIA ROJON SERRALLONGA

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Dale libertad, poder y confianza a la estupidez, a la arrogancia, a la superficialidad, a la codicia, al odio, a la ausencia de sentimientos nobles, a la envidia, a la deshonestidad, al egoísmo, a la ignorancia, al resentimiento y a la deslealtad, y pronto tendrás ante ti un tirano, un verdugo que, despiadado e indiferente, abusará, aplastará y someterá a todos, incluido tú. La Historia lo enseña en sus innumerables ejemplos. Es algo que acontece en todos los niveles sociales. Solo hay que voltear a las escuelas, a las oficinas, a los gobiernos, a todas partes donde prevalecen ausencia de amor, bien, razón y virtudes. Yo lo veo y, en ocasiones, lo enfrento en los ambientes laborales, profesionales y sociales.

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¿Flores anticuadas?

SANTIAGO GALICIA ROJON SERRALLONGA

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El otro asunto es que innumerables hombres y mujeres creen que la amabilidad, la educación, la bondad y la sencillez son flores anticuadas que crecen en un jardín prohibido -el del minuto presente- y que, por lo mismo, es perentorio arrancarlas porque les estorban por estar tan acostumbrados a la estulticia, a lo burdo, a la inmediatez, a la superficialidad, al rechazo, a la ignorancia, a la hostilidad. Hay quienes tratan a las personas amables, educadas, buenas y sencillas con desdén, como si fueran individuos tontos y sumisos que no merecen dignidad ni respeto, al mismo tiempo que, en tantos ambientes sociales, parece que tienen éxito, son reconocidos, reciben admiración y adquieren beneficios materiales aquellos que exigen, gritan, dividen, insultan y agreden. Resulta que hoy son más apreciados los cardos, las hierbas venenosas y los matorrales que las flores y las plantas de exquisita textura, deliciosamente perfumadas y de tantos colores. Y así es en los colegios, en las oficinas, en los despachos, en las fábricas, en los talleres, en los ambientes sociales. Pocos, en realidad, admiran y valoran a la gente amable, educada, buena y sencilla.

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Temor en los estantes

SANTIAGO GALICIA ROJON SERRALLONGA

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Los libros permanecen en los estantes, acomodados pacientemente en algún momento, con la esperanza y la ilusión de que alguien -un intelectual, un estudiante, un académico, un lector, un transeúnte- siga, en sus páginas, las letras y las palabras, con sus sensibilidades y sus razones, sus motivos y sus rutas, sus exposiciones y sus destinos; sin embargo, transcurren los minutos y las horas que, inesperadamente, se convierten en días, en semanas que, gradualmente, apagan, en las hojas de papel, el optimismo de ser elegidos.

Miran, desde los cristales de la librería, los otros negocios -agencias automotrices, boutiques, cantinas, joyerías, restaurantes, zapaterías- y suspiran, una y otra vez, al descubrir que la gente entra y sale, indiferente a la lectura, acaso por la prisa que invade sus vidas, quizá por el desinterés en la cultura, tal vez por tantos motivos que uno desconoce.

Huele a papel y a tinta, a conocimiento y a imaginación, a formalidad y a sueños, a investigación y a inspiración. Conducen, sus letras, a senderos y destinos insospechados; pero otros -la mayoría- prefieren la marca del calzado para andar y dejar huellas endebles o seguir a quienes son moda y tendencia, convencidos, adicionalmente, de que la gente ya no lee. Huelen a sabiduría, a evolución; sin embargo, se comercializan más los perfumes fugaces, atrapados en cristales, con marcas de prestigio. Aman a los niños, a los adolescentes, a los jóvenes, a la gente de cualquier edad, a quienes abrazan y regalan sentimientos e ideas; aunque las multitudes rechazan los amores y los apegos del arte, la ciencia, la tecnología y el conocimiento en general, acaso porque les resulta más atractivo distraerse en la comodidad de las superficialidades y la ignorancia, quizá por creer muchos que vale más una noche de apetitos desbordantes, trivialidades e infidelidad que horas nocturnas en compañía de las letras que abren las puertas al infinito.

Ciertas horas se dedican al estudio, al trabajo, a la diversión, a la convivencia y al descanso, lo saben las obras que permanecen reunidas en las las bibliotecas y en las librerías; no obstante, los momentos de lectura parecen desterrados de los menús de la vida cotidiana. No es tanta la gente que lee. Algunos libros de papel y de tinta moran en bibliotecas, en librerías, en tiendas, en espacios que muy poca gente visita, mientras otros, en cambio, se refugian en planos digitales, en mundos cibernéticos, en una lucha contra la inteligencia artificial, el uso inadecuado de las redes sociales y otras funciones que parecen decirles que ya no se les necesita en el mundo, que ya quedaron rebasados y forman, en consecuencia, parte de historias y recuerdos que nadie desea conservar.

También, en los estantes de las casas, los libros sienten temor porque la gente suele tirar a la basura los objetos que no les son útiles, las cosas que no les interesan. Algunas personas los conservan como reliquias, quizá en el nivel de adornos y trofeos de caza o tal vez para demostrar y presumir que leen; sin embargo, ese tipo de coleccionistas podría sustituirlos por botellas de licor o por fetiches de moda. Su posesión de libros es simulación.

Extrañan los libros a los lectores que viajaban en los tranvías, en las bancas de los jardines, en algún espacio de la casa, en las aulas, en una cafetería, en la comodidad de la sala, en cualquier lugar y a toda hora. Añoran a los padres y a las madres que, amorosos, leían cuentos, historias y relatos a sus hijos pequeños durante las noches de tempestad. Desean mostrar sus textos, las historias y los argumentos que resguardan, para caminar, en una hermandad genuina, al lado de hombres y mujeres.

Los libros se sienten nerviosos e inquietos. Saben que quienes pretenden apoderarse de la voluntad humana y de las riquezas materiales del mundo, ejercer control absoluto sobre todos los pueblos, no son amigos de la cultura y, por lo mismo, prefieren que las multitudes vivan en la ignorancia. Llegará una fecha, sin duda, en la que los libros se prohíban en los hogares, en las escuelas, en todas partes, y que aquellas obras que se publiquen, solamente contengan doctrinas impuestas por una élite perversa con la intención de manipular y controlar a la gente.

Confían, los libros, en ser rescatados por gente evolucionada y con capacidad de defender el conocimiento, el arte, la cultura. A pesar de las modas, las imposiciones, las tendencias, las doctrinas retrógradas, la enajenación y las políticas represoras, siempre hay hombres y mujeres, en todas las generaciones, comprometidos con el bien y la verdad. Los libros esperan, impacientes, que la gente despierte del letargo individual y colectivo que, más tarde, se convertirá en sometimiento. Por su cultura, saben que a la humanidad le esperan las fauces temibles de una época oscurantista. Hay incertidumbre en los libreros.

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Otro de los temas preocupantes

SANTIAGO GALICIA ROJON SERRALLONGA

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… Otro de los temas preocupantes es que las generaciones de la hora contemporánea, al nacer, ya se encuentran inmersas en ambientes locales, nacionales y globales de ausencia de amor y de bien, desbordantes de odio y de violencia, maquillados de asuntos, modas y tendencias que parecen ser la verdad, carentes de sentimientos nobles y de racionalidad. Quienes nacen, en los minutos actuales, se acostumbran, por tratarse de su época y de lo que está a su alcance, a la escasez, las crisis económicas, las guerras, las enfermedades contagiosas y el control de los más poderosos a los más débiles. No saben que alguna vez hubo alegrías, creatividad, ilusiones, libertad, originalidad y sueños. No disponen de elementos de comparación. La gente que pudo relatarles cómo era el mundo apenas unos años antes, ya murió o anda ocupada en diferentes asuntos, independientemente de que, a través de los medios de comuicación y las redes sociales, les enseñan a no respetar a los adultos y a desechar lo que les parezca caduco. La superficialidad, con sus estupideces y ligerezas, resulta tan pesada y tóxica, que cubre e impide sentir desde el alma y razonar. Nadie se atreve a denunciar públicamente lo siniestro del proyecto de dominar el mundo y someter a la humanidad. Y a los que lo hacemos, nos descalifican. Por favor, quienes aún se encuentren completos, espiritual y mentalmente, hablen, despierten y guíen a las generaciones actuales. Impidamos que una élite perversa se apodere de las voluntades y del destino humano. No acostumbremos a los niños y a los adolescentes al mal, al odio, a la superficialidad, a la falta de sentimientos nobles y de raciocinio. Si cada adulto se comprometiera a inculcar valores, sentimientos e ideas a los niños y a los adolescentes, sumaría y multiplicaría el bien y la verdad, hasta desvanecer al grupúsculo que, a nivel mundial, ambiciona controlar a millones de hombres y mujeres. Los niños, los adolescentes y los jóvenes permanecen envueltos en el mundo y en la realidad que les han fabricado, de la cual todos somos, en parte, responsables. Resulta perentorio despertarlos, inculcarles valores, hablarles con la verdad, antes de que la noche más oscura y desolada llegue a sus existencias.

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Preocupan las generaciones de la hora contemporánea

SANTIAGO GALICIA ROJON SERRALLONGA

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Entristece y preocupa que las generaciones de la hora contemporánea -niños, adolescentes y jóvenes, específicamente- coexistan en un ambiente intoxicado, con exceso de maldad y de violencia, ausente de bien y de sentimientos nobles, entre la irracionalidad, el miedo, la intolerancia, la superficialidad, las enfermedades y la mediocridad, con listas de ausencias por las muertes que interrumpen vidas, proyectos, alegrías. Mortifica que se acostumbren al mal y no al bien, a la enfermedad y no a la salud, a los barrotes y a las cadenas y no a las alas y a los aires de la libertad, a la agresividad y al odio y no al amor, al antagonismo entre opuestos y no a la armonía y al respeto, a las tristezas y no a la felicidad, a la guerra y no a la paz, a las carencias y no a la prosperidad, a la ignorancia y no al conocimiento, a la cáscara y no a la esencia, a la muerte y no a la vida. ¿Dónde encontrarán lo noble, la luz, lo sublime, si hoy el ambiente ofrece ejemplos nocivos, consumo e inmediatez sin sentido, incapacidad de amar y perdonar? ¿Dónde la dicha que merecen, el conocimiento que los hará libres, los sentimientos y los valores para trascender? Alguien que desde la niñez, la adolescencia y la juventud se acostumbra a coexistir en medios tan tóxicos, y carece de puntos de referencia hacia rutas plenas, se acostumbra a lo malo y, más tarde, al multiplicarse, al convertirse en padre, en madre, entrregará a sus hijos la herencia de un infierno. Nos estamos yendo. No es necesario llegar a los 90 o 100 años de edad para preparar las maletas; actualmente, a cualquier edad, el tropel de la muerte, casi dirigida, interrumpe jornadas existenciales. Dejamos cosas y proyectos inconclusos. Estamos rotos. Lucimos irreconocibles, hundidos en el barro pegajoso y revuelto, incompletos. ¿Estamos haciendo algo trascendente por nuestros hijos, por la familia que tenemos, por los niños, los adolescentes y los jóvenes del minuto presente? Me parece que no todos estamos cumpliendo. Hay, en las generaciones de menor edad, personas excepcionales, gente maravillosa y amable, minúsculas, en femenino y en masculino, con sentimientos nobles, dignidad, ideales, sueños, entusiasmo y proyectos bellos; pero el mal aplasta, deforma y mata, y es preciso salir a las calles, a cualquier hora, en todos los rumbos, para descubrir la realidad tan lamentable y preocupante. ¿Hasta cuándo reaccionaremos? La solución al panorama sombrío que hoy presenciamos y que pronto aniquilará a la humanidad, o al menos a un porcentaje considerable, es a través de inculcar sentimientos nobles, motivar a hacer el bien, invitar al conocimiento, enseñar a amar, explorar rutas superiores, desterrar el mal. Comencemos hoy. Mañana, al amanecer, será demasiado tarde.

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Y aquella noche

SANTIAGO GALICIA ROJON SERRALLONGA

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Y aquella noche, tras mucho caminar, me di cuenta, finalmente, de que la vida está presente aquí y allá, en todas partes, excepto en los seres que le cierran las puertas y las ventanas, en los hombres y en las mujeres que se amargan y prefieren las notas bajas y discordantes, los pleitos y las tristezas, el miedo y la discordia, el llanto y el mal. Colocan pasadores y cerrojos a la vida que fluye incesante y la cortan, sin darse cuenta, en perjuicio suyo. Encarcelan el bien, la verdad, la salud, la alegría, y culpan de sus fracasos, problemas y enfermedades a otros, al destino, a las circunstancias. Empiezan a morir. Ni la vida ni el tiempo se agotan. Son indiferentes a las personas, a los seres vivos, a los objetos. La vida continúa, es una fórmula inagotable que se siente en el interior, afuera, en las cortezas de los árboles, en el viento, en las nubes que flotan, en los helechos, en las gotas de lluvia, en el oleaje interminable. Tiene ciclos, estaciones, motivos. Solo hay que entender su significado grandioso y seguir su ruta. Así lo comprendí después de tantas batallas… Y aquella noche, sentado entre mis libros y la chimenea, miré la lumbre insaciable que consumía la leña, hasta carbonizarla y transformarla en ceniza. Me recliné en el sillón y pensé que, igual que los trozos de madera, cada ser se prueba a sí mismo cotidianamente, en el lapso de su existencia, y crece o se desmorona. Somos criaturas enteras y plenas, felices y extraordinarias, o siluetas, fantasmas y cosas rotas. En el mundo, la existencia temporal es un ensayo, un preparativo, los escalones para ascender y llegar planos supremos, o, simplemente, el camino sombrío y lodoso que atrapa y desgarra. Esa noche llegué a casa, ya no tan ansioso por las horas que corren. Descansé, como en mucho tiempo no lo había logrado, y esperé, refugiado en mis sueños, el amanecer, el día siguiente, con la oportunidad de rescatarme y hacer de mi historia y de mi paso por este terruño, algo, simplemente, maravilloso e inolviable.

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¿Aún vivimos?

Santiago Galicia Rojon Serrallonga

Creemos, ingenuamente, que estamos vivos, acaso sin entender que hace tiempo morimos. Miramos nuestras imágenes en los espejos y hasta saciamos apetitos, y suponemos, por lo mismo, que seguimos vivos. No reconocemos nuestros nombres, apellidos y biografías, inscritos en sepulcros inexistentes, en tumbas desoladas, en criptas sin flores. No nos reconocemos ni recordamos la fecha en que hicimos feliz a alguien, regalamos una cobija al que tenía frío, dimos un consejo al que iba a suicidarse o consumir drogas, sonreímos al caminante entristecido o cedimos nuestro platillo al que padecía hambre; pero resguardamos en la memoria, con abundancia de detalles y emotividad, el día y la hora en que compramos un auto lujoso, el momento en que adquirimos un anillo de oro con diamantes y el año en que hicimos un negocio redituable. Nadie dijo que la ambición y las cosas materiales sean malas e indignas. El problema es que, al paso del tiempo, cubrimos nuestros aspectos y existencias con tantos atuendos, que olvidamos quiénes somos. Preferimos hablar sobre fragancias -lo que es legítimo- y olvidamos profundizar en la esencia. Nos enamoramos de las apariencias, hasta que su brillo cegó nuestras miradas y conciencias. Y así sepultamos y olvidamos lo que éramos, la fuente de la vida, lo que nos daba sentido. Morimos a partir del instante en que olvidamos que nosotros, hombres y mujeres, somos hermanos y dejamos, en algún sitio, o en la nada, el amor, las sonrisas, el respeto, la dignidad, el trato amable, la tolerancia, el bien y la verdad. Estamos muertos, insisto, porque en alguna parte renunciamos, intencionalmente o por descuido, al milagro de la vida. Nos mataron el desamor, la ignorancia, el odio, la crueldad, el miedo, la violencia, el rencor, la injusticia, el afán de acumular fortunas inhumanas, poseer en exceso, dominar, la afición de colocarnos máscaras y disfraces y el delirio de tratar de satisfacer, casi exclusivamente, apetitos primarios. Recordamos el modelo de un automóvil de colección o de lujo, y la marca de un perfume distinguido y elegante, y eso es formidable y causa emoción; pero olvidamos extender las manos no con el objetivo de arrebatar o recibir, sino de dar de nosotros lo mejor, lo más noble, principalmente a aquellos que, por sus condiciones humanas de enfermedad, ignorancia o pobreza, más lo requieren. Morimos antes de la masacre del coronavirus y de lo que una élite tiene planeado, y si en verdad deseamos abrir los ojos, despertar de las pesadillas, las redes y las telarañas que hemos tejido, en unos casos, y que, en otros, algunas más han tendido sobre nosotros. Volveremos a nacer cuando amemos y experimentemos, desde el interior, los sentimientos y los valores que, alguna vez, cegados y ensoberbecidos, dejamos perder. ¿Renaceremos esta tarde, mañana temprano, alguna noche o cierta madrugada? No lo sabemos. Cada uno decidirá si vive o muere antes de que las manecillas indiquen la hora de partir definitivamente. Aquí nos encontramos, en medio del mundo, con la creencia de que vivimos y sin sospechar que hoy, al consentir la descomposición humana, estamos muertos.

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