Jardín materno

Santiago Galicia Rojon Serrallonga

Estas tardes desoladas, envueltas en recuerdos y nubes plomadas, me motivan a revisar los muchos días del ayer, cuando ella, mi madre, escogía una hora para conducirnos a mis hermanos y a mí hasta el jardín de la casa solariega, donde crecían, alegres y perfumadas, incontables flores y plantas -alcatraces, azucenas, claveles, dalias, geranios, gladiolas, margaritas, petunias, rosas, violetas-, próximas a los eucaliptos y pinos que crujían y balanceaban sus ramas al sentir las caricias del viento en un terreno enorme con rincones y parajes secretos e insospechados, amurallados por una barda perimetral de altura considerable.

Inmersos en un ambiente familiar y mágico, ensayamos el juego de la vida, y estoy seguro de que aprendimos más que en la escuela, al menos con mayores ejemplos, atenciones, dedicación y amor, porque eso fueron la casa y el jardín, mundo de ensueño en miniatura.

Y así transcurrieron uno y otro día, tantos que la memoria los almacenó en un sitio muy especial del alma, con la experiencia interminable de regar las plantas, memorizar y repasar sus nombres, percibir sus aromas y tocar sus texturas.

Sentados en la banca o en sillas minúsculas de madera, escuchábamos los consejos y las anécdotas maternas, dialogábamos, reíamos y jugábamos, hasta que mi padre regresaba de sus actividades cotidianas y allí comíamos, como en un día de campo, para lo que extendíamos un mantel sobre el pasto y extraíamos los alimentos y utensilios culinarios de una canasta limpia, o preparábamos las cosas para abordar el automóvil e ir a un parque o a cualquier otro lugar. siempre en familia, libres y plenos.

Los días de la existencia han transcurrido raudos, incapaces de conceder alguna pausa, y nosotros, mis hermanos y yo, mantenemos en los corazones y la memoria el dulce recuerdo de dos seres maravillosos que hicieron de nuestras vidas una historia inolvidable, bella e irrepetible.

Tanto él como ella se encuentran en un plano superior. Nosotros, sus hijos, perpetuamos su ejemplo y recuerdo cada día de nuestras vidas y los honramos siguiendo sus huellas. Su paso por el mundo, nos consta, dejó en claro que no todo es negativo ni superfluo porque existen seres sublimes que vienen a cumplir tareas casi encargadas del cielo. No obstante, estas tardes cobijadas por la penumbra, el silencio y la soledad de la habitación, he aprovechado el tránsito de las horas para recordar acontecimientos familiares y revisar algunos documentos y retratos.

Al extraer documentos de sobres amarillentos, descubrí dos poemas que hace años, en la primavera de mi existencia, me obsequió Paz González, quien me recibió una y otra tarde en su casa de la colonia del Valle, en la Ciudad de México, con la intención de relatarme las historias que le confiaba su marido ya fallecido entonces, Luis Audirac Gálvez. Se trata de dos poemas, «Y un puñado de pétalos» y «El viejo jardín», escritos por Augusto Audirac Gálvez. El primero fue redactado en la Quinta Francia, en Teziutlán, ciudad enclavada en la sierra norte del estado mexicano de Puebla, en mayo de 1934.

Ambos proyectan melancolía insondable, acaso porque los recuerdos trepanan la memoria e intervienen el corazón hasta que algunos sienten torturar sus seres. Afortunadamente, en mi caso, los recuerdos del jardín materno son dulces y encantadores, como entresacados de un cuento subyugante y mágico. Estos son los dos poemas que encontré en los documentos añejos de la familia:

 

«Y un puñado de pétalos»

De este viejo jardín que tanto amaste,
de este jardín donde vivió tu pena,
quiero llevarme la existencia llena,
quiero llevarme lo que aquí dejaste…
Tal vez en este banco te sentaste,
más blanca que esa pálida azucena;
tal vez aquí se dibujó tu pena…
y por mí tu dolor sacrificaste…
Quisiera yo llevarme tantas cosas…
Quisiera yo marcharme y no me muevo,
y al ocultar mi angustia entre tus rosas,
de mil recuerdos por tu amor benditos,
de este viejo jardín sólo me llevo
¡un puñado de pétalos marchitos!
Un puñado de pétalos que acaso,
como mi vida arrebató el destino,
arrastró el vendaval junto al camino
y aún conservan la huella de tu paso.
Tal vez ese árbol lo plantó tu brazo,
en tanto que el tzentzontle, en su divino
canto, fue desgranando cristalino
en el mágico abismo del ocaso.
Quizás ese rosal tú lo cuidaste;
tienen tu aroma esas enredaderas;
este tronco musgoso acariciaste…
Tal vez esas violetas preferías
entre todas tus flores… ¡y así eras!
Y entre todas tus flores… te morías.
Entre todas tus flores, como aquella
anémona que inclina su corola,
mientras muere la tarde, triste y sola,
bella en la vida y en la muerte bella.
Y al encenderse la primera estrella,
en el jardín eterno áurea amapola,
forma el tuyo tan sólo una corola
y en ella encierra de tu amor la huella.
Así, quisiera el infinito encanto
de este viejo jardín en agonía
llevar como una ofrenda al camposanto,
y mil recuerdos por tu amor benditos;
pero sólo te llevo, madre mía,
un puñado de pétalos marchitos…
Como una luz en mi existencia brillas…
y no sé si soñando o si despierto
en el viejo jardín tu sombra advierto,
y he caído llorando de rodillas…
Te fuiste para siempre. Ya amarillas
las hojas de los árboles del huerto
arrastra el huracán. Doblan al muerto…
y estoy llorando de rodillas…
Solo junto a esa carcomida cerca
que circunda al jardín de tus amores;
y estoy lejos de ti y estoy muy cerca,
porque la eternidad que nos separa
fuera sólo un suspiro entre tus flores
si por tu amor mi vida se apagara.
Por tu amor al jardín volví rendido,
por vivir otra vez de tu cariño,
por sentirme otra vez débil y niño,
por no saber lo que mi vida ha sido.
¡Mira!, en el árbol olvidado un nido,
se demorona ya, falto de aliño;
todo murió cuando murió el cariño…
y este pobre jardín muere de olvido.
Nada me llevo y me lo llevo todo;
nada dejo… y mi vida dejaría;
lodo es el mundo vil, y vuelvo al lodo.
Y estos versos con lágrimas escritos,
son ofrenda del alma, madre mía…
y un puñado de pétalos marchitos…

 

 

«El viejo jardín»

En el jardín abandonado y triste,
para la angustia del recuerdo acaso,
como si fuera una huella de tu paso
son esas flores que querer me hiciste.
Anémonas y rosas que encendiste
con tu caricia en eclosión de raso…
Y aquel reloj de sol, de sol escaso,
¡marcando un tiempo que jamás existe!
Hojas secas, herrumbre, polvo, yedra,
¡recuerdo que se incrusta hasta en la piedra!
Queja que el viento en el jardín exhala,
como susurro de algo que te nombra…
y en el cuadrante del reloj, la sombra
¡una hora de dolor siempre señala!

30 comentarios en “Jardín materno

  1. Mi querido hermano.
    Como siempre, es una delicia leerte.
    Con estas líneas me has transportado a los días a ese mágico lugar de nuestra infancia con sus aromas y colores, pero sobre todo la inolvidable presencia de nuestra madre, quién con tanto amor y dedicación nos enseñó tantas cosas, y, mientras ella vivió, su jardín siempre resplandeció .
    Gracias. Seguramente tocaste el corazón de cada uno de tus lectores con un hermoso recuerdo .

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  2. Si alguna vez cometí la torpeza de rebajarme en este espacio tan hermoso y dedicado al arte, a la espiritualidad y al amor, me redimí y aquí estoy, esta ocasión para criticar severamente y ya sin piedad a personas ofensivas y vacías, ofrecidas, como le han llamado varias lectoras, como es el caso de la persona de apellido Cross que sistemáticamente ha aparecido con sobrenombres ridículos que solamente la denigran y demuestran la poca cosa que se siente. Yo cometí el error de relajarme en este blog y quedar muy mal porque está muy lejos de ser un bar o un mercado de porquerías, pero me parece inconcebible que una mujer que dice ser bonita, inteligente, joven y tener todo, se comporte como una vil callejera barata de esquina. Si leemos que el autor dedica sus textos a una dama, llámese commo se llame, es cosa que no nos debe de importar, ya lo entendí, es estúpido tratar de llamar la atención con sobrenombres y comentarios ridículos. Qué bueno que han eliminado toda su basura porque denigra el blog y a los lectores. Si algo debo agradecerte, Santiago Galicia Rojon S., es que sin conocerte y solamente leyendo tus textos, aprendí que hay que comportarse, valorarse ante todos y respetar a los demás, eso fue un paso muy grande en mi vida, creo que es bueno que sepas que a lo mejor sin darte cuenta hiciste algo bueno por una persona como yo. A Cross solamente le diría no te prostituyas, mujer.

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  3. Qué padre que el autor transporte al lector a hermosos momentos de la vida, le admiro su capacidad de exponer los temas y hacernos sentir cosas tan bellas.

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  4. Quién no quisiera un hombre así Graciela… pero no vamos a caer como otras personas en la vulgaridad. si reconocemos el trabajo literario e intelectual de un autor es porque tenemos cierto nivel y educación y seguramente esos escritos contribuyen diariamente a deleitarnos y enriquecernos como sers humanos, no crees?

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  5. Hermosos recuerdos, se nota que tuvo una infancia feliz con unos padres amorosos e interesados en sus hijos, por eso no extraña que hoy al enamorarse de alguien escriba tan bonito y llegue a nuestros corazones.

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  6. Si de confesiones se trata, confieso que cuando leí por primera vez varios de los artículos de este autor Santiago Galicia Rojon Serrallonga, quedé impactada por su forma de escribir y el estilo para exponer los temas, y como era del amor, me fascinó su sensibilidad… aunque más tarde me di cuenta al leer otros artículos y ahora este del jardín de su madre que es un artista genial, genial, genial…

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  7. Con todo respeto para el autor, su musa y todos los lectores, quiero comentar que me imagino que vivir con un escritor como él sería fantástico porque parece inagotable. Dicen que los artistas son intensos en todo y yo siento que si viviera con él, todos los días me escribiría cartas, mensajes y textos y seguramente cada momento sería divertido y distinto como son ellos, encantadores. Como lo siento muy espiritual, también creo yo que tendría asegurado el crecimiento de mi alma y qué lindo compartir pláticas, paseos, conocimiento, aventras y procesos creativos. A la fecha no sabemos las lectoras si el autor vive con su musa o no, y eso no nos importa, pero si es así como lo suponemos ella debe tener una colección d anécdotas hermosas que oajalá un día se anime y las comparta en un pequeño texto sería fantástico, digo yo.

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  8. El jardín de la casa solariega, tu madre, tu padre, tus hermanos, tu mundo maravilloso, cómo no recordarlo, Santiago. Qué decir de aquel portón enorme de acero, con dos columnas de piedra, una de cada lado, y sus dos faroles, la fachada de la casa, el garage y las habitaciones clausuradas que se extendian en uno de los extremos como un lugar de magia y encanto para todos, o la inmensidad del terreno con sus árboles y plantas. Genial tu texto. Te visualizo en alguno de los sitios románticos de la ciudad donde radicas, contento, tomado de la mano de tu musa Celeste, con tu sonrisa, tu plática interminable y esa forma de ser, tal vez por tu esencia, que te hace tan especial. Tú mismo repetiste muchas veces, hace ya varios años, que la vida es corta y hay que aprovecharla de la mejor manera. Hazlo, Santiago, no pierdas la oportunidad de arriesgarte, y más si se trata en cuestión sentimental. Te lo debes y mereces porque has sido buen hombre para todos los que de alguna manera te hemos encontrado en nuestras vidas. No pierdas la oportunidad y te lleves, al partir algún día, el arrepentimiento de no hacerlo. Recuérdalo, Santia, te lo debes y te lo mereces, buen hombre.

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  9. Increíble!!! Así era la casa del autor? platícanos porque entonces si las cosas son como dijiste Mariee, vivió como de cuento y con razón conserva tantos recuerdos tan bonitos.

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  10. María Eugenia, por respeto a Santiago, su familia y ahora Celeste, no relataré nada relacionado con su vida porque solamente a él le corresponde hacerlo y eso, si agudizas tus sentidos, te lo está soltando en sus textos. Todas tenemos que ser más racionales, pensar un poquito más, en vez de dejarnos llevar por tonterías como la belleza transitoria, las apariencias económicas y tantas tonterías. Disfrutemos los textos de Santiago Galicia Rojon Serrallonga («aunque suene largo») y por qué no, también de otros autores, que los hay muy buenos, pero siempre con la razón y los sentidos muy despiertos, dispuestas a aprender y crecer. Esa es la invitación que hago más que contar la vida de un personaje, lo cual no me corresponde aunque lo haya conocido.

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