El sobre

Santiago Galicia Rojon Serrallonga

Hace poco, llegó un sobre sin destinatario ni remitente al buzón del cielo. Cuando Dios recibió la correspondencia y miró la envoltura con una hoja en blanco, sonrió paternalmente y caminó, al lado de los ángeles, hasta la morada de las almas.

Llamó a José, uno de los más recientes moradores del paraíso, a quien entregó el sobre e informó que lo enviaba su hija menor, quien cotidianamente lloraba desconsolada y extrañaba su presencia en el mundo.

Dios abrazó a José. Admitió comprender la alegría y plenitud del nuevo huésped celestial, mezclada, es cierto, con la nostalgia de su familia que sufría lo indecible por su reciente ausencia física.

El alma de José era pura y resplandeciente. Durante su jornada mundana, pasó todas las pruebas y ganó, por lo mismo, la inmortalidad prometida. Por eso, Dios solía dialogar con él, y le encomendó responder a su hija con una misiva de amor y sabiduría.

Al recibir el sobre, José palpó humedad en la hoja. Eran las lágrimas de su hija que habían borrado el texto. El papel conservaba la fragancia del perfume femenino. Cerró los ojos, abrazó la carta ilegible y derramó lágrimas que escaparon por una de las ventanas del cielo para llegar hasta la Tierra cual luceros que alumbraron la noche de incontables tonalidades.

Las letras se habían borrado por las lágrimas que deslizaron en la hoja de papel mientras la hija escribía; pero fueron inscritas con tal amor y vehemencia, que cada palabra quedó grabada en el universo, en la Tierra y en el cielo, en los corazones de los seres humanos más sensibles, en las almas y en la esencia de Dios.

Uno de los ángeles que acompañaban a Dios, preguntó sorprendido cómo sabía que la carta pertenecía a la hija de José, y más todavía, le movía la curiosidad de conocer el motivo por el que le resultaba familiar el contenido del texto, cuando las lágrimas de la mujer lo habían borrado.

Dios volvió a sonreír y tras explicar al ángel que todo lo contempla por su naturaleza divina, le recordó que cuando un ser humano, como la hija de José, vive en el mundo con pureza en el alma y con fe, su esencia se manifiesta con más resplandor y le concede que sus sueños se conviertan en realidad.

Refirió al ángel que las oraciones y acciones de la mujer que tanto extrañaba a su padre, le daban el privilegio, acaso sin darse cuenta, de entrar al cielo una y otra vez para fortificar su alma.

El ángel entendió, en consecuencia, que la hija de José debía ser una mujer extraordinaria en el mundo para que Dios la identificara con precisión y le concediera tantos privilegios y bendiciones.

Aquella noche, alumbrado por su propio resplandor, José redactó una carta para su hija:

Hija amada, hoy, mientras me mecía en el columpio de la inmortalidad y disfrutaba los ósculos del aire celestial y el himno de los ángeles, recibí una sorpresa grata al entregarme Dios la carta que me escribiste, pero sobre todo, mi niña, al comprobar que te ama intensamente y que ha preparado para ti un espacio muy bello y especial aquí, en el cielo, que gozarás eternamente cuando llegue tu hora de retornar al hogar.

Me sentí feliz y orgulloso de ti al enterarme de que Dios te considera un ángel en el mundo y que concedió a tu alma, en consecuencia, el don de derramar bendiciones a través de tus actos y palabras.

Sé que lloras mi ausencia física, mi niña tierna; también tengo conocimiento de que cada semana acudes puntualmente al cementerio, al sepulcro donde yacen mis restos. Colocas flores en la tumba y lloras inconsolable. Te siento porque nuestras almas están conectadas. Eres mi hija y lo serás por toda la eternidad.

Las lágrimas que derramas se cristalizan y transforman en diamantes que forman un collar luminoso en la bóveda celeste, junto a otras estrellas que Dios dispersó al crear el universo; las flores que colocas en mi tumba se convierten en poemas y oraciones, en fragancias y colores, en palabras y ecos que expresan tu amor y agradecimiento de hija.

Repasas nuestra historia, las anécdotas, las imágenes, todo lo que nos tocó vivir y compartir. Unas veces, mi hija amada, el desconsuelo te embarga porque crees que me trataste mal cuando yo, atrapado en los barrotes de la ancianidad, me encaprichaba y actuaba como muchacho rebelde. Tenías que regañarme para que me comportara correctamente. Era por mi bien. Siempre lo supe y ahora, en la plenitud, lo comprendo absolutamente. Actuaste como tu interior te lo dictó, con amor e interés en mi estabilidad física y en mi dignidad humana.

Hoy te digo que tienes derecho a llorar y experimentar mi muerte física como tu interior te lo pida. Si una parte del proceso implica que cada semana asistas a mi tumba, tendrás que vivirlo; sin embargo, al hacerlo, evita quedar atrapada en los tintes de la muerte y la tristeza. Tus visitas serán simbólicas e indudablemente contribuirán a que te sientas unida a mí; pero no olvides experimentar los días de la vida en armonía, con equilibrio y plenamente, siempre con valores y con una gran espiritualidad.

En una época y un ambiente en que hombres y mujeres son proclives a las apariencias, a los asuntos baladíes, al brillo de los placeres transitorios y las superficialidades, a las posesiones, tú eres especial y diferente, acaso porque tu arcilla es superior, quizá por los principios y valores que te mueven, tal vez por añorar y desear el regazo de Dios.

Cuando te miro, desde el cielo, con tu falda y tu estilo peculiar de vestir, preparando algún platillo para nuestra familia o desarrollando una tarea en casa después de cumplir las responsabilidades de tu profesión, pienso en lo bendecido que se siente quien te ama y en lo privilegiados que son aquellos que reciben de tus manos la brillantez y los frutos de tus acciones.

Cultivaste flores en mi vida, abriste las ventanas de mi sonrisa, removiste la alegría en mi ser al convertirte en la pequeña consentida, devolviste años a mi existencia cuando te sostuve en mis brazos y te vi crecer, arrancaste emociones a mi corazón, decoraste mis días con tus ocurrencias y tu mirada, impregnaste las habitaciones de la casa con tu esencia irrepetible, sujetaste mis manos al desmoronarse mi cuerpo y acercaste tu rostro lloroso a mi pecho durante las horas postreras, hasta que el Segador apareció y me llevó consigo allende las fronteras del mundo, donde inicia la magia etérea, el milagro de la inmortalidad, el paraje eterno.

Mira a tu alrededor, hija mía. La humanidad se ha envuelto con la cobija del odio, la mentira, el terror, la violencia, el miedo, la superficialidad, el engaño, los vicios y la ausencia de valores. Es lamentable y patético lo que acontece a los seres humanos.

Tú, amada hija, junto con tus hermanos, tu madre y yo, recibimos la bendición de pertenecer a un hogar donde siempre prevalecieron el amor, la unión, el respeto y las virtudes. Compartimos, tú lo sabes, capítulos irrepetibles, bellos e inolvidables, dignos de una historia de ensueño, sublime, escrita y dirigida por Dios.

Los momentos que compartimos dentro de nuestra historia familiar, hija tierna, ya pertenecen a las obras del cielo porque se eternizaron por su belleza y excelsitud. Los coros de ángeles entonan sus cantos al leer la historia que protagonizamos como familia.

Mira tu rostro, observa tus manos, contempla tus facciones. Por tu sangre fluye la mía, unida a la de tu mamá, tu otro ángel; sin embargo, lo más importante no es que en el mundo compartamos los rasgos, sino la hermandad y pureza de nuestras almas que se tejen para llegar unidas al jardín de la inmortalidad.

Tienes dos ángeles, ternura mía, uno en mí, que soy tu padre y eternamente moraré en el regazo de Dios, y otro en tu madre, que se encuentra a tu lado en la Tierra y quien es mujer de virtud modelo. No estás sola. Nunca te sientas desolada porque bien sabes que eres muy amada.

Adicionalmente a nosotros, tu madre y yo, tienes un hermano ejemplar y tres hermanas adorables e igual que tú, formadas dentro de un hogar en el que siempre se ha practicado el bien. Se han sumado nuestros descendientes, también con el ingrediente de los principios sublimes. No cabe duda que somos bendecidos, ustedes en el mundo y yo en la morada celestial.

Tengo conocimiento de que tu existencia, en el período más reciente, ha registrado capítulos que jamás imaginaste experimentar, como mi muerte física; pero quiero que revises a tu alrededor, que escudriñes los días recientes, para que descubras que no estás sola, que eres muy bendecida por Dios, quien pretende hablarte por medio de los acontecimientos.

Algunas veces, inmersa en el aislamiento y el silencio, lloras afligida; aunque también es innegable que otras ocasiones, al dormir, tu ser experimenta una tranquilidad profunda, una paz demasiado intensa. Tal experiencia no es casual porque Dios derrama su amor y sus bendiciones en ti, mientras yo, tu padre, te cubro espiritualmente con mis sentimientos más elevados, como lo hacía cuando dormías en el cunero y contemplaba tu sueño feliz y sereno después de relatarte un cuento o de orar.

Quiero aprovechar mi diálogo para solicitar tu comprensión y perdón si alguna vez me excedí en tu formación. Bien sabes que por mi historia, por lo que aprendí y asimilé durante los días de mi existencia, fui demasiado estricto conmigo y algunas ocasiones con quienes me rodeaban; mas tú, hija, me conociste ampliamente y sabes que mi intención siempre fue buscar tu bien y el de nuestra familia.

Tengo conciencia de que Dios da libertad a cada ser humano de probarse a sí mismo y experimentar diferentes capítulos; no obstante, contigo ha actuado con más amor y consentimiento, al grado que me concedió la oportunidad de escribirte con los sentimientos de padre.

Ante todo, agradezco y valoro todo el amor, las atenciones, los consejos y el cuidado que me ofreciste como hija, principalmente al final, antes de que descendiera el telón de mi existencia. No lleves en ti la carga de responsabilidades y culpas que no te pertenecen. Siempre me ofreciste tu tiempo y cuidaste de mí, algunas ocasiones con regaños bien merecidos. Necesitaba reaccionar para no sufrir innecesariamente ni morir antes de la hora señalada.

Conserva tus valores, la esencia que une la espiritualidad; pero no olvides, mientras permanezcas en la Tierra, vivir plenamente, ser feliz, desenvolverte con las bendiciones y oportunidades que Dios te da cada día.

Todo, en el mundo, tiene un sentido, un lenguaje, un simbolismo, y por algo, hija mía, Dios te ha elegido para que protagonices una historia singular, la tuya, la que te realizará como ser humano y posteriormente, al ganar el cielo, en la eternidad.

Ahora que frecuentas el cementerio, sabes que los sepulcros están cubiertos de flores que se marchitan ante la caminata de las horas, la mayoría depositadas tardíamente, con remordimientos y tristezas, porque la gente no se atreve a protagonizar las historias que le corresponden ni a expresar los sentimientos que generalmente reprimen.

Tú tienes la bendición y la dicha de que fuiste la mejor hija del mundo. Te lo confieso como padre y lo demuestras cotidianamente con tu madre. Como hermana eres ejemplar. Amas a tu familia. No te encadenes ni pierdas la oportunidad de ser feliz. Visualízate dentro de algunos años, todavía en el mundo, y actúa para que no te quedes con el deseo de haber protagonizado la historia más bella, sublime e intensa que se haya escrito.

Durante mi jornada terrestre, supe que difícilmente se puede regalar un objeto a una persona acaudalada porque tiene todo lo material; en el caso de aquellos seres que poseen principios y virtudes, como tú, es complejo aconsejarlos, ya que su código de vida es rico. No obstante, por el amor tan grande que siento por ti como padre, te aconsejo que vivas mientras te encuentres en el mundo, feliz con lo que Dios te ofrece, pero derramando tu espiritualidad.

Quienes han caminado por el desierto, conocen lo desgarrador de la soledad. Vives tu hora de tristeza, hija mía; pero tu alma se restablecerá con la paz que proporciona Dios a aquellos que le aman y buscan por medio de los actos.

Cierra tus ojos esta noche estrellada y sola. Dentro del silencio, escucha los rumores que vienen del cielo, detecta el arrullo de los ángeles, distingue la voz de Dios, oye los susurros de la creación y atrapa mis palabras, hija entrañable, porque verdaderamente estoy contigo. Siénteme en tu interior.

Recárgate en mí, como cuando eras niña -oh, mi pequeña rebelde y traviesa-, para que sientas mi calor, mi presencia. Te estrecho con la calidez de mis brazos etéreos, acaricio tu cabeza y beso tu frente con ternura. Siente la luz. Nuestras almas permanecen enlazadas con la promesa divina de una eternidad compartida.

Te preguntas, cuando lloras, cuánto tiempo requerirás para disminuir el sufrimiento que cada día te lacera y con frecuencia ensombrece las horas con los tintes de la melancolía. Durará las horas, los días, los meses o los años que tardes en convencerte de que la verdadera vida inicia con la muerte física. Fallecer no es morir. El alma es incorpórea y eterna. Es nuestra bendición, la promesa que Dios cumple.

Tras las horas soleadas de la mañana y la tarde, surgen las de la noche oscura. Una vez que la noche es derrotada por la luminosidad del amanecer, se manifiesta el resplandor. Una tarde nublada y un aguacero nocturno, auguran una aurora fresca, iluminada y decorada con un bello arcoíris.

Ya es noche. Prometo que recibirás mayor número de misivas, hasta que un día, al concluir la trama de tu existencia, Dios y sus ángeles te reciban en el cielo ganado y te conduzcan hasta la morada que felizmente habito. Entonces, hija mía, nosotros, los de siempre, disfrutaremos eternamente nuestro hogar como lo hicimos en la Tierra durante la brevedad de los días.

Esta mañana, mientras reposaba en el edén, recibí dos noticias maravillosas que me conmovieron: la recepción de tu carta y el amor tan grande que Dios siente por ti. Confieso que a hurtadillas derramé lágrimas que se convirtieron en luceros y que a partir de esta noche, si te asomas por la ventana de tu habitación, contemplarás en el cielo. Tales son mi amor y mis bendiciones hacia ti, mi hija inolvidable.

10 comentarios en “El sobre

  1. PARECE COMO SI USTED CONOCIERA LAS ALMAS Y TRANSMITIERA SU SENTIR, LO FELICITO Y LE RECONOZCO LA HABILIDAD DE ESCRIBIR Y PROYECTAR SENTIMIENTOS BELLOS E IDEAS CLARAS.

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  2. SANTIAGO, SI HABLAS CON LAS MUSAS Y LOS ÁNGELES, COMO PARECE Y LO DEMUESTRAS EN TUS PUBLICACIONES, INSPÍRATE TODOS LOS DÍAS PORQUE QUIERO DELEITARME CON TUS OBRAS. TE ADMIRO. FELICIDADES, SANTIAGO GALICIA ROJON SERRALLONGA.

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  3. Hola Santiago, me llamo Marcela y soy tu lectora asidua porque tus escritos me provocan sentimientos muy fuertes y hermosos, es como si viviera cada uno de tus textos seguramente porque tienes la magia de que uno se enamore y sienta las cosas… seguiré leyendo tus publicaciones e imaginaré que si posees el encanto de escribir así tus textos, cómo serán tus diálogos, debe ser encantador. Felicidades. Sigue adelante.

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