Fuimos niños de guerra

SANTIAGO GALICIA ROJON SERRALLONGA

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Fuimos niños de guerra es, para mí, un libro muy especial y significativo. Es el octavo libro que escribo y publico en México, junto con otro del que soy coautor en España; sin embargo, se trata de una obra que aprecio demasiado por lo que representa en mi vida y lo que me enseñó durante el tiempo que le dediqué. Fue como una expedición al ayer, un viaje al pasado, a los acontecimientos históricos que convulsionaron a la humanidad entre 1939 y 1945.

Se trata de una obra basada en hechos reales, en la desgarradora historia que, como niños de guerra, vivieron los hermanos Heine -Lore, Bernd y Rosemarie-, hijos de la maestra de párvulos, Gerda Bisler, y del matemático, físico y químico, el profesor Alfred Heine, desde su éxodo, en Prusia Oriental, ante la invasión del ejército rojo, hasta su peregrinar en Europa, y, en Alemania, aunque con más suerte, el pequeño Werner Schade. Fueron niños de guerra, como se les llamó a los menores durante el segundo conflicto bélico global.

Coincido con la sonriente e inolvidable Lore Heine, quien hace algunos años expresaba a su familia que, en la hora contemporánea, sobreviven pocos niños de guerra, quienes en cierto número prefieren no recordar ni hablar acerca de los acontecimientos que desmantelaron al mundo, mientras otros, en cambio, ya no recuerdan porque la caminata de los años ha borrado el registro de los episodios que presenciaron, de manera que sus imágenes se perdieron en las corrientes y en las profundidades de la desmemoria. Muchos ya no están. Partieron con sus anécdotas y secretos inconfesables. Llevaron consigo, a otras fronteras, sus anhelos, esperanzas, sueños, dolores, alegrías, miedos y tristezas.

Antes del Coronavirus, denominado COVID 19, creado en laboratorios y distribuido estratégicamente en diversas regiones del planeta -la otra guerra mundial-, tuve oportunidad de conversar con mi amiga Rosemarie Schade, a quien admiro, respeto y aprecio mucho, acerca de su historia, como niña de guerra, durante el segundo conflicto armado a nivel mundial, en el intenso e inolvidable siglo XX. Discurrían, entonces, los días de 2019.

Fue en 2020 -el 27 de agosto, si hay que ser precisos-, cuando publiqué, en este espacio, el artículo Mujeres de siempre: Rosemarie Schade, de niña de guerra a dama de viajes y de bien a la gente, el cual fortaleció más nuestra amistad e influyó en nuestras pláticas. Un día inesperado, recibí su correo, desde Colonia, Alemania, en el que expresó que dos personas, en Europa, se interesaban en redactar su historia como niña de guerra; sin embargo, por la amistad y la confianza que le inspiraba como escritor y periodista, deseaba que yo fuera autor de un libro sobre lo que vivieron ella y su familia, incluido su esposo, Werner Schade, en otra región de Alemania, durante el estallido mundial.

Evidentemente, tras leer su correo, le contesté con una afirmación. Y así, tan admirable y respetable mujer que habla varios idiomas, incluido el Español, me compartió, a partir de entonces, narraciones sobre el tema y copias de fotografías y documentos. Todo me pareció demasiado interesante desde el inicio.

A veces, Rosemarie Schade me escribía en Alemán y yo traducía los textos, labor que realizaba con alegría y emoción porque en cada palabra y línea descubría una historia apasionante, con sus luces y sombras, como es la vida en este mundo. Así aprendí a conocer a Rosemarie y a su familia.

Quiero destacar que su hermana mayor -Lore-, la del carácter firme, la sonrisa permanente y el deseo de apoyar a los demás-, quien lamentablemente pasó por la transición hace algunos meses, tenía la idea, hace años, de escribir un libro sobre las experiencias que ella y su familia vivieron durante la Segunda Guerra Mundial; sin embargo, no le fue posible hacerlo ante la caminata impostergable del tiempo que no tiene apegos. Dejó a Rosemarie la encomienda de hacerlo.

Confieso que, tras mucho conocer las experiencias de las familias Heine y Schade, me identifiqué con ellos. Les tengo cariño y respeto. Son personas admirables que demostraron, a pesar de lo desgarrador de la Segunda Guerra Mundial, que los seres humanos, en masculino y en femenino, tienen capacidad de restaurarse, luchar, enfrentar las adversidades y transformarse en personas ejemplares y grandiosas. Rosemarie y su esposo Werner Schade, junto con Lore y Bernd Heine, se han caracterizado por ser gente honesta, buena y productiva. Personas de bien, como suele decirse de los seres humanos educados y buenos.

Por diversos motivos personales, en una época tan desgarradora como fue la del Coronavirus, tardé más de lo habitual en escribir Fuimos niños de guerra, libro que se encuentra en el proceso final de impresión por parte de Editorial Resistencia, con sede en la Ciudad de México, urbe desde la que mandaré ejemplares a Rosemarie y a Werner Schade con la idea de que los difundan en Alemania.

Rosemarie Schade, quien es una mujer extraordinaria, con admirable sensibilidad y talento, me comentó hace tiempo que le interesa traducir la obra a la lengua alemana con la intención de que mayor número de personas, en aquella nación europea, tengan oportunidad de conocer la historia y las experiencias de los niños de guerra durante la segunda contienda mundial.

Otra idea, al escribir y publicar Fuimos niños de guerra, es que las generaciones jóvenes de la hora contemporánea tengan oportunidad de conocer una historia real y que les sirva de ejemplo y motivación para enfrentar las adversidades y los retos, prepararse correctamente y dejar huellas positivas, nobles y grandiosas en el mundo, como lo han hecho Rosemarie y su familia.

Este es el primero de varios artículos que, como escritor, quiero publicar sobre la obra Fuimos niños de guerra, libro que deseo, con mucha ilusión, en primer término, que Rosemarie, Werner, Bernd y toda su apreciable familia lleven hasta la tumba de la inolvidable y querida Lore, quien, indudablemente, volverá a regalarnos una sonrisa desde el plano donde se encuentra.

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